Louis Claude Fillion - Vida de Jesucristo

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Esta obra de Fillion está considerada una de las mejores biografías de Jesucristo. Ofrece una visión serena y atractiva de la figura de Jesús, descrita con rigor científico y expuesta desde la fe de un gran exégeta, profesor de Sagrada Escritura y consultor de la Pontificia Comisión Bíblica de Roma. Publicada por primera vez en 1922, ha alcanzado numerosas ediciones tanto en castellano como en otros idiomas y sigue despertando interés en nuestros días.
En esta nueva edición, Rialp reúne los tres volúmenes con un índice unificado, a la vista de su enorme valor exegético, histórico, teológico y patrístico.

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Terminaremos este cuadro recordando la posición central que ocupaba Palestina en el mundo antiguo. «Yo he colocado a Jerusalén en medio de las naciones y de las comarcas que están alrededor de ella», dijo el Señor por boca del profeta Ezequiel[19]. Esta situación tenía importancia especial, puesto que de esta tierra bendita y privilegiada, de este centro de la verdadera religión, debía partir la buena nueva del Evangelio en todas direcciones.

II. CONDICIONES CLIMATOLÓGICAS DE PALESTINA; SUS PRODUCTOS

Hallamos en el país de Cristo muy grandes diferencias de clima y de temperatura, según se trate de las riberas del Mediterráneo o de la arista central y de la meseta oriental, del valle del Jordán o de las cumbres alpestres. Mientras el clima del Ghor es a veces tropical, el de la meseta central es generalmente templado; el de la llanura marítima es aún más suave. En la cima del Hermón el clima es del Norte.

En conjunto las condiciones climatológicas de Tierra Santa son de tal naturaleza, que hoy, como desde tiempo inmemorial, una parte considerable de la vida de los habitantes se pasa al aire libre, excepto, naturalmente, los días fríos y lluviosos. En efecto, en el país de Cristo no existen, propiamente hablando, más que dos estaciones harto diferentes: la de las lluvias y la de la sequía. Y he aquí por qué en el Salmo el poeta sagrado, dirigiéndose a Dios creador, le dice:

«Tú que hiciste los términos de la tierra;

El estío y el invierno, tú los formaste»[20].

En términos generales, los equinoccios de primavera y de otoño son los límites de las dos estaciones. El período de sequía se extiende ordinariamente de abril a octubre; el de lluvias, de noviembre a marzo. Los meses más lluviosos suelen ser los de enero y febrero. Como en los tiempos del profeta Elías[21], en Palestina las lluvias más copiosas son casi invariablemente las producidas por los vientos del Oeste. Pero, en cambio, el calor agobiante que en ciertos días se siente es debido al khamsín o viento del Sur. Por estos dos motivos decía Jesús en otro tiempo a las turbas, como cuenta San Lucas[22]: «cuando veis levantarse una nube al Poniente, luego decís: aguacero viene, y así sucede; y cuando veis soplar el viento del Mediodía, decís: habrá bochorno, y se cumple». Los vientos del Mediodía y los del Este han pasado por el desierto; por eso son cálidos y secos. Los del Oeste han atravesado el Mediterráneo y por eso llegan saturados de humedad.

Los grandes fríos de nuestras regiones son casi desconocidos en Tierra Santa. Si la nieve y la helada aparecen allí casi todos los años, de ordinario también desaparecen en pocas horas. El calor de los meses de junio, julio y agosto es más tolerable por la brisa de la tarde y el rocío de la mañana, mencionados uno y otro en el Cantar de los Cantares[23]. La temperatura media del país es de 11o, 8o y 9o en diciembre, enero y febrero; de 12o-16o en marzo y abril; de 21o-25o, progresivamente, de mayo a agosto; de 25o-16o, sucesivamente, de agosto a noviembre. El clima es generalmente sano, excepto en algunas regiones pantanosas y, en la época de los grandes calores, en el tórrido valle del Jordán.

Naturalmente, la vegetación varía también mucho en Palestina, según los diferentes distritos. Debió de ser maravillosa en tiempos antiguos, cuando el país de Canaán se caracterizaba como un «país que mana leche y miel». Pero esta locución proverbial[24] es hoy mucho menos exacta que en tiempo de Moisés, de los jueces de Israel y de Cristo, pues han desaparecido en gran parte las condiciones de fertilidad del suelo. Sin haber sido nunca un país sumamente poblado de árboles durante los períodos que corresponden a la historia de los hebreos y a la del Salvador, Tierra Santa poseía en otro tiempo cierta extensión de bosques[25], gracias a los cuales se mantenía la humedad del suelo y la fertilidad de las montañas. Desgraciadamente, aparte de algunas excepciones, que se refieren sobre todo al Carmelo, Galaad y a algunos lugares de Galilea, los bosques fueron destruidos hace ya mucho tiempo. Además se ha descuidado la conservación de las terrazas artificiales, que en muchos lugares sostenían la tierra vegetal en el declive de las pendientes, y las violentas lluvias de invierno han arrastrado aquélla, dejando al descubierto las rocas en sitios donde se hubiera podido cultivar la vid y el trigo. El régimen turco, que con sus impuestos onerosos y sus depredaciones retraía de los trabajos agrícolas, ha contribuido notablemente a disminuir la fertilidad del país. La indolencia árabe ha destruido lo demás, sin contar también que muchas fuentes que refrescaban y fecundaban sus alrededores se han secado poco a poco. Los judíos hoy han devuelto su esplendor y fertilidad a muchas regiones y hasta pretenden convertir en oasis el desierto sur del Negueb.

Esto no obstante, aun quedan en Palestina algunas regiones que, por sus productos agrícolas y por su exuberante vegetación, recuerdan los hermosos tiempos de antaño. En su parte meridional, entre Gaza y Jaffa, la llanura marítima es aún en primavera inmenso campo de trigo. La llanura de Sarón, célebre en otros tiempos por sus pastos, el valle de Siquem, la meseta de Basán, los campos de Esdrelón, los alrededores de Banias al pie del Hermón, los huertos que rodean a Jericó, algunos distritos galileos, son ricos en productos agrícolas de varias clases. En conjunto, el suelo de Palestina es excelente para el cultivo, y dondequiera que se le trabaje con buenos métodos, pronto se recibe recompensa. Los campos de trigo alternan con los campos de cebada, de lentejas, de sésamo, de habas, de maíz, de lino, de calabazas y de cohombros, y su rendimiento habitual es satisfactorio. Existen también en la Palestina moderna, como en otro tiempo, huertas, que proporcionan a sus propietarios, además de sana alimentación, ganancias estimables cuando llevan sus hortalizas a los mercados de las aldeas y de las ciudades vecinas. Los judíos han poblado de naranjas las partes más llanas.

Al principio de la primavera el país de Jesús presenta un panorama inolvidable. Por doquiera que se halla alguna tierra vegetal, se cubre de césped finísimo y de esas plantas aromáticas que constituyen parte de la flora mediterránea. Poco después brotan del suelo millares de flores, de colores generalmente vivos, que dan al país un aspecto nuevo, que contrasta con el tono grisáceo y monótono de que hemos hablado. En los primeros días de abril esta reciente vegetación ofrece un espectáculo verdaderamente maravilloso. Al lado de plantas desconocidas, se ven narcisos, anémonas, azafrán, gladiolos, tulipanes, adormideras, ranúnculos, azulejos, diminutos y preciosos amarantos, jacintos, junquillos, claveles, iris, cistos, y acá y acullá, algo más tarde, el lirio de los campos, cuya belleza ensalzó un día Nuestro Señor[26]. Pero este mosaico portentoso y animado no tiene sino una duración harto efímera. En cuanto el calor del sol se hace más intenso, verdor y flores se secan hasta la primavera próxima y sirven, como en tiempos pasados, para calentar los hornos caseros y cocer el pan[27].

Quedan al menos los árboles con su follaje, por lo común más resistente. Los que más de ordinariamente se encuentran en Palestina son, entre los frutales, el olivo y la higuera, que se dan por doquier, y que aun hoy día son, junto con la vid, uno de los principales recursos de la región. Se mencionan muchas veces en los Evangelios. Un proverbio árabe, contraponiendo entre sí estos tres vegetales, dice que «la vid es una dama», una persona distinguida, que requiere miramientos, mientras la higuera es un félláh, un campesino de constitución robusta, y el olivo un Bedauiyéh, un Beduino, que vive entre privaciones y al que nadie atiende. En otro tiempo la palmera datilera erguía su tallo esbelto con su airosa copa en casi todo el país. Actualmente no se la encuentra sino en rincones privilegiados: en Gaza, en Jaffa, en Jerusalén, en Jericó, en Ramleh y, sobre todo, en Haifa. Entre los demás árboles recordemos el algarrobo, que produce las vainas dulzonas de las que el hijo pródigo se hubiera alimentado gustoso, el moral, el alfóncigo, el sicomoro de oriente, el madroño, el terebinto, el nogal (en Galilea), el álamo, el tamarindo y varias especies de encinas y coníferas.

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