De modo que el ensayo de Valenzuela, así como los anteriores de Thul Charbonnier, Cassano, Guzmán y Alberto, revela las dificultades que tenía la sociedad de mediados del siglo XIX para deshacerse de la lógica que dictaba que los propietarios y patrones, varones y mujeres, tenían el derecho de disponer del trabajo y destino de las personas de ascendencia africana, aunque estos fueran libres, libertos o libertas. Esto era particularmente notable en la esfera del servicio doméstico, donde formas de esclavitud “más o menos disfrazadas” podían persistir sin ningún control más allá de la abolición formal de esta.
Otra de las líneas de trabajo presentes en este libro es aquella que entrelaza los conceptos de raza, representación e igualdad (este último íntimamente vinculado al de libertad). En los inicios de esta presentación nos hemos referido al primero de ellos. Por tanto, nos abocaremos ahora a circunscribir la noción de representación, situada temporal y geográficamente. Stuart Hall señala que se trata de una práctica cultural, primordial en los procesos de producción y circulación de sentidos dentro de una sociedad: por tanto, las representaciones son prácticas significantes “que producen sentido, que hacen que las cosas signifiquen ”. 15También Roger Chartier se ha ocupado largamente de este concepto enfatizando que las representaciones sociales “se sustentan siempre en los intereses del grupo que las forja”. 16Ello da lugar a una lucha simbólica entre grupos dominantes y subalternizados, que se sirven de los sistemas de representación como armas. Al igual que Hall, el historiador francés se interesa en el “trabajo de la representación”, en comprender cómo funciona efectivamente la representación suscitando estrategias y prácticas de cara a las clasificaciones, esquemas intelectuales codificados, que articulan el mundo social. Y, estrictamente vinculado con nuestro interés, la existencia de un régimen representacional racializado funcionando al interior de nuestras sociedades que se centra en la naturalización de la diferencia racial. 17Los modos y las prácticas de (auto)representación como mediación simbólica permitieron y aun permiten construir un imaginario dentro del cual se asignan roles específicos, sea sociales, laborales, raciales, de género, en nuestro caso, a los miembros de la población de ancestros africanos.
La igualdad, la tercera de las nociones que hemos mencionado, es primordial para el proceso de abolición de la esclavitud y el posterior contexto posabolición. Sobre ella debería sustentarse el “beneficio otorgado” de la libertad. Sin embargo, y a pesar de la frecuencia con que es invocada desde los estamentos privilegiados de la sociedad, es también un reclamo reiterado por parte de los afrodescendientes. Ello da cuenta de la divergencia entre los discursos y lo que efectivamente sucedía en la práctica. Esta distancia entre lo escrito y su aplicación no es una novedad, pues es recurrente en cualquier ámbito. No obstante, si bien desde lo enunciado la igualdad (fuera normativa, bíblica, de derechos) comprendería a todos los habitantes de los territorios a los que refiere cada ensayo, es interesante advertir que, en la práctica, no es un punto de partida, sino que se instaura como un punto de llegada; una meta a lograr. 18Entonces, poniendo en suspenso la palabra escrita y atendiendo a la vida cotidiana de las personas involucradas, ¿de qué manera podría la igualdad ser alcanzada por la población de ascendencia africana que partía de situaciones decididamente desventajosas como la esclavización? La paradoja de la igualdad solo confirmaría la desigualdad “como un acto de injusticia y no un déficit de quien no lo alcanza”. 19
En este sentido, por medio de estudios de casos y de una metodología indiciaria, el ensayo de Hugo Contreras Cruces analiza cómo operaban, en un contexto de igualdad normativa, las representaciones y los prejuicios desde la sociedad blanca y desde los propios afros en Chile entre las postrimerías del régimen esclavista y la temprana abolición (1823) y mediados del siglo. Los casos seleccionados corresponden a las milicias y a la Iglesia, dos ámbitos de poder fundamentales en el siglo XIX y de potencial ascenso y reconocimiento social. En los dos primeros ejemplos, ligados a las representaciones, la ascendencia africana de los protagonistas fue un obstáculo para quienes buscaron ocupar puestos en el ejército y en el clero: las voces opositoras imbricaron orígenes raciales y características morales no deseadas como la holgazanería, los vicios, la deshonestidad que explícitamente eran opuestos a la templanza, la racionalidad, la laboriosidad o el decoro necesarios para esos cargos. 20Durante la década de 1830, ya abolida la esclavitud y finalizada la guerra civil, se reorganizaron las tropas independentistas en lo que sería la Guardia Nacional. Para Santiago se estableció que uno de los cuatro batallones urbanos estuviera integrado por oficiales y soldados pertenecientes al antiguo Batallón de Infantes de la Patria, otrora compuesto por milicias de castas. Esta resolución derivó en dificultades a la hora del reclutamiento pues, aun desde el fin de las guerras de independencia, los descendientes de africanos buscaron autorrepresentarse bajo el rótulo de artesanos, eludiendo categorías racializadas como las de pardos y morenos, atravesadas por representaciones estereotípicas construidas desde las elites. Ser artesano denotaba laboriosidad y honradez, virtudes contrapuestas a los vicios enumerados con anterioridad. A partir de estos estudios de casos, Contreras Cruces plantea que la desaparición de los afros en los registros documentales se debió tanto a las representaciones sociales que los grupos dominantes asignaron a los afros como de los propios afros que buscaron asimilarse al conjunto social.
Por su parte, María Agustina Barrachina se aboca al estudio de la subalternización de las mujeres afrodescendientes en el ámbito de Buenos Aires en el período que abarca el proceso de abolición de la esclavitud, haciendo foco en la educación segregada de las niñas. Para ello pone en juego perspectivas de análisis diversas, como la historia de la educación, los estudios sobre afrodescendencia y la historia de género. Si bien, como señala la autora, mucho se ha investigado sobre la educación en primeras letras durante el siglo XIX en la Argentina, el aporte fundamental de su trabajo es atender a los modos en que se concibió la educación para las niñas de ascendencia africana en el período que nos convoca. Para su análisis, Barrachina entrecruza fuentes de diversa índole, lo cual le permite dar cuenta de las representaciones que la elite porteña construyó sobre las mujeres afrodescendientes contemporáneas y futuras, fuera desde niveles gubernamentales y fuera desde asociaciones más privadas como la Sociedad de Beneficencia: la educación de las niñas incorporaba enseñanza de oficios ligados al rol que indefectiblemente tendrían que cumplir cuando fueran adultas. Esto, por tanto, debía redundar en una educación separada, la Escuela de Castas, denominación propuesta por Bernardino Rivadavia que explicitaba la segregación al hacer uso de criterios de diferenciación coloniales. Ante la demora en su instalación (1838), se esgrimieron justificaciones presupuestarias y no tardó en llegar el reclamo de igualdad de derechos por parte de los descendientes de africanos a través de la prensa y de solicitudes, para lo cual invocaron como demostración legitimadora su participación en las guerras de la independencia. Dos décadas después, en 1857, Mariquita Sánchez formulaba un planteo opuesto indicando la disparidad entre igualdad ante la ley e igualdad de clase. 21En su pesquisa, Barrachina pone en evidencia las dificultades en la construcción de una república basada en el concepto moderno de igualdad en sociedades que se habían fundado a partir de la desigualdad, agravándose en este caso pues a la variable diferenciadora de la raza se sumaba la del género.
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