Florencia Guzmán - El asedio a la libertad

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El asedio a la libertad conjuga novedosos y agudos aportes que contribuyen a examinar y problematizar los procesos de abolición y posabolición de la esclavitud en el Cono Sur durante el siglo XIX, en armonía con la producción internacional sobre la temática. A través de las páginas se analizan los sinuosos caminos de desigualdad y sojuzgamiento a los que fueron sometidos los descendientes de africanos antes, durante y después de su emancipación.
La centralidad de la raza como categoría de análisis constituye una de las novedades más importantes que exhibe este libro, que proporciona claves, hasta ahora poco exploradas, para indagar acerca de cómo la raza ha influido en el desarrollo de los procesos históricos vinculados con la abolición de la esclavitud. Asimismo, se atiende a los estereotipos ligados a la esclavización que darían cuenta de la condición de precariedad de la libertad en el devenir cotidiano.
A lo largo del libro surge el interrogante acerca de si las ideologías de «inclusión racial» y la «retórica de la igualdad», que circulaban contemporáneamente a los procesos de abolición en el Cono Sur, lograron trascender sus historias coloniales de esclavitud y desigualdad racial.

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Los esclavos de Buenos Aires: inserción socioeconómica

Nuevos estudios han afirmado que alrededor de setenta mil esclavos ingresaron al Río de la Plata en las últimas décadas de dominio colonial. 2En Buenos Aires, hacia 1810, alrededor del 30% de la población que residía en la ciudad era catalogada como negra o mulata. De este segmento poblacional el 86,3% eran esclavos. 3Los esclavos ingresados por el puerto que no eran enviados a lugares distantes se radicaban con preferencia en el casco urbano y no en la campaña. La posesión de esclavos era rentable para todas las clases sociales porque podían ser empleados en numerosas ocupaciones mediante el sistema llamado estipendiario o a jornal, que consistía en que el esclavo le entregaba una suma fija de dinero diariamente a su amo, y a cambio gozaba de una libertad de movimientos significativa. 4Silvia Mallo ha señalado que esta práctica proporcionó a los esclavos “vías de escape” que hicieron menos penosa su situación. 5Los esclavos de Buenos Aires desempeñaban mayoritariamente tareas domésticas y artesanales, aunque también se empleaban en una diversidad notable de trabajos. 6En razón de estas particularidades, la historiografía ha conceptualizado a Buenos Aires como una “sociedad con esclavos”, y no una sociedad propiamente esclavista. 7

Los clasificados como negros y mulatos libres eran minoría frente a los esclavos en el período virreinal. Esto ocurría porque continuamente ingresaban nuevos esclavos por el puerto. Pero, además, porque quienes lograban la ansiada libertad eran unos pocos. Y lo lograban generalmente no por la generosidad de sus amos, sino después de largos años de trabajo y esfuerzo para pagar por la manumisión. 8Según las Partidas , no pasaban a ser libres, sino que eran libertos. 9Esta figura legal en Buenos Aires estaba en desuso a fines de la época colonial, y sería utilizada recién en las primeras décadas del siglo XIX, a partir de la legislación revolucionaria. 10De todas formas, en la época virreinal el “estigma africano” operaba sobre la vida de estos sujetos que se habían librado de la esclavitud, dado que seguían sometidos a la discriminación jurídica en virtud de su origen y color de piel. 11Además, ocupacionalmente desempeñaban trabajos muy similares a los ejercidos por los esclavos: de poca calificación, escasa remuneración y considerados degradantes. Pese a ello, unos pocos pudieron convertirse en propietarios de terrenos, casas y esclavos e integrarse socialmente en milicias, cofradías y asociaciones de origen africano. 12Quienes pasaban dificultades económicas también reclamaron en la Justicia exitosamente ciertos privilegios procesales destinados a los “blancos” caídos en desgracia. 13

Las peculiaridades de la esclavitud urbana a jornal asombraron a muchos viajeros de la época, quienes resaltaron el agudo contraste con las economías de plantación, donde los esclavos trabajaban con altas temperaturas, bajo el látigo del amo o el capataz. La historiografía posteriormente se valió de estos escritos impresionistas, y de un análisis exhaustivo de la legislación hispanoamericana, para sostener la existencia de una esclavitud benigna, con rasgos humanitarios, a diferencia de lo que ocurría en las colonias que Inglaterra o Francia poseían en América. 14Pero los esclavos urbanos que trabajaban a jornal –a pesar de tener más espacios de autonomía– no dejaban de ser propiedad de sus amos, y como tales podían ser objeto de explotación y maltrato. No faltaban esclavas que para conseguir el elevado jornal se prostituían. Había esclavos que se quejaban de que no podían juntar el dinero para pagarlo. Cuando esto acontecía, eran castigados o golpeados. Otros decían que los amos los enviaban a ganar jornal y se desentendían de su alimento y vestuario. Por último, algunos se quejaban de que los trabajos que debían desempeñar para conseguir el jornal eran excesivos. 15

Si bien las leyes indianas concedían más derechos a los esclavos en comparación con lo que sucedía en las colonias de otras potencias, ello no expresaba un consenso moral humanitario compartido entre todos los actores, o un espíritu de época benigno que determinara el “trato” recibido por los esclavos. Así planteado el problema sitúa en un lugar pasivo e inerme a los africanos y afrodescendientes esclavizados. Más bien conviene pensar al marco jurídico relativo a la esclavitud como un ámbito que brindó intersticios para que los esclavos desplegaran estrategias de resistencia y adaptación que les permitían socavar el poder de sus amos. De esta forma, en algunas ocasiones acudiendo a las justicias trasladaron al plano de su realidad cotidiana derechos abstractos plasmados en la legislación o en otros órdenes normativos. 16Pero… ¿cuáles eran estos derechos?

Condición jurídica y asistencia legal a los esclavos en la época virreinal

En Hispanoamérica, los esclavos eran concebidos como una cosa, un bien mueble que podía ser comprado, vendido, heredado, etc. Mientras estuvieran bajo este particular estatus jurídico, debían obedecer y servir a sus amos, ya que no disponían libremente de su persona. 17Pero a los esclavos también se los consideraba personas, ya que un viejo precepto en vigor establecía que la libertad era el estado natural de todos los hombres. 18Por eso los amos no tenían un poder absoluto sobre sus esclavos. Por ejemplo, no podían quitarles la vida, y si lo hacían, eran pasibles de ser juzgados como homicidas. 19Tampoco podían maltratarlos, y debían vestirlos y alimentarlos adecuadamente. Los castigos ante cualquier desobediencia tenían que ser “correccionales”. 20En caso de incumplir con estas obligaciones, el juez podía determinar la venta del esclavo a otro dueño por un precio justo. Los esclavos además tenían derecho a ser bautizados, casarse, asistir a misa, integrar cofradías y participar de las fiestas religiosas. 21

Muchas de estas disposiciones que mencionamos se remontaban a un cuerpo legislativo del siglo XIII, que conservaba toda su vigencia en las postrimerías de la colonia: Las siete partidas del rey Don Alfonso el Sabio . La historiografía también ha prestado atención a una Real Cédula de 1789 que regulaba variados aspectos de la vida de los esclavos. 22Pero el marco jurídico regulatorio de la esclavitud no se restringía a las normas escritas, ya que como todo derecho de Antiguo Régimen se nutría de jurisprudencia, obras doctrinales, costumbres, preceptos bíblicos, etc. 23 Las justicias también solían hacer excepciones a la regla, cuando razones de equidad, piedad o misericordia lo ameritaban, atendiendo a la particularidad de cada caso. 24Por ejemplo, los esclavos durante mucho tiempo ejercieron un derecho que no tenía un claro fundamento en las leyes, la autocompra de su propia libertad. 25Según las Partidas , la manumisión solo podía realizarse por donación del amo, por testamento o por una serie de causas excepcionales. 26El último derecho que mencionaremos –el cual debía funcionar como salvaguarda de todos los demás– era el de la asistencia judicial. Los esclavos podían presentarse por su cuenta –o por medio de terceros– ante las justicias cuando querían demandar a sus amos o resguardar su libertad ante una esclavización ilegal. 27No solo eso: por ser considerados pobres y miserables , contaban con el patrocinio gratuito de algunos agentes de justicia tanto en los juzgados de primera instancia –ayuntamientos– como en los más altos tribunales de justicia –Reales Audiencias–. 28

Diversos estudios han señalado que en la Buenos Aires tardocolonial los esclavos acudieron a la Justicia con cierta asiduidad, para hacer valer sus derechos. 29En la capital virreinal era responsabilidad del defensor de pobres del Cabildo asistirlos judicialmente patrocinando sus demandas. Y así lo hicieron, aunque no siempre. Dicho oficio había sido creado en 1721 y era asignado por el término de un año a un regidor. Además de ser rotativo, era gratuito, ya que se consideraba una carga pública. 30Ninguna norma específica establecía de forma taxativa que los defensores de pobres tuvieran que patrocinar a los esclavos. Las ordenanzas capitulares de 1695 guardaban silencio al respecto. Sin embargo, en muy pocas ocasiones los defensores intentaron excusarse de asistir a los esclavos. 31También fueron contadas las veces que los amos impugnaron el patrocinio ejercido por estos regidores, sin éxito. 32Ello sin duda se debía a que nadie dudaba de que los esclavos eran miserables , dignos de amparo judicial. Los defensores de pobres eran legos y se contaban entre los vecinos más distinguidos y acaudalados de la ciudad. Casi todos ellos se ganaban la vida como comerciantes mayoristas y era común que poseyeran varios esclavos. 33Incluso unos pocos defensores practicaban el tráfico de esclavos a gran escala, como Tomás Antonio Romero. 34Como integrantes de la elite local, en ocasiones explicitaban sus prejuicios y temores sobre la población de color, cada vez más numerosa en la ciudad. 35No faltaron tampoco quienes –antes o después de ocupar la función– fueron denunciados por sus propios esclavos por malos tratos. 36Socialmente los defensores de pobres tenían muchas más cosas en común con los amos denunciados que con sus asistidos.

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