Florencia Guzmán - El asedio a la libertad

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El asedio a la libertad conjuga novedosos y agudos aportes que contribuyen a examinar y problematizar los procesos de abolición y posabolición de la esclavitud en el Cono Sur durante el siglo XIX, en armonía con la producción internacional sobre la temática. A través de las páginas se analizan los sinuosos caminos de desigualdad y sojuzgamiento a los que fueron sometidos los descendientes de africanos antes, durante y después de su emancipación.
La centralidad de la raza como categoría de análisis constituye una de las novedades más importantes que exhibe este libro, que proporciona claves, hasta ahora poco exploradas, para indagar acerca de cómo la raza ha influido en el desarrollo de los procesos históricos vinculados con la abolición de la esclavitud. Asimismo, se atiende a los estereotipos ligados a la esclavización que darían cuenta de la condición de precariedad de la libertad en el devenir cotidiano.
A lo largo del libro surge el interrogante acerca de si las ideologías de «inclusión racial» y la «retórica de la igualdad», que circulaban contemporáneamente a los procesos de abolición en el Cono Sur, lograron trascender sus historias coloniales de esclavitud y desigualdad racial.

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Algo interesante a señalar es que los defensores de pobres no monopolizaban la representación de los esclavos en sus causas judiciales. Por ejemplo, muchos esclavos presentaban sus quejas directamente al virrey, eludiendo las alcaldías ordinarias del Cabildo y el patrocinio del defensor de pobres. 37Es probable que entendieran que la autoridad del virrey podía ser más receptiva a sus reclamos, teniendo en cuenta los estrechos lazos de amistad, comerciales, familiares y de clase que podían llegar a unir a los regidores con los amos denunciados. 38¿Qué sucedía con las causas de los esclavos que se tramitaban en los juzgados ordinarios? Aquí sí tenían intervención los defensores de pobres, pero no en todos los casos, ni siquiera en la mayoría. 39Muchas veces un tercero redactaba los escritos de los esclavos “a ruego”. En otros casos los escritos no llevaban ninguna rúbrica, firmaban los mismos esclavos, un familiar de ellos, o los representaba un letrado. La intervención del defensor correspondía en la mayoría de los casos a una disposición del magistrado interviniente. 40El desempeño de los defensores de pobres al representar judicialmente a los esclavos era extremadamente variable. Algunos de ellos ejercían el oficio con displicencia, o en abierta complicidad con los amos. Pero otros tenían un desempeño notable, simpatizando incluso con los reclamos de sus asistidos. En estos últimos casos, las estrategias y los argumentos utilizados eran múltiples y variaban de acuerdo con el tipo de demanda iniciada. Los defensores de pobres en general buscaron reprimir y aminorar los abusos a los que daba lugar la esclavitud. No eran abolicionistas. Sin embargo, en el ejercicio de su labor en ocasiones cuestionaron las bases sobre las cuales reposaba esta institución.

Desde el momento en que los esclavos eran considerados al mismo tiempo una cosa y una persona, era inevitable que existieran conflictos entre amos y esclavos. Mientras los primeros buscaban resguardar su derecho de propiedad, los últimos buscaban conseguir su libertad o ganar espacios de autonomía. Así fue como la disputa entre el derecho de propiedad y las aspiraciones de libertad no nació con el proceso revolucionario; ya existía en la época virreinal. Solo mudó de formas y se intensificó. En apariencia las leyes eran claras. Las Partidas establecían inequívocamente que todo lo que poseían los esclavos pertenecía a sus amos y que nadie podía ser forzado a vender lo que era suyo, negando la posibilidad de que los esclavos acumularan un peculio liberatorio. 41Pero hacia fines de la colonia fue ganando terreno la idea de que los esclavos podían comprar su libertad o ser vendidos a quien quisiera otorgársela a un justo precio, aun contra la voluntad de sus amos. Esta tendencia no llegó a ser indiscutida ni mucho menos, sino que ante cada caso concreto amos y esclavos acudían a los tribunales, teniendo ambos posibilidades de salir triunfantes del pleito. 42Un régimen casuista, que se nutría de múltiples órdenes normativos, permitía diversas resoluciones, todas ajustadas a derecho.

Las invasiones inglesas

La primera invasión inglesa en 1806 se caracterizó por la rápida rendición de las autoridades virreinales. El cuarto decreto que dictó William Beresford como nuevo gobernador de la ciudad establecía “que los esclavos están sujetos a sus dueños como antes, y que se tomarán medidas severísimas con los que trataran de librarse de esa sujeción”. 43Las causas de tal disposición residían en que se observaba un estado de agitación entre los esclavos. Una vez reconquistada la ciudad, en un cabildo abierto se decidió que todos los hombres hábiles se alistaran en los cuerpos armados, en aras de rechazar una nueva invasión. Los esclavos formaron una milicia armados de lanzas y cuchillos. Cuando se concretó la segunda invasión inglesa en 1807, los esclavos milicianos y otros junto con sus amos se destacaron en los combates, razón por la cual el Cabildo decidió premiarlos.

Se resolvió liberar a los mutilados otorgándoles una pensión de 6 pesos mensuales y pagándoles a sus dueños 250 por cada uno. Luego se liberó a 10 esclavos más por haberse destacado en los combates y otros 60 fueron liberados mediante sorteo público. Se resarció a los dueños de estos esclavos ya que el Cabildo pagó el rescate de 30, Santiago de Liniers en representación del rey se encargó de 26 y el rescate del resto fue pagado por particulares y cuerpos de voluntarios. Posteriormente se decidió incluir en el sorteo también a las “morenas y pardas esclavas” que hubieran quedado viudas de los que fallecieron en la reconquista. 44Al año siguiente, considerando que nueve individuos que habían sido sorteados para obtener la libertad no habían aparecido, el Ayuntamiento decidió completar el número de agraciados con otros nueve esclavos elegidos por su mérito en el campo de batalla. El defensor de pobres y el alcalde de segundo voto fueron los designados para tasar a los esclavos en acuerdo con sus amos y extenderles los documentos referidos a su libertad. 45Algunos amos no se presentaron el día fijado para que sus esclavos recibieran su carta de libertad y ellos, el importe correspondiente, por lo que fue necesario volver a convocarlos. 46

El pardo Balentin había resultado herido en los combates contra los británicos, pero no fue beneficiado en el sorteo. En consecuencia, dirigió un petitorio al Cabildo relatando sus servicios a la “patria” y solicitando que al menos se obligara a su amo, residente en Córdoba, a que le extendiera papel de venta por un precio justo. 47Los regidores no solo accedieron a su pedido, sino que lo premiaron con la libertad. Esto generó la violenta negativa de su amo. Los cabildantes informaron al virrey del asunto y resolvieron seguir adelante con la liberación del esclavo, tasándolo a un precio justo e indemnizando a su dueño. El esclavo fue tasado en 400 pesos, casi el doble de la tasación originaria de 250 pesos que había sido fijada unilateralmente por las autoridades. El conflicto llegó a la Real Audiencia, la cual en 1809 falló a favor del pardo Balentin. 48El negro José en 1807 también dirigió un petitorio al Cabildo describiendo sus acciones militares durante la defensa y reclamando que en compensación se obligara a su amo a que le otorgara la libertad, ya que había conseguido alguien dispuesto a abonar un precio justo. 49Al igual que el pardo Balentín, los regidores lo incluyeron entre los nueve agraciados liberados por ausencia de los designados. Pero, para 1810, José seguía siendo esclavo. Ante esta situación el defensor de pobres elevó una solicitud al ayuntamiento. Dos tasadores, uno nombrado por el defensor de pobres y otro designado por el amo, acordaron tasar en 500 pesos al esclavo. Finalmente, el negro José pudo concretar su libertad. 50

Balentín y José tuvieron la suerte de ingresar en la segunda tanda de agraciados por el Cabildo porque previamente se dirigieron a la Justicia buscando ser recompensados por sus méritos. Con posterioridad tuvieron que defender la gracia recibida en los tribunales. No fueron los únicos que tuvieron que dirigirse al Ayuntamiento para efectivizar su libertad. Un esclavo decía no poder gozar del beneficio porque en la lista con la que se hizo el sorteo se equivocaron y le colocaron otro nombre de pila. 51Otro argumentaba que cuando acudió al amo para notificarle la libertad que le había sido concedida, este aseveró que en realidad el agraciado no era él sino un homónimo. 52Hubo muchos otros esclavos que creían tener derecho a ser liberados por haber peleado contra las tropas británicas, aunque no habían sido sorteados ni elegidos. Y se dirigieron a las justicias –tanto al cabildo como al virrey– resaltando su servicio a “Dios, el rey y la patria”, con éxito dispar. 53Un caso en contrario fue el del esclavo Manuel Antonio Picabea, quien renunció a su derecho a entrar en el sorteo de los esclavos que iban a ser liberados. La causa de tal decisión era que el involucrado no quería “incurrir en ingratitud para con su señora, que por septuagenaria, pobre y achacosa no tiene otros auxilios que los suios”. El cabildo accedió a tal petición y premió al esclavo con cincuenta pesos. 54

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