Seda de Florencia
Pilar De La Rosa
© Seda de Florencia
© Pilar De La Rosa
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1ª edición: 2020
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CAPÍTULO I
Al oír la voz de Carmiña anunciando que habían llegado, se despertó y, durante el tiempo necesario para salir de su taller y regresar al mundo real, permaneció con los ojos cerrados. Al abrirlos, vio su casa y empezó a olvidar el cansancio del madrugón y del viaje. Salió del coche con cierta premura, necesitaba aspirar el aire cálido y familiar de su hogar. Una vez dentro, recorrió despacio las estancias paseando la mirada por los muebles, las cortinas, los cuadros y los objetos que junto a sus padres había ido reuniendo. Todo estaba en su lugar, como le gustaba. Había pasado allí todo el mes de agosto y parte de septiembre, pero le parecía que hacía una eternidad que no se encontraba en Pontes. Se acercó al fuego y extendió las manos mientras Gisela y Carmiña sacaban las maletas del coche y las subían a las habitaciones. Aquel viaje no era de recreo, si estaba allí era para tomar una decisión que la tenía intranquila desde hacía unas semanas. Una decisión que no era solo de su incumbencia, puesto que todas sus compañeras estaban involucradas, pero estaba segura de que una vez tomada le haría recuperar la serenidad. Pasados unos minutos en que no dejó de pensar en la propuesta de Jimena Rovira, Carmiña entró acompañada de Aníbal, su gran pastor alemán. El animal se acercó a ella ladrando y sin dejar de mover el rabo.
—¿Me echabas de menos? —le dijo mientras le acariciaba la cabeza—. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
—¿Le preparo una tisana o un café con leche? —le preguntó Carmiña—. Después del madrugón y el viaje, debe de encontrarse cansada.
El avión había despegado a las ocho, así que habían salido de casa a las seis. Del viaje no podía quejarse, Gisela, que era joven y fuerte, se encargaba de cargar y descargar maletas, el vuelo había salido a su hora y Carmiña las esperaba en Castrillón; pero levantarse a las cinco y media de la madrugada no le había sentado nada bien.
—Me vendría muy bien un té bien caliente. ¿Gisela?
—Está arriba. Me ha dicho que iba a deshacer las maletas.
A Gisela no le gustaba mucho Pontes en invierno, la agobiaban aquellos cielos grises y la lluvia casi perenne. Pero, sobre todo, porque allí no tenía amigas; eso no se lo había dicho, pero lo suponía. Carmiña regresó a los pocos minutos con una tetera humeante, una gran taza y un plato con pequeñas pastas, sin duda caseras, sobre una bandeja de madera pintada, una de las muchas que ella había hecho unos años atrás. La dejó sobre la mesita, echó unos cuantos leños a la chimenea para reavivar el fuego y se sentó a su lado.
—¿Tú no tomas nada? —Carmiña negó con la cabeza—. Pues también te has debido de levantar bien temprano para encender la chimenea y estar a las nueve en el aeropuerto.
—He tomado un buen desayuno antes de salir. Si no como, desfallezco por el camino. De la chimenea se ha encargado Carlos. Hará como una hora que vino, no me gusta dejarla encendida mucho tiempo sin que haya nadie.
—¡Qué bien me tratáis! —Cogió una de las pastas—. ¡Qué buenas están! A mí me pasa lo contrario, temprano no puedo tomar nada.
El olor de la leña de roble al quemarse junto al té y las pastas hicieron que el mal cuerpo del madrugón fuera remitiendo. Le preguntó por sus negocios y el pueblo, por la familia ya lo había hecho en el coche. Carmiña y su marido tenían una granja ecológica, que funcionaba muy bien, y tres casas rurales que en verano casi siempre estaban ocupadas. Del pueblo poco había que contar, en invierno era como un oso durmiendo en su madriguera, le decía Carmiña. Las mujeres iban saliendo cada vez más, a la gimnasia de mantenimiento y a las actividades del hogar; los hombres seguían reuniéndose en el bar para la partida de cartas. En cuanto anochecía, el pueblo parecía deshabitado, solo se oía el rumor de algunas televisiones y algún que otro chavalillo que regresaba corriendo a su casa. Bebió el té sorbo a sorbo para disfrutar del sabor, seguro que estaba hecho con las hierbas que Carmiña cultivaba.
—Así que ayer te llamaron —dijo recordando la conversación que habían mantenido en el coche, antes de que se durmiera.
—Están impacientes, si no vienen esta tarde es porque saben que después de comer van a necesitar una buena siesta.
Todas agitadas desde el momento en que Jimena Rovira hizo su propuesta de llevar Seda de Florencia a la universidad. Afortunadamente, ya no quedaba mucho tiempo para que entre todas tomaran una decisión.
—Esta tarde llamaré a Antonia. La verdad es que todavía no tengo claro si debemos dejar que Seda se estudie en la universidad…
—Pues debe ser la única, porque todas están encantadas con el proyecto —contestó sonriendo.
—Por eso me he venido. Mi primera intención era esperar a que Martina se recuperara y pudiera estar en la reunión; faltarán ella y Marce —comentó con melancolía—. ¿Qué tal está?
—Ya no reconoce a nadie la pobrecita.
—No sabía que estuviera tan mal.
Había ido a verla en el verano, al poco de llegar a Pontes. La residencia la deprimió tanto que no fue capaz de volver. Salió pidiéndole a Dios que nunca tuviera que estar en un lugar como aquel, como también lo hacía las veces que iba a visitar a María Rosa. Reconocía que las instalaciones eran buenas y que el personal, muy cualificado, se esforzaba por atenderles, pero la decrepitud a la que habían llegado esos ancianos dependientes y sobre todo el constatar que muchos eran de su edad le angustiaba… Ya daba igual que no volviera, Marce no se lo tendría en cuenta, tampoco se acordaría de Seda de Florencia. Siempre había considerado a Marcela la más torpe de todas ellas y también la más trabajadora, y eso era difícil de conseguir. Fue la última en incorporarse. Cuando ya había dado por cerrado el grupo, Adela la acompañó una tarde hasta su casa para decirle:
—Tengo que pedirle un favor. ¿Podría contratar una mujer más? Es una sobrina de Dolores, en su casa están pasando mucha necesidad. —Parecía que le costaba hablar—. No es tan buena bordadora como Juana o Sole, pero tiene muy buena disposición.
Eran tres hermanas; Marce la mayor, con 19 o 20 años. Al padre, que era primo del marido de Dolores, le habían disparado aquella noche en un pie y por temor a que le detuvieran permaneció escondido en su casa, hasta que Marce avisó al doctor Sousa al ver cómo se le iba hinchando el pie. Su padre no pudo salvárselo. Solo la pierna, gracias a la penicilina que le inyectó. Sin embargo, esto nunca lo dijo; no comentaba sus casos con su familia. Al menos, no con sus hijos. Supuso que gran parte de los viales corrieron a su cargo. La madre de Marce era mujer de pocas luces que no sabía hacer nada, salvo lamentarse y llorar. No podía decirle que no a Adela. Además, las ventas empezaban a ir muy bien, así que no les vendría mal una persona más, aunque no fuera para las labores más delicadas.
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