Cuando salió, en junio de 1941, su precio era de cincuenta céntimos. Desde entonces gozó del favor del público y provocó la irritación de las autoridades. Se definía como «la revista más audaz para el lector más inteligente». Era toda una declaración de intenciones: había que ser audaz para publicar La Codorniz en la España de aquellos años y el humor de sus páginas necesitaba de cierta capacidad por parte del lector para captar el mensaje entre líneas o vislumbrar el fondo que encerraban las viñetas de sus dibujantes. Trabajaron en ella los mejores humoristas, como Edgar Neville, Enrique Herreros, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Mingote, Wenceslao Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Gila o José María González Castrillo, que popularizó el seudónimo de Chumy Chúmez.
Sus más de tres décadas de existencia hicieron que su historia estuviera llena de multas, suspensiones y secuestros, aunque no es menos cierto que muchas de esas acciones punitivas estuvieron más en la imaginación de los lectores que en la realidad, hasta el punto de que terminaron creando una auténtica leyenda de heroísmo en torno a la publicación.
En sus páginas se hacía mucho humor absurdo y vanguardista. Pero lo más importante para una parte no pequeña de sus lectores era su capacidad para poner en solfa la realidad que mostraba el Régimen a través de su sistema de propaganda. Desde sus números se cuestionaron muchos de los tópicos que el franquismo difundía. Álvaro de Laiglesia llevaba a sus páginas realidades de la vida cotidiana. Según Santiago Aguilar 5 , La Codorniz buscó «un humor del absurdo que dinamitó los tópicos del franquismo… la revista se orientó hacia una crítica de la vida cotidiana cargada de pólvora en sus dibujos y en sus artículos». Utilizó mucho el doble sentido, lo que le permitía burlar a la censura y hacer realidad el subtítulo que, desde su portada, calificaba a sus destinatarios como lectores inteligentes. Era el lector el que completaba lo que ingeniosamente se le ofrecía. Reflejó tanto aspectos de la vida cotidiana como grandes acontecimientos. Se satirizaba a las personalidades y se trataban con humor cuestiones que resultaban incómodas para el franquismo.
La Codorniz alcanzó extraordinarios niveles de difusión, con tiradas muy elevadas. En los primeros años, unos treinta y cinco mil ejemplares, cifra muy alta si tenemos en cuenta que cincuenta céntimos era un precio prohibitivo para muchos, y otros, los que disponían de ellos, no podían destinarlos a comprar una revista. No perdamos de vista que estamos hablando de los primeros años de la posguerra. Bajo la dirección de Álvaro de Laiglesia se situó en torno a los ochenta mil ejemplares y en los números extraordinarios llegaron a superarse los doscientos cincuenta mil. Se trata de cantidades elevadísimas, teniendo en cuenta que los españoles nunca se han caracterizado por sus altos niveles de lectura 6 .
Se tensaban hasta el límite las posibilidades de crítica con un ojo puesto en la censura, que, en numerosas ocasiones, no fue posible esquivar. Más allá de ver recortadas o modificadas algunas viñetas, e incluso páginas enteras, la revista sufrió multas y, como se ha indicado, secuestros de ediciones, en alguna ocasión cuando se encontraban ya distribuidas en los quioscos, lo cual convertía los ejemplares que habían escapado a la recogida en verdaderos tesoros. La imaginación, los rumores y las exageraciones ponían en circulación afirmaciones acerca del número retirado que no siempre eran ciertas. Se hablaba, sin conocerlos, de los contenidos que habían motivado el secuestro, algo que no hacía sino aumentar el prestigio de la publicación.
Avanzada la década de los sesenta y durante los primeros años de los setenta la suspensión fue frecuente. Se prohibía su salida durante varias semanas y, cuando La Codorniz volvía de nuevo a estar a disposición del público, los ejemplares volaban literalmente, porque todo el mundo quería conocer lo antes posible la respuesta al castigo impuesto: a veces, los redactores, como el toro con casta, se crecían con la sanción. La salida resultaba efímera porque volvía a imponérsele otra vez la pena de suspensión.
La Codorniz formó para de la vida cotidiana de los españoles y se convirtió en un referente del humor crítico. Tanto es así que muchas de las cosas que salían del ingenio particular se atribuía a la revista. Se afirmaban cosas que nunca se publicaron en sus páginas y era tema de conversación una portada que nunca se imprimió. El propio Álvaro de Laiglesia lo confesaba en un libro publicado en 1981 7 . Uno de los bulos que se expandieron aludía a la portada, que se hizo famosa, con que la revista habría salido tras uno de los periodos de suspensión, en la que se decía: «Bombín es a bombón como cojín es a X. Nos importan tres X que nos cierren la edición». Se adjudica a La Codorniz el chiste en el que el conocido como «hombre del tiempo» de televisión, en la época Mariano Medina, aparecía delante de un mapa y señalaba que se había impuesto en toda España un fresco general procedente de Galicia, juego de palabras que, habida cuenta de la condición de general y gallego de Francisco Franco, podía ser interpretado como una crítica. También se decía que el título de la revista había aparecido como Codorniz La , cuando, al nacer el nieto del dictador, el hijo del doctor Martínez-Bordiú y de Carmen Franco, decidieron alterar el orden de sus apellidos y llamarlo Francisco Franco Martínez Bordiú.
El final de La Codorniz , que durante tantos años había sido capaz de interesar a lectores que se declaraban franquistas y, desde luego, a quienes no comulgaban con las ruedas de molino del Régimen, vino con la llegada de las libertades que trajo la Transición; a partir de entonces perdió el interés de los lectores jóvenes. Se había quedado anticuada. Algunos de sus humoristas más señalados la abandonaron y nuevas formas de ejercer la crítica, como las de Hermano Lobo , se abrían paso . Con su final, en las postrimerías de 1978, desaparecía también una parte de lo que había sido la vida cotidiana de los españoles durante los años del franquismo.
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1Gabriel Cardona: Cuando nos reíamos de miedo. Crónica desenfadada de un régimen que no tenía ni pizca de gracia.
2Ana María Vigara Tauste y Pgarcía: «Sexo, política y subversión. El chiste popular en la época franquista ».
3 Cuando nos reíamos de miedo , op. cit. , p. 82.
4Muchos recordarán c ómo el recientemente fallecido ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno de Felipe González, Fernando Morán López, fue objeto de toda clase de chistes. Se hizo célebre la expresión: «¿Conoces el último de Morán? », para referirse al más reciente de los chistes protagonizados por el ministro. El perfil público de Fernando Morán estaba muy lejos de mostrarlo como una persona que se prestase a las humoradas.
5Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo: La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa) .
6Hoy esas cifras pueden parecernos pequeñas, cuando en los años de la Transición e inmediatamente posteriores hubo revistas que alcanzaron tiradas millonarias. Interviú , por ejemplo, llegó a superar con alguno de sus números la cifra de un millón de ejemplares en plena efervescencia del desnudo femenino. Pero no debemos perder de vista que estamos hablando de datos referidos a los años cincuenta y sesenta. En esas fechas la capacidad adquisitiva de los españoles era mucho menor.
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