José Calvo Poyato - La España austera

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Desde la desaparición de las cartillas de racionamiento en 1952 hasta la muerte Franco en 1975 tuvo lugar el llamado «milagro español». Si a comienzos de los cincuenta el hambre no era solo un mal recuerdo, a mediados de los setenta los niveles de bienestar eran más que notables. Entre medias había surgido una amplia clase media como nunca antes en nuestra historia.
Desgraciadamente el enorme progreso económico no fue acompañado de las libertades públicas y los derechos ciudadanos, constreñidos por una dictadura no tan monolítica como a veces se ha dicho.
La España austera es un ameno acercamiento a la vida cotidiana de aquellos años: desde la vivienda, la alimentación, la higiene, la vestimenta y su extenuante aprovechamiento, hasta las distintas formas de ocio y descanso (vacaciones, futbol, televisión, cine, fiestas y celebraciones) pasando por la asfixiante moral, la enseñanza, el humor o el noviazgo y matrimonio de los españoles.
Todos estos cambios se produjeron al tiempo que el turismo se convertía en una importante fuente de divisas y en un disolvente de la mentalidad de los españoles que veían aparecer en su horizonte gris unos exóticos vecinos de los que llevaban décadas artificialmente separados.
Con su característico estilo divulgativo, José Calvo Poyato nos ofrece aquí una documentada mirada de la España de nuestros padres y abuelos, de los años que pusieron las bases imprescindibles de la prosperidad posterior.
Un puñado de imágenes poco conocidas complementan el retrato de ese cuarto de siglo que cambió España para siempre.

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Los pactos con los Estados Unidos fueron decisivos para que el camino emprendido en 1951 con la incorporación de España a ciertos organismos dependientes de la ONU fuera abriendo paso a su entrada como miembro de pleno derecho. Al ingreso de España contribuyó que, tras la muerte de Stalin en 1953, se suavizaran las tensiones internacionales y que en la ONU se impusiera el criterio de que aquellos países que hubieran sido neutrales —la neutralidad de la España de Franco durante la Segunda Guerra Mundial fue muy relativa, bien es cierto— o formaron el grupo de los derrotados en dicha contienda entraran en la ONU. España fue uno de ellos.

El hecho, un verdadero acontecimiento al que el Régimen se encargó de dar una gran resonancia por lo que suponía de éxito político, sucedió el 8 de diciembre de 1955. Hubo quien relacionó la fecha con la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción, defendida en España mucho antes de que fuera declarado dogma de fe por Roma. En la asamblea no hubo ningún voto en contra, y solo dos abstenciones, las de México y Bélgica.

El tiempo del aislamiento internacional de la dictadura franquista había concluido.

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1Más adelante haremos algún comentario sobre esta película de García Berlanga, que refleja de forma extraordinaria el ambiente en que se encontraba el mundo rural y las ilusiones derivadas de la llegada de los americanos. El cineasta utilizó de forma magistral las expectativas —el Régimen se encargó de alentarlas, porque se vendió como un éxito extraordinario en un momento en que había pocas cosas que vender— que habían despertado los pactos con los Estados Unidos, para hacer una crítica social profunda y atinada que solo se explica que escapara a la lupa de los censores porque estaban mucho más pendientes de la exhibición de la anatomía de los actores y actrices, algo que podía dar lugar a pensamientos libidinosos.

4

El humor… posible

Durante el franquismo, los humoristas, profesionales que buscaban la diversión del público mediante chistes, parodias o por otros medios, tuvieron que agudizar mucho su ingenio. Algo que no suele resultar particularmente difícil para los españoles. Tenemos fama de ingeniosos. En tiempos en que falta la libertad, de forma especial la libertad de expresión, esa capacidad ha de afinarse. Así ocurrió en el franquismo, una etapa durante la cual, para poder analizar la realidad, criticándola o satirizándola, cosa que no entraba en los planteamientos del Régimen, había que tirar de agudeza.

La risa tenía algo de subversivo y por esa razón algo de secretismo, al menos en lo que se refería al humor popular, representado principalmente por los chistes. Eran una forma de evadirse de la dura realidad que rodeaba a muchos, frente a esa otra parte de la población que se había creído que vivía en el mejor de los mundos posibles —el Régimen se encargaba de difundir los peligros que acechaban más allá de las fronteras patrias— y entendía que Franco era una especie de premio que la Providencia enviaba al pueblo español por los sacrificios que había hecho por Dios. Esa era la opinión que sobre el Caudillo sostenía el almirante Carrero Blanco.

El humor fue una especie de vía de escape porque el derecho a la risa suplía la falta de otros derechos. Era una suerte de vulneración de las normas imperantes. Una de las pocas transgresiones que, según Ana María Vigara y Pgarcía [sic], podían permitirse los españoles en aquella época. Tanto esta autora como Gabriel Cardona 1 sostienen que los chistes durante el franquismo eran una reacción «hacia el exceso de poder». Eso explicaría que los chistes políticos y verdes fueran invectivas lanzadas contra el Régimen y contra las imposiciones de una Iglesia poderosa que imponía sus normas en todo lo referente a la moral, incluida la moral privada. Señalan que «Si había dos materias cotidianas a las que los españoles podían estar seguros de no tener libre acceso social, esas eran, sin duda, el sexo, rigurosamente vetado y reglado por la Iglesia, y la política, acaparada exclusivamente por el poder 2 . Y, en efecto, proliferaron los chistes sexuales (verdes, pícaros, picantes), como reacción directa contra la presión efectiva y persistente de la Iglesia en esa materia. Buena parte de ellos estaban relacionados con transgresiones del sexto mandamiento; se daba al sexo tanta importancia que el precepto conocía hasta cuatro formulaciones distintas: no fornicarás, no desearás a la mujer de tu prójimo —nada se decía sobre el deseo de la mujer sobre el hombre de la prójima —, no cometerás adulterio y no cometerás actos impuros.

También circularon otra clase de chistes que podemos considerar patrióticos. Eran los que comparaban en situaciones, por lo general, extremas a extranjeros de diferentes nacionalidades —no solía faltar un inglés— con un español, que se mostraba más ingenioso, más valeroso o en general dotado de mayores capacidades. Esa clase de chistes no planteaban mayores problemas, pero aquellos cuyo objeto era ridiculizar a Franco, también muy abundantes, había que contarlos en voz baja y en ambientes de confianza.

Por otro lado, los chistes eran, por regla general, una forma de expresión masculina; lo habitual era que se contaran entre hombres y no entre mujeres, habida cuenta de que estas quedaban más apartadas de la política y desde luego no era adecuado que contasen y ni tan siquiera oyesen los chistes verdes. En materia de sexo la mujer debía ser recatada. Su papel, si era madre, era ordenar a los hijos que fueran cuidadosos a la hora de contar chistes y, cuando ejercían de esposas, advertir a los maridos de lo inconveniente de difundirlos fuera de casa. No se admitía, ni en forma de broma, una crítica contra el Régimen; lo mejor, como opinaba el propio Franco, era mantenerse al margen de asuntos políticos. Se cuenta que en cierta ocasión aconsejaba a uno de sus adeptos en los siguientes términos: «Para evitar problemas, haga usted como yo: no se meta en política». Aunque reúne todos los ingredientes para ser considerado un chiste, la anécdota, al parecer, es real.

Franco aparece ante la historia como un personaje controvertido. Ha sido objeto de adhesiones inquebrantables y de odios profundos. Las diferencias acerca de cómo es entendida su persona y su actuación son profundas. Con Franco no caben medias tintas. En él todo es blanco o negro. Salvador de la patria de las garras de sus enemigos —las hordas marxistas— o un tirano sin sentimientos cuyo único objetivo, tras una guerra particularmente sangrienta, fue mantenerse en el poder, que ejerció de forma implacable durante casi cuatro décadas. Sin embargo, esas diferencias abismales a la hora de percibirlo y enjuiciarlo desaparecen cuando se habla de sus dotes humorísticas. Quienes le conocieron o al menos estuvieron cerca de él afirman que apenas se reía. Era un hombre que carecía del más mínimo sentido del humor y, sin embargo, según Gabriel Cardona 3 , es el personaje de la historia de España que más chistes ha generado.

Desde luego, muy pocas veces se le vio reír en público. El citado autor afirma que, tras haber analizado concienzudamente las imágenes de Franco en el NO-DO, únicamente aparece riéndose en tres ocasiones. Una, cuando se entrevistó con Hitler en Hendaya. Otra, cuando recibió a Evita, la esposa de Perón, en la visita que ella realizó a España en los momentos más duros del aislamiento internacional, durante la cual se le rindieron honores de jefe de Estado. Por último, cuando recibió en Madrid al presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower. Esa falta de sentido del humor —o, tal vez, precisamente por eso— hizo que se convirtiera en objetivo particular de muchos chistes. Algo que no siempre ha ocurrido con los personajes públicos. Sin que se sepa cuál es la razón de ello, algunos tienen un especial atractivo para ser blanco preferente de las invectivas del ingenio 4 .

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