¿De qué universidad se puede hablar allí donde se aceptan sin más las imposiciones de una burocracia autoritaria, por más estultas que sean sus demandas? El miedo a las retaliaciones, a los posibles efectos negativos de la crítica al momento de las acreditaciones o clasificaciones de las instituciones, el temor a los recortes presupuestarios, introducen paulatinamente una corrupción generalizada del espíritu: sometimiento, subordinación, silencios cómplices. No es ajena a esta imposición del autoritarismo la ausencia del debate sobre las cuestiones universitarias, que antecedió a la promulgación de la ley de 2008. Lo que el Gobierno y la Asamblea Nacional llaman «socialización» no pasa de ser la exposición de las decisiones gubernamentales ya tomadas. Ningún razonamiento crítico, ninguna observación que se planteó frente a las proposiciones gubernamentales supuestamente puestas a debate, por más que estuvieran acompañadas de consistentes argumentaciones, fueron tomados en cuenta en la redacción final de esa ley, como de otras promulgadas en este período.
Mirada desde otro ángulo, la reforma de la educación superior emprendida por la «revolución ciudadana» es la continuidad de los propósitos de modernización universitaria que provienen de mediados del siglo XX. Estos se inscriben en los programas del «desarrollo» propuestos por la CEPAL, la Alianza para el Progreso, y también por la izquierda y los populismos que impulsaban la liberación nacional o la liberación latinoamericana. Sin embargo, hay una modificación importante en las últimas décadas. Si el desarrollo fue pensado a mediados del siglo pasado en el horizonte del Estado nacional, hoy, debido a la globalización neoliberal de la economía y de la política, solo puede concebirse en conexión con los intereses de las corporaciones transnacionales o las grandes empresas del capitalismo estatal. ¿Acaso el sueño ingenuo o frívolo que está detrás de la «ciudad del conocimiento» no es llegar a tener el vínculo con esas corporaciones? Por lo tanto, la continuidad del desarrollismo ha de ser analizada tomando en cuenta el tránsito de la «nación» a la «globalización», de cara a la reubicación de la economía del Ecuador dentro del sistema capitalista mundial. La universidad que concibe el desarrollismo neoliberal se inscribe en ese desplazamiento. La defensa de la universidad como espacio público democrático, como ámbito abierto a la búsqueda del conocimiento, a la crítica y a la disensión, como lugar de la libertad del pensamiento y la palabra, nos obliga a pensar en ese desplazamiento: de la «nación» a la «mundialización», de la unidad homogeneizadora de la «cultura nacional» al pluralismo, de la identidad al despliegue de lo múltiple y diverso —que se conjunta a la vez que se dispersa.
Medio siglo de mi vida ha transcurrido en universidades, primero como estudiante y luego como profesor. He enseñado en universidades públicas y privadas, localizadas en distintas ciudades del Ecuador; he asistido a cursos y seminarios en varias de ellas y del extranjero; he sido profesor visitante en otras. Durante algunos años fui Secretario General del Consejo Nacional de Universidades y Escuelas Politécnicas, y tuve a mi cargo la dirección del proyecto «Misión de la Universidad Ecuatoriana para el siglo XXI». A lo largo de esa historia personal, he procurado mantener ante todo la honradez intelectual. No he dejado de actuar, como muchos de mis colegas, en todo momento, procurando mantener la «calidad» de nuestro trabajo académico, si por esta calidad se entiende el dar curso, con base en la cooperación entre profesores y estudiantes, al pensamiento crítico, al debate de ideas, a la búsqueda del conocimiento a través de la interlocución y de la reflexión compartida. Al mirar críticamente algunos documentos que se produjeron en el pasado, siempre a partir de la cooperación y el diálogo, hoy considero que en ocasiones pudimos vernos involucrados en la ideología desarrollista que aquí se critica. Más aún, aunque las expectativas de mejora cualitativa de las universidades que tuvimos al impulsar ciertas propuestas nunca se inscribieran, según considerábamos, dentro de la ideología tecnocrática neoliberal, hay fronteras donde la incertidumbre lleva a que las propuestas tecnocráticas y las que quieren ser críticas parezcan aproximarse. Esta proximidad tiene que ver ciertamente con la idea de «desarrollo», con la insistencia en tener una universidad que «sirva al desarrollo nacional». Un caso que ilustra la dificultad de actuar desde una posición crítica es el que se relaciona con la evaluación y la acreditación de las universidades. ¿Quién podría estar en principio en desacuerdo con la necesidad de contar con mecanismos que garanticen el cumplimiento de los propósitos académicos fijados por las propias instituciones universitarias o politécnicas? Sin embargo, la cuestión que está en juego es precisamente la de esos mecanismos. Si estos se orientan de manera fundamental por la eficacia, la eficiencia y la pertinencia que demandan el mercado, las empresas o el gobierno (a pretexto, por ejemplo, de subordinación a planes nacionales de desarrollo o a planes del «buen vivir»), la universidad pierde la necesaria autonomía que requiere el pensamiento crítico, e incluso puede llegar a perder de vista los objetivos del desarrollo social, de la democracia o la justicia. Si la pertinencia se mira desde el punto de vista del desarrollo social y de la consecución de espacios públicos democráticos, cambian significativamente los parámetros. No se esperará, en este caso, tener una versión aldeana del MIT en alguna provincia ecuatoriana, sino una universidad o una politécnica que aporten propuestas para solucionar los graves problemas de alimentación, de salud y salubridad, de vivienda o de seguridad ciudadana que tiene la población del entorno; una universidad donde se debatan ampliamente todos los problemas que competen a la convivencia entre ecuatorianos, y los problemas que tienen que ver con el destino de los seres humanos en una época en que el capitalismo nos conduce hacia catástrofes de imprevisibles consecuencias. Más allá de ello, cabe preguntarse: ¿cuáles pueden ser la «eficiencia» o la «eficacia» de la filosofía, de la historia, de la literatura, de la psicología o del psicoanálisis, en fin, de las humanidades? ¿Acaso hay alguna pertinencia de las humanidades que se pueda medir según el número de titulados o con las respuestas memorísticas que den los estudiantes ante los exámenes de «evaluación de carreras», o por el número de artículos publicados en «revistas indexadas»? ¿Qué tiene que ver el esfuerzo desplegado para pensar críticamente las configuraciones culturales con los índices anuales de productividad de artículos fijados por cualquier burócrata, y no se diga con el número de sillas o de teléfonos con que cuenta la oficina del profesor, como se me consultó la última vez en que recibí, dentro de una visita de evaluación externa, a un «par académico»?
La estructura del libro
La primera parte del libro, «Las reformas universitarias en el Ecuador: de la “formación de la nación” al “desarrollo”. (Para una crítica de la idea de universidad en la ideología desarrollista)», es el resultado de un trabajo de investigación auspiciado por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y realizado en su Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura desde el año 2011 hasta finales de 2013. En esta parte, siguiendo la diferenciación que se estableció en el debate que tuvo lugar a mediados del siglo pasado en América Latina, se contrastan las posiciones de la «segunda reforma» con las de la llamada «modernización» universitaria. El núcleo de esta parte es el vínculo que surge ante el análisis crítico, en un primer acercamiento, entre las posiciones de Manuel Agustín Aguirre, rector de la Universidad Central del Ecuador, y Hernán Malo González, rector de la PUCE. Con Aguirre se asocia una figura fundamental de la «segunda reforma» en América Latina, Darcy Ribeiro, rector-fundador de la Universidad de Brasilia, así como con Malo se asocia el jesuita Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Sin embargo, al considerar el contexto del desarrollismo, aparece una cuestión inquietante: la afinidad de objetivos que de pronto emergen entre los postulados de la modernización y los de la reforma, afinidad que se deriva de cuestiones ideológicas compartidas en torno al desarrollo. Ello conduce a problematizar la idea de universidad implícita en los reformistas, en Aguirre o Malo, y a rastrear la deriva de nociones surgidas en la Ilustración, el Idealismo alemán y el Romanticismo, que fueron el sustento de las ideas de universidad prevalecientes en América Latina hasta, al menos, finales de los años 70 del siglo pasado. Esta idea de universidad, cuya función básica sería la formación de la nación, o de la cultura nacional, se imbrica con la idea de desarrollo. Tal articulación se produce bajo la determinación de los proyectos de liberación nacional o social o del pueblo, que enmarcan las ideologías de la izquierda de procedencia marxista y de la teología de la liberación —o al menos de las consecuencias del Concilio Vaticano II en el ámbito católico—. Sin embargo, tanto Aguirre como Malo dejan abierta la cuestión sobre lo que es la universidad, sobre todo a partir de sus respectivas «angustias» que se perciben a través de la lectura crítica.
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