Dorothea Schlickmann - José Kentenich, una vida al pie del volcán

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José Kentenich, una vida al pie del volcán: краткое содержание, описание и аннотация

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Biografía del Padre José Kentenich con datos inéditos de su vida apasionante. Una vida de dramatismo y riesgo. Una misión para los nuevos tiempos. Su biografía enciende una luz de esperanza con el siguiente mensaje alentador: la vida puede triunfar y expandirse aún en las condiciones más difíciles.

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Para él cada vez se hacía más claro que si no existía la verdad, tampoco existía Dios; y si no existía Dios, toda nuestra vida no tendría sentido. Había llegado al límite, al límite de su existencia mental y psicológica. Todo lo que hasta ese momento había constituido su vida, sus luchas desde la infancia, la fuerza que lo había sostenido hasta ese día en medio de las dificultades de la vida, todo eso se tambaleaba ahora terriblemente.

“Periculosam incedit viam” había escrito un profesor sobre él en su informe: “Va por un camino peligroso”. José jugaba con fuego, se movía al borde del cráter del volcán y tenía la sensación de que en cualquier momento se precipitaría al abismo, podría caer presa de enajenación mental. “Fueron luchas tremendas”, escribiría años más tarde. Pero no se rindió; luchó por aquello en lo que estaba anclada su vida. Porque una cosa era cierta: si ese volcán finalmente entraba en erupción, no habría escapatoria para él. Tenía que haber una salida; pero aún no había salvación a la vista.

Las luchas dejaron huellas. No asombra que José Kentenich diese a los demás la impresión de ser una persona extraña, muy seria y cerrada. En vez de mantener una actitud prudente y diplomática en la rutina estudiantil, con sus preguntas críticas irritaba no sólo a los profesores sino en parte también a sus compañeros, que preferían una vida más tranquila.

En esos años José “padeció el suplicio de Tántalo del hombre moderno”, como él mismo lo llamara. Pero justamente esa experiencia lo ayudó a entender las “dudas de fe”, el “escepticismo” y el “pensar mecanicista” que en su análisis de la realidad separa, como con un bisturí, cosas que van y deben ir juntas. Por esa vía José estuvo en condiciones de desenmascarar peligros. Y logró comprender el pensamiento de quien era considerado el gran “odiador de Dios” y a la vez protagonista de una nueva era: F. W. Nietzsche. A menudo José Kentenich se refería a él; jamás lo demonizó, porque él mismo había pasado por similares crisis intelectuales. Pero a diferencia de él, Kentenich halló en edad relativamente joven una solución a la atormentadora cuestión de Dios que inquietara a Nietzsche durante toda su vida.

Un episodio que tuvo sus consecuencias

En razón de su innegable talento intelectual - su rendimiento fue siempre “digno del mayor elogio”-, José era convocado a disputas. En una de ellas, en mayo de 1908, planteó contraargumentos tan serios que los tres estudiantes que oficiaban de “defensores” se vieron derrotados. Tuvo que intervenir entonces el profesor de dogmática, Juan Hettenkofer, que era asimismo miembro del Consejo Provincial. Pero finalmente se le agotaron sus argumentos; hizo valer entonces su autoridad de especialista, porque al fin y al cabo él era el experto en ese campo. Pero con inexorable consecuencia José Kentenich le respondió con un axioma en latín: “Lo que puede ser afirmado sin pruebas puede ser rechazado sin pruebas”. Un murmullo general corre por el salón: un “¡oh!” de asombro y a la vez de regocijo entre los estudiantes, y un “¡esto es inaudito!” entre los profesores. Más tarde el estudiante Kentenich tomó conciencia de que en aquel momento él sólo apuntaba a la verdad y no había tenido en cuenta que el profesor era muy susceptible. Admitió que había sido una falta de tacto de su parte, que había avergonzado a su profesor delante de todos. Una señal de su inmadurez… El episodio acarreó después una consecuencia preocupante.

En agosto de 1909 se realizó la votación para la admisión a la así llamada profesión perpetua. Tres de los cinco miembros del Consejo Provincial, entre ellos el prof. Hettenkofer, votan por la no admisión de José Kentenich. Aducen que José sería poco dócil en su relación con las autoridades y que su fe sería vacilante. ¿Quién podría estar seguro de que, ordenado sacerdote, perseveraría? El P. Kolb, miembro del Consejo Provincial, convoca al joven seminarista y le pregunta: “¿Sabe ya el resultado de la consulta? Su breve respuesta: “Sí” - “¿Qué dice usted? - “Dios lo ha dispuesto así” - “¿Qué piensa hacer ahora?” - “En primer lugar, obtener mi bachillerato”. En efecto, en caso de no ser admitido al sacerdocio, para cursar una carrera universitaria necesitaba un bachillerato con reconocimiento estatal.

El P. Kolb queda admirado por el muchacho: “Ahí estaba él: delgado, pálido, enfermizo. Pero de alguna manera, a la vez, impertérrito”. Al P. Kolb le asomaron las lágrimas. Despide a José con la recomendación de que “por ahora no haga nada”. Se encontraba en el filo de la navaja. Para José todo estaba en tela de juicio, todo para lo cual había vivido hasta entonces: el sacerdocio. Ningún seminario lo recibiría si era despedido de allí.

En 1909 José Kentenich ya había pasado por años muy difíciles de lucha, de ahí su certeza de que sólo había una tabla de salvación para él: entregarse sin condiciones al Dios buscado, al Dios puesto en duda; dejar todas las cartas en su mano, tal como lo consigna en su diario: Dar los pasos siguientes “tomado como un niño de la mano de su padre poderoso”. Es la única posibilidad de evitar la desesperación. “Dios es quien dispone las cosas…”. Así, en esa delicada situación, se tranquiliza. Hay algo que lo sostiene. No; hay alguien que lo sostiene. En él existe una fuerza que no proviene de él; la experimenta y se asombra…

El P. Kolb cierra la puerta pensativo, luchando aún con las lágrimas, y retorna a su escritorio. ¡Qué trágico destino! Conoce a José Kentenich desde el noviciado mejor que cualquier otro Padre; y está convencido de que se le hace una injusticia al estudiante. Por último él es su confesor y conoce su serio empeño, la fiel observación de todo lo que era importante para José desde el noviciado; conoce la noble sensibilidad de ese joven, sus intenciones honestas, su talento excepcional. A menudo no se entiende a hombres de tales características, se los juzga erróneamente. ¿Pero por qué era tan obstinado y sincero hasta el autoaniquilamiento? ¿De dónde ese afán de saberlo todo?

El P. Kolb estaba desconcertado. ¿Qué hacer? ¿Escribir a Roma solicitando una revisión de la decisión? El correo toma su tiempo y cuando arribara la respuesta sería ya demasiado tarde. Tenía que haber otra salida. Hablaría de nuevo con cada uno de los miembros del consejo para al menos hacer cambiar de opinión a uno de ellos, explicarle que se estaba cometiendo una injusticia.

Y eso es lo que pasa a hacer enseguida. A través del diálogo personal endereza algunas cosas. Cuatro semanas luego de la primera resolución, el P. Kolb vuelve a convocar la “consulta” y solicita - algo que en la historia palotina quedó como un caso único - una nueva votación. Se saca las bolillas de la urna de votación: esta vez tres blancas para el “sí” y dos negras para el “no”. De ese modo se salvaba la vocación de José Kentenich al sacerdocio. El mismo día el P. Kolb lo hace venir y le comunica lleno de alegría el nuevo resultado. Le aconseja que sea más prudente; lo exhorta a mostrarse más dócil sobre todo ante la autoridad y dar muestra de mayor respeto. En este sentido a José Kentenich se le ocurre la idea de pedir ayuda a dos compañeros. Éstos debían observar si durante las clases era demasiado tajante el tono o los contenidos de sus palabras. José estaba decidido a corregirse. En su libreta anota el siguiente propósito: “En las clases suspendo por completo mi juico y sencillamente me sujeto a la opinión de los profesores”. ¡Como si fuese tan fácil!

La solución

Al final José mismo no supo a ciencia cierta cómo salió de ese torbellino de dudas, luchas, necesidades y obsesiones. Lo que sí sabía era que “un íntimo y profundo amor a la Sma. Virgen había mantenido su alma de alguna manera en equilibrio”. La vivencia de la consagración a la Sma. Virgen que había tenido en su infancia le permitió salvar el abismo de la crisis intelectual. Nuevamente eran los brazos de la Madre del Cielo los que lo sujetaron y sacaron del abismo. Era el fenómeno del amor que acabó conociendo más hondamente. Con la Sma. Virgen había cosechado experiencias que nadie podía arrebatarle: su persona representaba todo el cosmos de la fe, lo encarnaba y garantizaba. Ella tuvo una profunda influencia sobre él, sobre su desarrollo, tal como lo confesara más tarde, sobre su subconsciente… A través de ella vislumbró cuán inmensa es la realidad de Dios, más allá de las fronteras con las que se ve confrontada la razón.

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