1 ...8 9 10 12 13 14 ...26 Respiro profundo, satisfecho. Nunca seré tan bueno como un perpetuasangre y mis capacidades curativas dependen de los ingredientes que tenga a la mano, pero al menos el vudú me ha enseñado lo necesario para salvarme de un par de aprietos.
Miro la larga herida que llevo en el brazo; la palpo con las yemas de los dedos y chasqueo la lengua al comprobar que, si bien no es profunda, sí es bastante dolorosa, como si me hubiesen pasado la punta de un cuchillo por encima… Aunque algo me dice que aún no he probado el filo de aquella espina en toda su magnitud.
—Fantástico —murmuro y recargo la cabeza en el tronco del árbol, incapaz de creer que el Silenciante me haya alcanzado.
Una. Maldita. Vez. Más.
Tras la pelea del cementerio de Saint Louis, comencé a sentir que algo me observaba en la oscuridad, acompañado de un chasquido extraño, como el crujir de un hueso contra otro. En ese momento no sabía si era una amenaza o un simple espíritu que podía percibir gracias al aumento de mis poderes, pero con el pasar de los días, me sentía cada vez más inquieto.
Hasta que por fin se manifestó.
Un crujido ensordecedor me despertó en mitad de la noche. Y ahí estaba la criatura, que me miraba desde el pie de la cama, con la luna llena tras su espantosa silueta ósea que parecía crepitar dentro de sí.
Me quedé helado, y aunque quise gritar, estaba tan asustado que nada abandonó mi boca.
Y en cuanto traté de poner un pie fuera de la cama, el ataque comenzó.
La enorme columna vertebral de aquel monstruo surcó el suelo de tablones y destrozó la cabaña. El estrépito que hizo fue brutal, pero nadie en la aldea pareció escuchar lo que acontecía, así que, en medio de la tormenta de huesos, tomé mis pocas pertenencias, el dinero que había rescatado del centro budista y escapé a través del plano medio sin mirar hacia atrás.
Con el tiempo supuse que el monstruo había salido de allí, puesto que la puerta trasera de la cabaña estaba abierta de par en par. En ese lugar fue donde recibí a Ciervo Piel de Sombras cuando Muata estaba con vida, así que no había otra explicación de cómo aquella cosa había logrado entrar a la habitación sin ser percibida por nadie más en la reserva.
Después comprendí que el Silenciante puede manipular el ruido de alguna manera, dejar mudo todo a su alrededor como si creara una burbuja invisible en la cual atacar. Ésa es la razón tras el nombre que le he dado.
Desde entonces no he dejado de moverme, y también he procurado mantenerme lo más lejos de un posible portal. Deduzco que, por alguna razón, el Silenciante se desplaza a través del plano medio como si de una pesadilla se tratase, con la enorme diferencia de que también es capaz de perseguirme a voluntad, y sin dejar rastro, por el mundo humano.
Al principio quise creer que era una especie de cadáver poseído por algún espíritu del plano medio —como lo eran los errantes falsos que creó Samedi en Nueva Orleans—, pero esta criatura desprende magia propia, aunque tan nauseabunda que siempre me provoca fuertes arcadas. Es como si estuviese podrida.
También ese extraño manto que usa siempre me impide ver qué hay debajo de su cuerpo. De hecho, esta vez estaba cubierto de sangre seca, algo que estoy seguro no tenía antes. ¿Se habrá alimentado de algo o alguien recientemente?
No sé qué demonios sea esa cosa, pero no pienso quedarme cerca el tiempo suficiente para preguntarle. El Silenciante es la criatura más peligrosa que he conocido hasta ahora, y por mi descuido me sigue el rastro.
Algo debí haber pasado por alto anoche, alguna maldita cueva o grieta que haya quedado desapercibida debido al cansancio. Y para empeorarlo todo, he vuelto a tener esa visión.
—Como es arriba, es abajo —murmuro.
Esa frase se repetía una y otra vez en aquella voz que me llama, aquella puerta esmeralda, ese zorro despellejado que no paraba de gritar, el símbolo… Pero lo más importante de todo: esas mesetas, ese valle enorme, rojo y brutal.
Busco en el bolsillo interior de mi parka aquella postal arrugada que he cargado conmigo como un mala *y contemplo una vez más Monument Valley, el paisaje de mi visión y el lugar más famoso de toda la Nación Navajo.
La primera vez que tuve esa visión fue poco antes de abandonar Luisiana, y tardé bastante tiempo en saber de qué sitio se trataba. Es más, dudaba siquiera que fuera un lugar real, pero tras cruzar algunos estados huyendo de forma incesante de la persecución del Silenciante, tuve la suerte de ver esta postal en una tienda de antigüedades del viejo oeste. Desde entonces, mi único propósito ha sido alcanzar ese valle para enfrentar lo que sea que me depare allí, muy a pesar de que, tal vez, lo único que vaya a encontrar sea la muerte.
El abuelo Muata tuvo una visión antes de que yo llegase a Nueva Orleans. Y creo que el hecho de no haber descifrado su significado real a tiempo facilitó que Barón Samedi nos engañase a todos y acabase con la mitad de la tribu.
No puedo cometer el mismo error. No puedo seguir escapando.
Suspiro y abro mi morral para ver en qué condiciones ha quedado el resto de mi “kit de supervivencia”.
—No puede ser… —mascullo, porque todo está hecho mierda.
Mis frascos de incienso, mis polvos y medicamentos están empapados, con las hierbas flotando en su interior a modo de repugnante té. El mapa que llevaba conmigo está hecho trizas, y el libro de Laurele ha desaparecido con la foto de mi padre dentro de él. Lo único que parece estar intacto es mi viejo cuchillo y los fajos de billetes que he cargado conmigo desde que escapé de Luisiana.
Resoplo y dejo caer la maldita bolsa a un lado. Al menos el dinero sigue allí, pero me falta el aliento al pensar en mi mochila de montaña, abandonada en medio del desierto.
Me he quedado sin comida, sin utensilios para acampar y sin recipientes de agua, por lo que sólo me resta ir en busca de algún poblado para reabastecerme.
No puedo evitar sonreír de ironía, porque si fuese un errante normal , podría sobrevivir sin problemas en la naturaleza.
Una vez que reúno fuerzas suficientes para hacer algo más que lamentarme de esta fascinante expedición a las rocas, empiezo a desnudarme, aliviado al descubrir que, al menos, mi guante de cuero no se ha deteriorado demasiado.
Una vez que mis cosas se han secado tendidas al sol, me visto y cojeo hacia un muro de rocas con la esperanza de poder divisar algo desde la cima.
Tardo casi una hora en subir la empinada colina, llevándome por delante varios resbalones y caídas, hasta que por fin puedo tener una panorámica del lugar al que me ha arrastrado el río. No puedo evitar entrecerrar la mirada presa de confusión.
Las montañas de roca árida donde acampé han quedado muy lejos, y ahora son reemplazadas por formaciones de árboles que se alzan ante todo lo que mi vista puede alcanzar. ¿Cómo es posible que el río me haya arrastrado tanto? Y no sólo eso, ya está a punto de anochecer. ¿Habré perdido la noción del tiempo?
De repente distingo algo inusual a lo lejos: hay una especie de grieta entre los árboles, como un río negruzco y ancho. Enfoco la vista y por fin puedo distinguir lo que es: una carretera.
Mando el dolor al diablo y me lanzo en dirección a la ruta de asfalto. Empleo casi treinta minutos para llegar allí, pero mi agotador esfuerzo resulta recompensado cuando veo al lado del camino un letrero metálico recubierto de óxido. El alma me regresa por fin al cuerpo.
COMUNIDAD DE STONEFALL
Distancia: 34 kilómetros.
**Sarta de cuentas, o “rosario”, budista.
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