1 ...6 7 8 10 11 12 ...26 No piensa hablar. Sabe que, si lo hace, escupirá la verdad como vómito.
Pronto, la camioneta sube una colina empinada y un acantilado se asoma a un costado del camino.
¡Ah! Qué fácil sería subirnos al oído de Calen e insinuarle que torciera el volante del vehículo y lo arrojara al vacío para terminar por fin con esta parte de nuestra sagrada encomienda.
Pero la ironía prevalece: su sangre de errante ahora los salvaguarda de nuestra influencia, pero su sangre también será la que los conduzca a su propio abismo.
Con una corriente de viento, nos desprendemos de la cabina de la camioneta. Dejamos que el soplo del desierto nos guíe, porque la Bestia Revestida de Luna está a punto de despertar.
Y es nuestro deber darle los buenos días.
MONSTRUO IMPREDECIBLE
“Como es arriba, es abajo.”
Susurra aquella voz mientras una silueta, tenue y veloz como una sombra, se cierne sobre mi cabeza. Me rodea, me acaricia las mejillas y se enreda en mis cabellos.
Capturo la silueta entre mi puño, y ésta se torna caliente a medida que la estrujo. Una infinita tristeza se apodera de mi interior, como si lo que tuviese entre mis dedos fuese un débil latido a punto de desvanecerse.
Abro la palma y descubro que es ceniza.
Arrastrada por un repentino soplo de viento, la ceniza se desprende de mi mano y se eleva hasta desaparecer en un cielo rosado que empieza a salpicarse de estrellas.
Miro a mi alrededor y me percato de que estoy sobre una colosal meseta, maciza y roja como el ladrillo, tan alta que casi puedo sentir mi cabeza rozar el firmamento. Dos mesetas más se ciernen a mis costados, tan imponentes como titanes acuclillados mientras un camino serpentea entre sus faldas, flanqueado por matorrales y planicies de arena que se extienden kilómetros y kilómetros a lo lejos. El viento me sacude los cabellos, el sol se columpia sobre el extenso horizonte, la tierra se matiza de naranja, rojo y dorado…
Monument Valley se yergue majestuoso ante mí.
Y entonces, esa voz, femenina y suplicante, me llama de nuevo.
“Como es arriba, es abajo.”
Todo comienza a temblar con una fuerza monstruosa, y el lamento se convierte en un gemido doloroso que retumba entre las rocas. En un instante, el cielo se torna oscuro y lleno de nubes negras; los truenos rompen y la lluvia cae como un manto de lágrimas sobre el inmenso valle.
Ante mi asombro, el cielo se parte; una grieta enorme surge de él, y de sus entrañas se deslizan tierra roja, matorrales, arena y mesetas gigantescas que fluyen como el agua de un arroyo.
En un instante, el cielo desaparece y deja a su paso un paisaje igual al que hay aquí abajo, como si fuese un reflejo en un estanque.
Y, aun así, aun sin un cielo sobre mi cabeza, sigue lloviendo.
“¡Eran cuatro y ahora son tres! ¡Eran cuatro y ahora son tres!”
Me sobresalto al escuchar esa voz, muy distinta de la mujer que me ha llamado. Miro a mis espaldas y justo en medio de la meseta me encuentro con una puerta. La madera es de un brillante color esmeralda y emana un calor tan intenso que la lluvia se evapora a su alrededor. Tiene cuatro cadenas negras que la envuelven de arriba abajo, pero una de ellas yace suelta y lánguida a un costado, como si la hubiesen quebrado para tratar de abrir el umbral.
Y en medio de esa puerta, como si hubiese sido tallado con fuego, hay un símbolo grabado:
“¡Eran cuatro y ahora son tres! ¡Eran cuatro y ahora son tres!”
A los pies de la puerta hay un zorro que parece haber sido desollado con inusitada violencia. Tajos de piel y pelo yacen a su alrededor y sus miembros parecen descoyuntados.
Es él quien grita.
El peligro late con ferocidad, pero aun así me acerco y dejo que el calor empiece a sofocarme.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto, pero la criatura se limita a gritar aún más y a encogerse contra la puerta, al parecer, aterrada por mi presencia.
— Eran cuatro y ahora son tres —gime el zorro con dolor y locura.
Miro aquella puerta esmeraldina, y en tan sólo un instante, ese terror que durante tanto tiempo me esforcé por sepultar, vuelve a salir a la superficie. Los relámpagos rugen, la lluvia me empapa con furia. Todo empieza a dar vueltas a mi alrededor.
Y entonces, algo golpea la puerta desde dentro.
Despierto e inhalo una enorme bocanada de aire entremezclada con tierra. Abro los ojos como platos, pero cuando otra corriente de viento encuentra de inmediato mi cara, comienzo a toser sin control.
Sacudo la cabeza y trato de espabilarme. Y cuando al fin puedo calmar mis agitados pulmones, distingo la incandescente silueta del sol en medio del despejado cielo azul, junto con la sombra de un cuervo que vuela en lo alto. Siento la piel de mi rostro hervir de escozor.
—¿Otra vez? —susurro desconcertado al ser consciente de que una vez más he tenido esa visión .
Intento levantarme, pero el peso de mi cansado cuerpo me lo impide debido a esa fatal resaca que aparece siempre al dormir muy mal.
Restriego una mano por mi cara para retirar el sudor y mascullo un “carajo” al sentir la picazón del polvo colarse por el cuello de mi camiseta. ¿Cómo se pudo romper el cierre? , pienso ya que, si por algo me encierro en mi bolsa de dormir, es para evitar amanecer embadurnado de tierra por las ventiscas del desierto.
Le echo un vistazo al cierre y veo que, para mi estupefacción, no está roto, sino perfectamente deslizado hasta mis hombros.
Alguien ha abierto la bolsa desde fuera.
—¿Qué dem…?
Y de pronto, escucho un chasquido .
Un chasquido y nada más, porque me percato de que el viento, el cuervo, el crujir de la hierba seca… Todo se sume en un completo mutismo, como si el desierto contuviese el aliento.
Su magia llega hasta mí con una fuerza tan aplastante que las náuseas me obligan a llevar una mano a la boca. Me yergo muy despacio sobre mi codo y miro hacia mis pies, de donde proviene el ruido.
Salgo de la bolsa de dormir de un salto, porque el monstruo que me atacó en la cabaña de Muata aquella noche que escapé de Nueva Orleans se alza frente a mí.
Su alargado cuerpo está envuelto hasta el suelo por un manto siniestro, hecho de cientos de tiras de piel cosidas y salpicadas de sangre seca; la forma de su cráneo es ovalada y completamente calva, mientras que su cuello es largo y raquítico, amoratado en cada una de sus pronunciadas vértebras. El único orificio que hay en su espantoso rostro es una enorme y asquerosa ranura, un intento de boca que casi le atraviesa el rostro de oreja a oreja, porque el resto de la cara no es más que una capa de epidermis blanquecina y delgada, como una membrana que envuelve un cráneo carente de tejido graso y músculos.
Pero lo más desconcertante es el agujero en su pecho, negro y repleto de costras, como si algo hubiese penetrado su corazón hace mucho, mucho tiempo.
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