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Sinopsis Sinopsis Clara, las bestias, sueños y elefantes - En los trece relatos que componen Clara, las bestias, sueños y elefantes, Clara es la protagonista indiscutida. Es cómplice, portadora, víctima, testigo y culpable de todo lo que acontece; la pieza faltante (o sobrante) del rompecabezas; de las preguntas y respuestas deshilvanadas y sin sentido; de las realidades múltiples y dudosas, opacas; de las bestias y los sueños que recurren sin fin, con finales muchas veces indeseados y espeluznantes (o no). Clara somos todos, de alguna manera. O Clara no es nadie. ¿Quién es Clara, en definitiva? ¿Cuál de todas ellas? Mariana Dietl nos ofrece en esta ocasión una antología de relatos de lectura trepidante, caótica y embriagadora que nos sumerge en una espiral de emociones desbordantes.
Clara, las bestias, sueños y elefantes
La vida en sueño
Botas
El aparato
Mi éxito es tu éxito
Los loros la tienen fácil
La bestia del hogar
Ventrílocuo
Las siete sillas
Miedo al infierno o muerte y elefantes
Sonámbulos
La nota del doctor
Dónde está Lucy
Riza
(No poder) Dormir
Futuro
Datos de autor
Clara, las bestias, sueños y elefantes -En los trece relatos que componen Clara, las bestias, sueños y elefantes, Clara es la protagonista indiscutida. Es cómplice, portadora, víctima, testigo y culpable de todo lo que acontece; la pieza faltante (o sobrante) del rompecabezas; de las preguntas y respuestas deshilvanadas y sin sentido; de las realidades múltiples y dudosas, opacas; de las bestias y los sueños que recurren sin fin, con finales muchas veces indeseados y espeluznantes (o no). Clara somos todos, de alguna manera. O Clara no es nadie. ¿Quién es Clara, en definitiva? ¿Cuál de todas ellas? Mariana Dietl nos ofrece en esta ocasión una antología de relatos de lectura trepidante, caótica y embriagadora que nos sumerge en una espiral de emociones desbordantes.
Clara, las bestias, sueños y elefantes
© 2021, Mariana Dietl
© 2021 , La Equilibrista
info@laequilibrista.es
www.laequilibrista.es
Primera edición: 2021
Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN: 9788418212840
ISBN Ebook: 9788418212857
Depósito legal: T 486-2021
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
Clara, las bestias, sueños y elefantes recibió Mención Especial en Narrativa en el Concurso de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares 2019
Uno de los cuentos que componen esta colección, «(No poder) dormir», fue finalista de la XXIV Edición del Concurso de Relatos Cortos Juan Martín Sauras (2019).
Para Iván, Manuel y Juana
No lo puede creer. Debe de estar soñando. Lo ha soñado una y mil veces en estos siete años, una y mil veces el mismo sueño, la misma visión de encontrársela así, como estaba ahora, indefensa, expuesta, una y mil veces, y ella sin tener idea de quién era él, sin recordar, sin siquiera concederle el reconocimiento de recordar su cara.
Y ahora ahí está, servidita en bandeja, detrás de una caja de supermercado, incrédula, huérfana, haciendo sonar los códigos de barra. Te creía en cana, perra, quiere decirle, paralizado en el lugar sosteniendo una canasta con ambas manos. La había buscado por toda la ciudad a la mentirosa, durante meses, meses buscándola, hasta que logró dar con ella en un bulín de Balvanera, conviviendo con otros cinco. Vio cómo se la llevaban esposada por Crónica TV.
Sus manos seguían siendo ásperas, las uñas cortas —no carcomidas: prolijas, pero muy cortas—, como si se las limara todos los días, como si no aguantara que le crecieran, ni un solo día. Jamás le había visto la parte blanca. Ahora tampoco se la ve. Están más sucias, los dedos gastados, sus huellas dactilares más lisas; debe de ser por excesivo uso, de tanto deslizar productos congelados, calientes, mojados o goteando por aquellas maquinitas infernales de luz infrarroja. Marcando códigos, bling bling bling , todo el santo día.
Seguirá mintiendo, se pregunta, mientras duda si hacer la cola que corresponde a su caja. Todavía no ha logrado moverse, todavía no sale de su estupor, todavía no puede creer lo que está viendo. Se encamará con el encargado del súper, como hizo con él; lo piensa y le vuelven a salir las perlas de sudor en la frente. Trata de alejar el pensamiento, o, más bien, las imágenes que le vienen, pero le resulta imposible, no las puede frenar, aun siete años después. Revive la vergüenza, el desconcierto, la sensación de traición. Todavía no lo supera. Le dan palpitaciones. Incluso ahora, parado en el medio del supermercado, frente a las cajas, obstruyéndole el paso a medio mundo. La canasta apenas se sostiene en sus manos, se le resbala de lo húmedas que están, y ella que ni lo registra, ni siquiera levanta la mirada, ni un gesto de reconocimiento; no sabe quién es, la muy sinvergüenza, la muy perra.
Le tiemblan las manos y tiene que depositar la canasta en el piso; no quiere que se le caigan la leche y los huevos, sobre todo los huevos, lo último que le falta es que se le desparramen todos acá, un charco de moco amarillo enfrente de ella, otra vez el papelón, la vergüenza, el quemo, pero esta vez será su culpa, no la de ella. Esta vez se lo va a merecer. O no, pensándolo bien será culpa de ella de nuevo. Claro que sí. Porque ella es la que lo hace temblar, su mera presencia, su fortuita reaparición, pese a que, en el fondo —y no tan en el fondo—, era lo que él quería, lo que más deseaba en el mundo: encontrársela así, desprotegida, anónima, como una cualquiera, una perdedora. Lo había soñado muchas, muchas veces. Y ahora acá estaba. Se le había dado el sueño.
No estaba al tanto de su liberación, a pesar de que llamaba una vez por mes al penal para cerciorarse de que seguía ahí. Jamás se le había pasado. Lo tenía anotado en el almanaque de la cocina, pero aun si no lo tuviera anotado se acordaría igual. Sabía que era todos los 14. Le faltaba una semana para llamar. Más bien, seis días.
Cómo habrá hecho para conseguir laburo tan rápido, con la malaria que hay, se pregunta ahora. Seduciendo al guardia de la prisión, seguramente, o al que sea que le dio el contacto en esta cadena. Solo así logra cosas esta mina. Quizá conoció al tipo en el primer colectivo que se tomó al salir de la cárcel en Ezeiza. O fue alguno de los primos, esos que hacen de amantes, parientes, socios, todo a la vez.
Cuenta los billetes de la misma forma que lo hacía en el banco, lamiendo cada billete con los dedos, como un perro que desliza su lengua larga y mojada por cada rincón de papel que encuentra en busca de un resto de comida, aunque sea ínfimo. Una lengua acalorada y sedienta lamiendo de a sorbos rápidos un cucurucho para evitar que se derrita.
Debería prevenir al encargado, se dice, así no le pasa lo mismo que a mí.
Ha decidido pararse en la fila de ella, pese a que es la más concurrida. Para colmo, la señora de adelante, muy mayor, está pagando con monedas. La muy desgraciada la «ayuda» a contar, seguro embolsándose la mitad. Tiene que avisar a alguien. No puede ser que siga engañando a troche y moche. Pero cómo, a quién. Qué va a decir. No sabe ni por dónde empezar. No tiene fuerzas para moverse. Está apoltronado en la cola. Sus piernas pesan toneladas. No quiere agacharse a recoger la canasta. Se siente un ombú que echó raíces. La viejita se fue; solo quedan dos más en la cola y después él. La fila se mueve bastante rápido.
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