El relato intenta, como he señalado, narrar los hechos heroicos de Pomares por medio de un cuento de raigambre indigenista, encausándolos dentro de la historia mayor de denuncia de la situación de postración del indígena, causada, entre otras cosas, por su propia propensión al aislamiento —antes que exclusivamente por razones económicas o políticas—. Al principio, el relato denuncia la traición que significó la paz conseguida con la colaboración de las autoridades peruanas, hecho rechazado por «la lógica provinciana, rectilínea, como la de todos los pueblos de alma ingenua» (López Albújar, 1970, p. 57). Así, empieza a deslizarse la idea central y reiterada de las zonas rurales como depositarias de la esencia nacional, frente a la traición de algunos grupos, especialmente urbanos. La tónica general del relato es la de describir a los indios a medio camino entre la inocencia y la ignorancia, quienes no tienen mucha noticia de la guerra y de la existencia de un par de naciones de nombre Perú y Chile, pero que son concientizados por Pomares. Él, aunque inicialmente fue forzado a participar en el ejército, aprendió lo que significa la nación y sus símbolos patrios, amén de otros aspectos que componían la modernidad de ese momento.
Este no es el lugar para ofrecer los pormenores del cuento, que sin duda amerita otro ensayo, pero sí es necesario puntualizar algunos aspectos. Por ejemplo, López Albújar reconoce, en la voz de Pomares, que los hacendados locales, denominados «mistis», no merecen ser defendidos por ser los causantes de la explotación e injusticias que afectan a los indios. Sin embargo, finalmente, lo contrario sería apoyar a dominadores extraños, extranjeros, «son mistis de otras tierras, en las que no mandan los peruanos. Su tierra se llama Chile» (1970, p. 60). La defensa de la nación es necesaria, a pesar de los mistis, porque esta tierra es la de los peruanos y estarían peor tratados con los chilenos que con los mistis peruanos. Como dice Pomares en el relato, a pesar de que fue incorporado por la fuerza en el conflicto, aprendió que él era peruano: «Y como oí que todos se llamaban peruanos, yo también me llamé peruano» (p. 63).
Pomares, como veterano de la guerra, portaba una bandera que se había usado en el combate de Miraflores durante la defensa de Lima. La presentó a la colectividad campesina con este diálogo, de acuerdo con el relato de López Albújar, el cual resume la importancia de la materialidad y los ritos en la construcción de la nación:
Esta bandera es Perú, esta bandera ha estado en Miraflores. Véanla bien, es blanca y roja, y en donde ustedes vean una bandera igual estará el Perú. Es la bandera de los mistis que viven en las ciudades y también de los que vivimos en estas tierras. No importa que allá los hombres sean mistis y aquí sean indios, que ellos sean a veces pumas y nosotros ovejas. Ya llegará el día en que seamos iguales. No hay que mirar a esa bandera con odio sino con amor y respeto, como vemos en la procesión a la Virgen Santísima. Así ven los chilenos la suya. ¿Me han entendido? Ahora levántense todos y bésenla, como la beso yo (pp. 63-64).
Luego de este ritual, los hombres decidieron por unanimidad hacer frente a las tropas chilenas. El autor del relato señala que este discurso fue suficiente para «hacer vibrar el alma adormecida del indio y para que surgiera, enhiesto y vibrante, el sentimiento de la patria, no sentido hasta entonces» (p. 64). Finalmente, luego de un par de días de marcha, llegaron a las alturas del cerro Jactay, y se enfrentaron a las tropas chilenas en la mañana del 8 de agosto de 1883. En la refriega, Pomares se distinguió por recorrer las filas arengando a las tropas peruanas, disparando su escopeta, apuntando su honda «y todo esto sin soltar su querida bandera, paseándola triunfal por entre la lluvia de plomo enemigo» (p. 67). Luego de un par de horas de lucha, de acuerdo con el cuento, el jefe chileno fue derribado por un disparo de escopeta, que ocasionó el retiro de sus tropas. Horas después, las tropas chilenas abandonaron la ciudad, la cual fue ocupada temporalmente por los milicianos peruanos.
Al día siguiente, todos se preguntaban: «¿Dónde está el hombre de la bandera?… todos querían conocerle, abrazarle aplaudirle, admirarle» (p. 63). Pomares había recibido una herida en el muslo, sus partidarios lo llevaron a la localidad de Rondón y de allí a su pueblo de origen, Chupán, donde murió días después víctima de una gangrena. Antes de morir, le pidió a su esposa Marta: «Ya sabes, Marta, que me envuelvan en la bandera y que me entierren así» (p. 68). El verdadero epitafio lo escribió López Albújar: «Y así fue enterrado el indio de Chupán, Aparicio Pomares, el hombre de la bandera, que supo, en una hora de inspiración feliz, sacudir el alma adormecida de la raza» (p. 68).
¿Qué sabemos actualmente de estos hechos? El debate sigue abierto hasta el día de hoy. Uno de los testimonios que usualmente se cita es el del mencionado Ezequiel Ayllón, quien, en el prólogo de la edición de Cuentos andinos, en 1920, señala que Pomares «tenía cubierto el cuerpo de cicatrices y usaba una venda ancha de cuero que le protegía el pecho y espalda» (citado por AP, 2018, p. 19). Don Ezequiel fue testigo de la batalla y observó «la culminante actitud de un individuo que desplegaba en alto el bicolor nacional y recorría frenético los diferentes puntos del frente guerrillero y que, al detenerse con la bandera bajo su brazo izquierdo, disparaba su arma de fuego y azotaba con su honda los aires y repetía una y mil veces sus inauditos esfuerzos, menospreciando la vida» (2018, p. 20). En 1888, un muy joven don Ezequiel llegó a Chupán y visitó la casa de la viuda de Pomares. Ella y sus hijos vivían en la extrema pobreza, abandonados, a pesar de ser la familia de un héroe que dio la vida por su patria. La señora le confirmó que Pomares fue enterrado con la bandera, siguiendo su voluntad. Ante la ausencia de documentación escrita, este es el testimonio más directo del heroísmo de Pomares, el cual comenzó a reivindicarse y consolidarse como hecho histórico gracias a la difusión del cuento.
El hito fundamental de esta historia ficcionada es la incorporación canónica del relato de la muerte de Pomares en la historia oficial, tal como se puede catalogar la obra de Basadre. Ficcionada, porque muchos de los detalles que se incorporaron en el relato histórico provienen de un cuento, el cual recrea diálogos y construye imaginarios simbólicos muy potentes. Como comenté anteriormente, Basadre comienza el capítulo citando el reconocimiento de Pomares hecho en 1951, pero, a continuación, refiere como verídica la descripción del personaje que hizo Ayllón, e incluye la visita a su viuda y la historia de la bandera. Basadre, historiador agudo y serio, reconoce que el cuento es ficción, pero sostiene que los artificios literarios reflejan una verdad fundamental (2005). Esta sería que, en esa batalla, se diluyeron las diferencias de clase y étnicas, fundiéndose en un solo sentimiento nacional ante el invasor chileno. Así, la Guerra del Pacífico se convirtió en el crisol de la peruanidad, pues puso al margen las barreras que separaban a los peruanos. En un giro sorprendente y que muestra su preocupación por los debates de mediados de la década de 1960, escribe que el nacionalismo, según el «ex guerrillero Regis Debray […] alberga un elemento esencial, a veces más hondo que otras categorías históricamente transitorias» (p. 275). Estas categorías temporales serían las de clase y etnicidad, que —por medio de la guerra y de la batalla encabezada por Pomares— son dejadas de lado por otras más trascendentes, como la identidad nacional, fuerza más allá del tiempo.
Así, de acuerdo con Basadre, el heroísmo de Pomares dejó un mensaje vinculado al «instinto nacional, con rastros de una actitud mágica que desafía la irreversibilidad del tiempo y trata de evitar la desintegración de la comunidad, susceptible de precipitarse en el caos. Y López Albújar acertó simbólicamente cuando le hizo percibir al mismo tiempo la promesa de la vida peruana al anunciar que llegará el día en que mistis e indios sean iguales» (Basadre, 2005, p. 275). Basadre es un historiador agudo, sabe que no puede afirmar tajantemente que Pomares haya existido y, más aún, que el diálogo sea verídico, pero eso no es lo relevante, sino el hecho trascendental de que el cuento demuestra la fuerza del nacionalismo presente en el mundo campesino, capaz de disolver, al menos por un tiempo, las diferencias de clase y etnicidad. Así, la ficción se hizo histórica y permitió legitimar la identidad peruana de los campesinos indígenas, tan cuestionados desde la perspectiva de las jerarquías sociales y culturales. Ese es el hecho histórico incuestionable.
Читать дальше