Era cierto. Gurlok vio las huellas y recordó vagamente haber apartado a alguien que le lamía el rostro durante la noche. Más dormido que despierto, creyó que era Azrabul intentando saciar sus apetitos sexuales, y lo apartó con fastidio.
—En fin… al menos ya no tendré que limpiarme la sangre–dijo Gurlok con filosofía, aunque tomando nota de que en aquel extraño mundo había que apostar guardias si se dormía de noche en el bosque.
—Igual le vendría bien un baño–respondió Xallax.
—Sí, bueno… un día de estos.
—Ni que fueran niños de cuatro años ustedes tres–terció Auria, de buen humor–. Dos están peleados con el agua y el jabón, y el tercero todavía se chupa el dedo. ¿Han notado cómo hieden?
—A nosotros nos gusta ese olor.
—En fin… no es nuestra misión ni nuestro deseo controlar su higiene personal–dijo Xallax, firmemente, pero con un gesto que evidenciaba su intención de no tener problemas ni creárselos a otro–, pero aún no ha contestado a mis preguntas.
—Pregunta demasiado, sacerdotisa, si me permite que se lo haga notar. Me cae bien, lo mismo que su compañera; pero sinceramente, no entiendo la relación entre esas preguntas y su liturgia, ni qué hay de tan grave en matar un… ¿cómo se llama? ¿ourig?
— Oirig –corrigió Xallax–. Las sacerdotisas de la Madre Tierra no celebramos culto. Tenemos poder de policía; nos reclutan entre el Cuerpo de Amazonas de Largen para proteger la flora, la fauna y la Naturaleza en general. En cuanto a su otra pregunta, señor, las leyes protegen a los oirig porque están desapareciendo. Es más, hasta donde sabemos, este que usted mató era el último.
—Tal vez, pero nosotros no lo sabíamos, y lamento haber sido yo quien acabara con la especie, aunque por lo que usted dice, no faltaba casi nada para que desapareciera. La bestia atacó a nuestro muchacho y acudimos a defenderlo. Se veía feroz–dijo Gurlok.
—Por supuesto–contestó Xallax–. Seguramente estaba despertando de su letargo invernal. Al inicio del invierno, los oirig se entierran hasta la primavera, y despiertan famélicos. Por eso en esa época (y en cualquier otra en realidad, ya que enterrarse forma parte de sus estrategias de caza) se recomienda caminar entre árboles, bajo los cuales difícilmente haya algún oirig , o en suelo rocoso que ellos no puedan excavar. Auria y yo nos hartamos de repetirlo a los viajeros, sin que nos hagan caso. Pero, ¿por qué no lo mató deprisa, en vez de hacer que el pobre animal se desangrara lentamente haciéndole tantos tajos, ninguno de ellos en algún punto vital?
—Porque no soy guerrero ni sabía dónde hundir la espada para dar a la criatura una muerte rápida–replicó Gurlok–. De hecho, no sé manejar la espada e ignoro por qué cargo con una. Vine con mi compañero desde otro mundo, el de los Gorzuks , Más Allá del Cráter. Llegué en circunstancias insólitas; difícilmente me creería.
—Ya veremos. Usted habla de Mi compañero y de Nuestro muchacho . ¿Debo suponer que ustedes son gunduatallu ?
—¿Y qué es eso?
—Una familia exclusivamente masculina, o casi. En la jerga guleibi se llama gun al varón que gusta de otros hombres, gundua a una pareja de amantes o enamorados varones, y gunduatallu a la pareja masculina que cría un niño, sobre todo si también es varón.
—No somos exactamente eso; sin embargo, supongo que es a lo que más nos parecemos. ¿Qué significa guleibi ?
—Es extraño que desconozca esa palabra, y tendré que creer que de veras vienen de otro mundo si la ignoran. Así se llama al conjunto de personas marginadas por sus sexualidades poco convencionales: los gun , las lein y los biter . Algo simplificado, por supuesto: las sexualidades marginales son muchas más, pero el término ya está instalado y no tiene mucho sentido cambiarlo ahora.
—Azrabul y yo somos mucho más que amantes; no conozco palabra para definir el vínculo que nos une. Y estamos muy encariñados con Amsil, pero no lo hemos criado nosotros.
—Da lo mismo; su intimidad no es cosa nuestra–dijo Xallax; y añadió, volviéndose hacia su compañera:–. ¿Qué opinas de todo esto, Auria?
—Creo que él es sincero–respondió la interrogada–. Suena un poco raro eso de que vienen de otro mundo, pero en este ya todo se ha vuelto raro, absurdo y sin sentido. Además, suponiendo que mintiera, tendríamos que pensar que es un loco o un idiota; y otro tanto sus compañeros. Tú misma lo has dicho: guerreros auténticos hubieran hecho guardia por turnos. En ese contexto, es creíble que no sepa manejar la espada y que su combate con el oirig fuera torpe, improvisado e involuntariamente cruel para el animal. Dejémoslos libres, Xallax. No tiene sentido arrestarlos por la muerte del último oirig habiendo quedado impunes tantos aristócratas que sacrificaron cientos de ejemplares en sus circos o los encerraron en sus zoológicos.
—Tienes razón. Además, no nos han dado problemas; lo que es de agradecer–convino Xallax–. Muy bien… Gurlok, ¿verdad? No los arrestaremos, pero se ha contaminado dando muerte al último oirig que vagaba por el mundo. Por lo tanto, tendrá que purificarse despojando al animal muerto de todo lo aprovechable: cuero, garras, etc., y no se quedará con nada. Ya nos encargaremos nosotras de que todo vaya al mejor destino posible. A mediodía, los tres podrán almorzar con nosotras: tenemos provisiones de sobra.
Gurlok no puso reparos, aunque despellejar un animal, sobre todo uno acorazado de gruesas escamas como un oirig, era cosa nueva para él, así que todo el tiempo precisó instrucciones de Xallax y Auria para efectuar la tarea. Azrabul y Amsil insistieron en ayudar; pero al primero ellas al principio se negaron a darle permiso, porque Gurlok les había hablado de su papel en el combate contra el oirig y de cuán maltrecho había quedado. Por lo tanto, las dos Amazonas insistieron en examinarlo ya que, sin ser expertas, algo entendían de curaciones. Pero al parecer, Azrabul se hallaba perfectamente sano, sacando algunos rasguños, moretones y un inenarrable dolor muscular.
En determinado momento, Xallax se inclinó ligeramente sobre el cabello de Azrabul.
—Qué raro–murmuró–. Huele a mierda. Tampoco es que el resto sea fragante –aclaró con ironía.
—¿Eh?... ¡Ah, sí! Me ensucié luchando contra un guerrero en una posada–explicó Azrabul–. Luego me limpié como pude, pero se ve que no lo hice muy bien.
—Primera vez que oigo de un combate librado en una letrina–comentó muy seria Xallax, aunque su compañera sonreía indisimuladamente–. Puede ir a ayudar a su amigo.
La faena demandó el resto de ese día. La total inexperiencia de Azrabul y de Gurlok los hizo demorarse mucho al principio, e incluso se cortaron varias veces con los cuchillos que usaban para desollar al oirig. Junto a ellos trabajaba Amsil, bastante más diestro al principio, aunque luego sus protectores lo superaron a medida que adquirían práctica.
A mediodía los cinco, las dos Sacerdotisas y los tres viajeros, almorzaron juntos según se había acordado. Xallax y Auria estuvieron bastante frías y taciturnas, pero corteses a su manera. Compartieron con sus invitados carne seca, queso, galletas y vino traídos de las alforjas que pendían de un par de caballos que pastaban a corta distancia de allí; y mientras comían, inevitablemente surgió la charla.
—Nos disculparán que mantengamos la distancia–explicó Xallax–, pero la experiencia nos enseñó a no ser demasiado amables con los hombres, a menos que los conozcamos bien y sepamos que son de fiar.
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