—Estamos bastante hartas de que de aquí y allá lleguen tipos creyéndose muy machos y buscando seducirnos–agregó Auria.
—¿Y cómo pueden intentarlo y seguir considerándose machos ?–preguntó Azrabul, obviamente superado por lo que para él era un complejo, indescifrable enigma.
—¿Qué quiere decir?–preguntó Xallax, que parecía a la defensiva.
—Un auténtico macho desea a otros machos, no a mujeres.
Se vio que la respuesta dejaba estupefacta a Xallax; luego intercambió sonrisas divertidas con Auria.
—Tendré que rendirme a la evidencia y aceptar que de veras ustedes vienen de otro mundo, porque en este lo generalmente aceptado es, de hecho, lo opuesto–replicó–. Pero algo de cierto debe haber en lo que dice, porque a nosotras dos nos desean por lo masculino que ven en nosotros, no por lo femenino. Nos notan aguerridas y resueltas, y quieren demostrarse a sí mismos y demostrar a otros que son lo bastante machos para subyugarnos y tenernos luego cocinando y lavando para ellas. Si lo permitiéramos, dejaríamos de gustarles, y nosotras dos lo sabemos y por eso no nos gustan los hombres. Nosotras queremos amor, y de ellos no podemos esperarlo.
—De todos modos, Azrabul–terció Gurlok–, recuerda a Wilkarion en la posada. Deseaba a la mujer y no a ti.
—El no cuenta. Estaba demasiado amariconado, por eso lo vencí tan fácilmente, aunque seguía siendo condenadamente guapo–respondió Azrabul.
—¿Y él?–preguntó Auria, señalando a Amsil con un gesto de la cabeza.
En los ojos habitualmente duros y feroces de Azrabul floreció una chispa de inmensa ternura, pero fue Gurlok quien contestó:
—Amsil se supone que no debería gustarnos. A ambos nos atraen los hombres enormes, musculosos y toscos; pero Amsil se nos metió en el corazón de una forma que no logramos entender.
Amsil bajó la mirada, avergonzado, persuadido de que sencillamente se le tenía lástima, pero que Gurlok no quería admitirlo estando él enfrente.
—Sí, el amor es absurdo e imprevisible–dijo Auria–. Te pasas la vida especulando acerca del aspecto de quien te acompañará por el resto de tu vida, y luego resulta ser casi lo contrario de lo que imaginabas. De hecho, de niña creía que al llegar a grande me casaría con un hombre muy apuesto, y heme aquí: soltera y en una apasionada relación con mi compañera de sacerdocio.
—¿Sabe?, casi lamento que ustedes no sean hombres. Me caen muy bien–dijo Gurlok.
El comentario desató un sutil resplandor de celos en la mirada de Azrabul. Tan sutil, que Gurlok no lo notó; pero Xallax sí, y eso la tranquilizó, pues terminó de confirmar que aquellos dos extraños colosos no la molestarían a ella ni a su compañera en el plano sexual.
—No hace falta–bromeó, ya sin hielo en sus pupilas grises–. Le aseguro que ustedes dos solos ya hieden magníficamente por cuatro .
El chiste tomó completamente por sorpresa a Azrabul y a Gurlok, quienes le hicieron honores con brutales carcajadas como para estremecer el bosque entero. Xallax y Auria sólo sonrieron; pero a partir de aquella humorada, ambas depusieron su actitud defensiva y distante, y un vago, indefinible afecto fue creándose entre el cuarteto. Sólo Amsil era incapaz de integrarse, detalle que lo hacía sufrir aunque se dijera a sí mismo que no debía aspirar a ser parte activa de ningún grupo.
Después del almuerzo, Azrabul, Gurlok y Amsil continuaron trabajando sobre el cuerpo sin vida del oirig para aprovechar del mismo cuanto se pudiera, pero esta vez Xallax y Auria, cuchillos en mano, se pusieron a trabajar a la par de ellos, en vez de sólo limitarse a dirigir. Para entonces ya se tenían suficiente confianza para tutearse.
Trabajaron casi en completo silencio hasta la caída del sol, pero en una ocasión Auria, entonces muy cerca de Gurlok, dijo a éste en voz baja:
—El chico necesita ayuda. Llévenlo a un onironauta.
—Es que ni siquiera sé qué es eso–respondió Gurlok, también en susurros.
—Un navegante de sueños. Te droga para dormirte y libera parte de su espíritu para guiarte a través de tus anhelos y miedos. No soluciona tus problemas, pero ayuda a que te entiendas mejor; y creo que ese es el problema del chico, que ni él se entiende a sí mismo.
—Puede que tengas razón. Lo conocimos ayer y lo libramos de la tutela de un hombre que lo maltrataba, pero no pareció venir con nosotros a gusto, sino sólo porque no le preguntamos su opinión. Quiso fugarse en cuanto le dimos la espalda, y ahí fue cuando lo atacó el oirig ; y en cuanto acudimos en su rescate lo insté a ponerse a salvo, pero prefirió permanecer junto a Azrabul, que en ese momento ni podía ponerse de pie tras salvarle el pellejo. Cuando más tarde me enojé con él y quise echarlo, se puso a llorar. Es un chico raro, es verdad, pero tengo mucha fe en él.
—Con mayor razón llévalo a consultar a un onironauta.
—De acuerdo.
Y allí terminó el único diálogo de la tarde.
Por la noche se reunieron todos alrededor de un fuego que encendió Xallax ante la mirada atenta y sorprendida de Azrabul y Gurlok, quienes quedaron confusos, seguros de haber presenciado esa escena o una parecida antes, y sin recordar dónde. Difícilmente Azrabul, que no era propenso a reflexiones profundas, le diera importancia; pero Gurlok dedujo amargado que ello era el prólogo a la aparición de otro falso recuerdo en el que se verían a sí mismos haciendo eso mismo una, varias o infinitas veces. Y cuando ello sucediera, por supuesto, desaparecería al mismo tiempo un recuerdo auténtico del mundo de los Gorzuks . De haber creído en dioses, les habría implorado a gritos que detuvieran aquello, que les permitieran preservar la memoria de aquel mundo perfecto, aunque les doliera recordarlo y saberlo perdido. Pero allí apenas si habían sido conscientes de sí mismos, ni hablar de conceptos metafísicos como el de la eventual existencia de dioses.
Xallax y Auria dialogaban acerca de la posible supervivencia de otros ejemplares de oirig y aunque Azrabul no podía participar activamente, las escuchaba con interés. Gurlok aprovechó para sentarse muy próximo a Amsil, quien quedó perplejo. Pero sólo brevemente: él había llorado infinitas veces en su corazón, sin derramar siquiera una lágrima, y comprendió que lo mismo le sucedía ahora a Gurlok, a quien interrogó con la mirada.
—Sabes, compañero–murmuró Gurlok, para que sólo él lo oyera–, esta sombra en que me he convertido ahora extraña ese cuerpo que, según Yuk, ha dejado entre los Gorzuks . Quisiera tener noticias de ese cuerpo… pero pronto ni su recuerdo quedará.
Y abrazó a Amsil, no muy fuerte, para no lastimarlo; y aun así, el cuerpo del chico crujió bajo la tremenda caricia, y tuvo luego unos cuantos moretones por dos o tres días. A Amsil no le importaba. Seguía hambriento de amor, y era feliz con aquellas brutales efusividades. Hundió su rostro en el pecho de Gurlok y de nuevo se puso a llorar, no quedando en claro si de tristeza o felicidad, e incluso si por la tristeza del gigante que lo abrazaba, por alguna suya o por una mezcla de todo lo antedicho. Azrabul, Xallax y Auria fingieron no advertir nada, y Gurlok se los agradeció mentalmente: no tenía ganas de dar explicaciones, y prefería que aquello, por ahora al menos, quedara como algo exclusivo entre Amsil y él. Y no obstante, poco más tarde Xallax y Auria orillaron vagamente ese secreto cuando preguntaron por ese extraño mundo del que Azrabul y Gurlok decían proceder, y los motivos de su venida a este. Como era más hábil para expresarse, fue Gurlok quien contestó, repitiendo todo tal cual se lo había contado antes a Amsil. Tras oírlo, Xallax y Auria se rindieron ante la evidencia y aceptaron que aquello tenía que ser cierto, porque los precisos y asombrosos detalles de la narración excedían la capacidad de inventiva de un par de bárbaros ignorantes como parecían serlo aquellos dos. Si de todos modos la narración era producto de la locura, no por ello era menos interesante. Xallax y Auria permanecieron largo rato meditando en el silencio que siguió, y por fin dijo la primera:
Читать дальше