Eduardo Ferreyra - La corona de luz 1

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A la posada donde trabaja Amsil, adolescente tímido y conflictuado, llegan un día un par de forasteros de traza bárbara que lo llevan con ellos y le cuentan una historia increíble acerca de ellos mismos y de su pasado, que están empezando a olvidar a medida que en su mente es reemplazado de a poco por recuerdos de un pasado falso. Encomiendan a Amsil la tarea de recordarles, cuando lo olviden por completo, que proceden del Mundo de los Gorzuks y que han venido a éste en busca de una enigmática Corona de Luz cuyo verdadero valor ellos mismos desconocen. Pero será muy difícil para el chico cumplir con la tarea encomendada, no sólo por su propia inseguridad, sino porque la realidad se va modificando junto con los recuerdos de ambos forasteros, con lo que es casi seguro que lo tomen por loco cuando intente hablarles al respecto.
LA CORONA DE LUZ, que se abre con el presente volumen, es una saga fantástica con personajes LGBT, que explora temas como la locura, el subconsciente humano, el sentido de la vida y la muerte, la autoestima. No es recomendable, sin embargo, para quienes se sientan chocados por el lenguaje vulgar o eventuales referencias sexuales.

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—A cuatro días de marcha a pie hay una ciudad relativamente grande por ser una urbe de provincia. Se llama Tipûmbue y tiene una biblioteca muy famosa. Ude, el Bibliotecario en Jefe, todavía no es tan famoso como la biblioteca, aunque ya la superará si sigue protagonizando escándalos. Parece que es hombre de inmensa sabiduría. Creo que les convendría consultarlo a él. Si esa Corona de Luz existe realmente, él sabrá dónde y cómo hallarla.

—Pero es hombre de horrible carácter y ninguna paciencia, según oímos decir–previno Auria–, aunque lo mismo dicen de nosotras.

—Bueno, y tienen razón, ¿no?: nuestro carácter es horrible y no tenemos paciencia–dijo Xallax, muy seria.

—No me parece que ustedes sean de trato tan difícil, así que del tal Ude deben estar exagerando también–opinó Azrabul.

—El problema es que también dicen de nosotras que somos dulces y mansas gatitas comparadas con él–aclaró Auria–, así que te conviene estar preparado para lo peor.

—Pues eso tiene sabor a desafío. Me gusta. Ya estoy impaciente por conocerlo–respondió Azrabul, sonriendo salvajemente.

No quedaban muchas provisiones, pero las compartieron igual que habían hecho a mediodía; luego establecieron los turnos de guardia, tocando a Auria el primero, y los demás fueron a acostarse. El único que sin embargo durmió todo el tiempo como un tronco fue Amsil; los demás tuvieron el sueño muy discontinuo, o directamente permanecieron insomnes. Hubo incluso un momento en que los cuatro estuvieron despiertos al mismo tiempo. Fue cuando Xallax tuvo que relevar a Auria. Azrabul despertó en ese momento e impulsivamente besó con ternura a Amsil, que se había dormido entre él y Gurlok como la noche previa y como todas las posteriores que compartirían juntos. Su pulgar derecho hacía de nuevo las veces de chupete. Gurlok le acarició el cabello sin que él se diera por enterado.

Auria se demoraba en irse a dormir; parecía que se había quedado sentada cerca de su compañera para charlar con ésta.

—Cómo duele pensar que algún día quizás debamos admitir que de veras ya no queda ningún oirig en el mundo–la oyeron decir.

Azrabul y Gurlok no intercambiaron palabra, pero instantáneamente se preguntaron cómo era posible que aquellas sacerdotisas conservaran esperanzas de hallar viva una criatura que, por enorme, tenía que ser imposible de pasar por alto en caso de existir todavía. Y de repente se llenaron de respeto y admiración por aquel par de valientes mujeres embarcadas en su propia búsqueda desesperanzada.

1La X inicial de este nombre es bable y, por lo tanto, equivale a la pronunciación de la S en el vocablo albioní sure o del grupo consonántico SH de Shanghai.

4

La marcha hacia Tipûmbue

Cuatro días de marcha pueden indudablemente hacerse eternos si se tiene prisa; así que, en cuanto despuntó el alba, Azrabul y Gurlok decidieron partir sin demoras. Se despidieron de Xallax y Auria, de forma, hay que decirlo, entre torpe y cómica. Tratándose de hombres, espontáneamente les hubieran dado a cada una un abrazo como para partirles las costillas; pero en el caso de mujeres, no sabían cómo manejar la situación. Así que comenzaron ensayando sonrisitas ridículas y tartamudeando frases incoherentes, hasta que finalmente ambas Sacerdotisas tomaron la iniciativa e hicieron un ceremonioso saludo militar llevándose la palma de su diestra a la altura del hombro izquierdo, en lo que, según ellas, era un gesto reservado a la oficialidad y también a cualquier persona digna del mayor de los respetos, por ejemplo, por su valentía. Azrabul y Gurlok quisieron devolverles el mismo saludo, y creían haberlo hecho bastante bien; pero Xallax y Auria reprimieron la risa al observarlos.

—Nos veremos muy pronto, machotes–dijo Xallax.

—¿Por qué? ¿Irán ustedes también a Tipûmbue?–preguntó Gurlok.

—Para nada–respondió Xallax–. Sólo es a la vez presentimiento y deseo.

—Además, si no calculo mal, llegarán ustedes más o menos para el inicio de las Festividades de Skritvar, que decididamente no nos gustan, aunque sin duda ustedes las encontrarán interesantes– terció Auria.

Aquí Azrabul, intrigado, hizo algunas preguntas que le fueron rápidamente respondidas por Xallax. Mientras tanto, Auria se acercó a Gurlok y le dijo algo en murmullos. Esto desató una tormenta de celos en el corazón de Azrabul, a quien no gustó nada pescar por segunda vez a su compañero secreteando con la mujer; y de repente pareció que era cosa de vida o muerte llegar cuanto antes a Tipûmbue y que había que apurar aún más la despedida, de modo que agradeció a Xallax sus explicaciones, se excusó por no disponer de más tiempo para seguir oyéndolas y apremió a sus compañeros a partir.

—¡Saluden de parte nuestra a Mulsît, a Orûf y a Mofrêm!–les gritó Xallax, cuando ellos ya estaban a cierta distancia–. ¡Muy especialmente a Mofrêm!

—¿Que saludemos a quiénes?–preguntó a su vez Gurlok, también a gritos. Y Xallax, repitió los extraños nombres, pero ahora la coreaba Auria, de modo que entenderles se volvía un lío, y sólo el nombre del tal Mofrêm quedó medianamente claro para el trío de viajeros.

—Vamos, tenemos todavía un buen trecho por delante–gruñó Azrabul, hoscamente.

Sin embargo, y a pesar de sus celos, a Azrabul, lo mismo que a Gurlok, le caían bien aquellas dos Sacerdotisas de la Madre Tierra. Sin exagerar, conocerlas había sido una experiencia fundamental en sus vidas, ya que, antes, ambos sentían instintivo horror hacia las mujeres y lo femenino en general, relacionándolas con la debilidad, la cobardía, la hipocresía y cuanto concepto nefasto diera vueltas por el universo; y creían que debían evitarlas para no amariconarse. Pero en lo sucesivo, ambos serían menos radicales en su concepto sobre la feminidad y dejarían de tratar a las mujeres como a masa formada en un mismo molde y de opinar sobre ellas a la ligera

—¿Qué fue lo tan gracioso de nuestro saludo?–preguntó Gurlok, intrigado todavía; y se dirigía a sus dos compañeros, pero a quien interrogó con la mirada fue a Amsil, por ser quien mayores posibilidades tenía de conocer la respuesta.

Pero Amsil tampoco lo sabía, ni había visto antes a alguien haciendo aquel saludo militar o cualquier otro. Auria y sobre todo Xallax no habían sabido cómo tratar a aquel muchacho silencioso y retraído, y se habían despedido de él con un simple adiós y aquella formalidad de desearle buena suerte; y él había replicado con un silencioso e inexpresivo movimiento de cabeza. Tampoco él había sabido cómo tratarlas a ellas. En general tenía un pésimo concepto de las mujeres, porque las jóvenes de su pueblo gustaban de los audaces sin importar que éstos fueran héroes o villanos; y pensaba, claro, que todas debían ser iguales. Xallax y Auria evidentemente no lo eran; tenían un aire mucho más noble y digno. Pero la verdad, Amsil las hubiera preferido tan bobaliconas y superficiales como las otras, así Azrabul y Gurlok no les habrían dedicado tanta atención. El único día pasado en compañía de las Sacerdotisas de la Madre Tierra se le había hecho interminable y casi angustiante. Se había sentido hecho a un lado por sus dos protectores. Además, a Gurlok y a Auria los había visto de reojo murmurando juntos quién sabía qué cosa acerca de él, y mirándolo de soslayo antes de seguir conversando en voz baja. Amsil prefería seguir ignorando el rumbo de ese diálogo en susurros; sospechaba que nada bueno se había dicho de él.

En consecuencia, lo mismo Azrabul que Amsil sentían alivio de alejarse de las dos Amazonas, y luego de un buen trecho se recompusieron las relaciones habituales entre el trío. A Amsil lo obligaban a avanzar a marchas forzadas, y Gurlok lo regañaba duramente por la más leve demora; pero cuando el chico ya no daba más y caía al suelo, con las piernas temblorosas y completamente falto de aliento, los dos gigantes corrían hacia él, lo felicitaban por lo bien que lo había hecho y uno de los dos lo llevaba sobre sus hombros. Amsil no entendía aquella conducta que le parecía tan contradictoria.

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