Eduardo Ferreyra - La corona de luz 1

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La corona de luz 1: краткое содержание, описание и аннотация

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A la posada donde trabaja Amsil, adolescente tímido y conflictuado, llegan un día un par de forasteros de traza bárbara que lo llevan con ellos y le cuentan una historia increíble acerca de ellos mismos y de su pasado, que están empezando a olvidar a medida que en su mente es reemplazado de a poco por recuerdos de un pasado falso. Encomiendan a Amsil la tarea de recordarles, cuando lo olviden por completo, que proceden del Mundo de los Gorzuks y que han venido a éste en busca de una enigmática Corona de Luz cuyo verdadero valor ellos mismos desconocen. Pero será muy difícil para el chico cumplir con la tarea encomendada, no sólo por su propia inseguridad, sino porque la realidad se va modificando junto con los recuerdos de ambos forasteros, con lo que es casi seguro que lo tomen por loco cuando intente hablarles al respecto.
LA CORONA DE LUZ, que se abre con el presente volumen, es una saga fantástica con personajes LGBT, que explora temas como la locura, el subconsciente humano, el sentido de la vida y la muerte, la autoestima. No es recomendable, sin embargo, para quienes se sientan chocados por el lenguaje vulgar o eventuales referencias sexuales.

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Así iban marchando a través del espeso bosque que luego iría de nuevo cediendo paso al matorral. Vivieron un tétrico momento en cierto punto en que la foresta se hacía especialmente cerrada, oscura e inextricable, con profusión de grandes enredaderas. Fue cuando se levantó un viento bastante fuerte. El potente bramido de las ráfagas no consiguió ahogar del todo otro ruido proveniente de lo más alto los árboles, que lucían apenas un incipiente follaje primaveral, pero cuyas ramas estaban de todos modos tapizadas de musgo, líquenes y enredaderas. Ninguno de los tres pudo identificarlo más que en forma vaga, pero sonó en parte metálico y en parte a fuerte crujido. Todos, automáticamente, alzaron las cabezas a un tiempo, y quedaron intrigados y un poco temeroso en el caso de Amsil, que iba montado a espaldas de Gurlok.

—Debe haber sido una rama partiéndose–sugirió Gurlok, aunque ni él mismo estaba del todo satisfecho con aquella teoría, que explicaba muy bien el crujido, pero no el sonido metálico.

Habían ya reiniciado la marcha cuando escucharon un segundo ruido a sus espaldas, como de algo que da un brinco en la hierba. Desde las advertencias de Xallax y Auria, los dos colosos se mantenían en constante alerta por si hubiera algo o alguien acechándolos; por lo que prefirieron investigar. Mientras Gurlok ponía en tierra a Amsil para moverse con mayor desembarazo si hubiera lucha, Azrabul efectuó un rápido examen del terreno y no tardó en encontrar un deteriorado guante de cuero correspondiente a una mano derecha, que enseguida comparó con su propia diestra. Desde ya que el guante se veía muy pequeño junto a aquella tremenda manaza.

Casi enseguida se oyeron de nuevo el crujido y el golpeteo metálico por encima de sus cabezas. Gurlok alzó la vista hacia el ramaje.

—Allí–indicó, lacónico.

Azrabul miró en la dirección indicada y vio una rama a medio partir, crujiendo bajo el peso de un bulto semiescondido bajo enredadera, pero no lo suficientemente para que el sol no lo iluminara en parte, arrancándole algunos destellos. Había algo metálico allí; qué exactamente, los dos gigantes no pudieron averiguarlo, porque en ese momento Amsil lanzó un grito medio reprimido, y se volvieron hacia él.

—Hay… hay una mano en ese guante–tartamudeó el chico, señalando la prenda de cuero, que había dejado caer al suelo al realizar tan macabro descubrimiento.

Azrabul y Gurlok se agacharon a un tiempo a recoger el guante, entrechocando accidentalmente sus cabezas al hacerlo. Gurlok se incorporó rumiando maldiciones y tocándose su adolorido cráneo, mientras Azrabul, frotándose el suyo entre quejas gruñidas, recogía al fin la prenda. Los dedos enormes escarbaron torpemente en su interior y sacaron, en efecto, los restos a medio momificar de una mano humana. Amsil no quiso ni mirarla, pero los dos colosos la contemplaron asombrados, como tomando nota de que en aquel extraño mundo los árboles fructificaran manos cadavéricas. Luego Gurlok alzó nuevamente la mirada, como en busca de más de tan apetitosa fruta.

—¡CUIDADO!–gritó de repente. Y como otro brusco ruido sugería que algo se les venía encima desde lo alto de los árboles, Azrabul no se hizo repetir la advertencia y lo acompañó en la rauda huida, cargando con Amsil, quien era muy lento en reaccionar.

Tuvieron tiempo de sobra para escapar, porque las enredaderas frenaban la caída de cualquier cosa que fuera aquello. Cuando al fin oyeron un notable estrépito, se volvieron y notaron un bulto informe sobre la hojarasca. Había una gran rama a medio secarse y partida desde su nacimiento a partir del tronco. Más tarde explicarían Azrabul y Gurlok muchos detalles que ignoraban entonces, pero que notarían cuando sus recuerdos modificaran aquella realidad pasada; como por ejemplo, que era obvio que la rama a medio partir había seguido un tiempo adherida al árbol, y la savia había continuado fluyendo por esa unión que se minizaba más y más con el tiempo.

De cualquier modo, la rama no era lo único que se había precipitado a tierra. Integraba un bulto informe medio camuflado por musgo, liquen y restos de enredadera. Al acercarse más, vieron lo que parecía un grotesco monigote o espantapájaros y un raro artefacto metálico que empezaba a oxidarse.

—Una vimâna –murmuró Amsil, en respuesta a la pregunta no formulada con palabras, pero patente en los rostros de Azrabul y Gurlok–. Estos son los restos de una vimâna : una máquina voladora. Ese era el piloto–añadió, titubeante, mientras señalaba lo que habían tomado por un monigote.

—Pero, ¿qué hacía ahí arriba?–preguntó Gurlok.

—Debió estrellarse contra un árbol y morir–contestó Amsil, incómodo. No le gustaba teorizar, pues temía equivocarse. Todos le habían dicho siempre que mejor les dejara a otros la tarea de pensar, y él consideraba que tenían razón. Pero Azrabul y Gurlok todo el tiempo le pedían su opinión sobre algo y a él lo aterraba que confiaran tanto en sus valoraciones. Prefería ni imaginar su reacción al advertir que habían confiado en los criterios del más necio de todos los necios posibles.

—Parece que era un guerrero–comentó Azrabul; porque el cráneo aún estaba cubierto por un casco.

—No creo. El casco debe ser para no romperse la crisma si uno está volando en un cachivache de éstos, aunque a este pobre tipo no le sirvió de nada–opinó Gurlok, y consultó a Amsil con la mirada.

—Generalmente llevan también otras protecciones, no sólo casco–confirmó el chico.

Y de repente se puso a llorar en silencio por aquel pobre y anónimo piloto de vimânas muerto de forma tan solitaria. Siempre había venerado lo mismo a las vimânas que a sus pilotos, un poco porque le parecían símbolos de esa libertad que a él tan vedada le estaba, y otro poco por la envidiable aura de seguridad y audacia que se desprendía de ellos. Tampoco eran tan frecuentes en el pueblo adonde él había nacido y donde se había criado. De hecho, allí nadie tenía vimânas , y sólo ocasionalmente se veía alguna cuyo piloto estaba allí de paso.

Se veía que Azrabul también estaba conmovido por el fin del infortunado piloto. Amsil aprovechó para pedir que enterraran aquellos restos momificados y parcialmente devorados por animales diversos. A Gurlok no le gustó mucho la idea, pero se rindió ante la presión conjunta de sus dos compañeros de viaje. Por otra parte, no había quedado mucho para sepultar, así que demoraron muy poco. Y durante el resto del trayecto, de vez en cuando, fue frecuente que Amsil alzara un índice hacia el cielo y dijera:

Vimânas .

Y veía a Azrabul y a Gurlok alzar sus toscos rostros hacia el cielo y seguir con la mirada aquellas curiosas máquinas voladoras, evidentemente seducidos por la idea de probarlas.

Por lo demás, de a poco los iba conociendo mejor y apegándose cada vez más a ellos porque, a pesar de las imprecaciones en rugidos para exigirle que avanzara más de prisa en tanto pudiera hacerlo, nunca había sido mejor tratado que ahora. Se preocupaban de que descansara y comiera bien. Desde su encuentro con Xallax y Auria, se turnaban los dos para montar guardia por las noches. Aquel a quien no le tocara el turno, dormía abrazado a Amsil; si lo oía tiritar de frío, acercaba su poderoso corpachón al de él para darle calor. A veces lo abrazaba más fuerte simplemente por espontáneo afecto. En esos momentos, Amsil se sentía inmensamente feliz, pero a la vez prefería disfrutar poco, seguro como estaba de que una dicha así no podía ser duradera. También era habitual que durante los descansos alguno de ellos, sobre todo Azrabul, lo observara extrañamente, como adorando a un ser superior. Amsil, al notarlo, alzaba la vista muy de soslayo; pero entonces brotaba del otro lado una sonrisa agridulce que lo cohibía y lo forzaba a bajar la mirada de nuevo.

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