—Entonces, ¿Yuk lo logró? ¿Cómo hizo?–interrumpió Amsil.
—Lo logró como puedes ver, porque si no, no estaríamos aquí en carne y hueso. En cuanto a cómo hizo, por desgracia no lo sé: encantamientos, ritos e invocaciones, pero ignoro cuáles. En el caso de los ritos la cosa se complica más, porque requieren de signos visibles, y si tienes existencia corpórea ves las cosas de forma muy diferente que si eres desencarnado. De todas maneras, eso no es importante; lo esencial es que no olvides lo que te dije acerca del mundo de los Gorzuks y de la Corona de Luz.
—¿Es esencial que no lo olvide? ¿Y por qué?
—Porque ya lo estamos olvidando Azrabul y yo. No sabemos por qué, pero nos alarma. Tal vez algo le salió mal a Yuk, después de todo. No sólo eso, sino que nuestras mentes se están llenando de recuerdos falsos. A veces uno de nosotros cree recordar que estuvo en tal o cual lugar, y es el otro quien tiene que desengañarlo. Otras veces lo hacemos ambos, hasta que caemos en la cuenta de nuestro error. Eso nos asusta. Nos sentimos capaces de hacer frente a muchas cosas, pero no a esa especie de locura. Ahora ya sabes que en este mundo no tenemos pasado, salvando ese único recuerdo que te dije; así que tendrás que ser tú quien nos recuerde de qué mundo vinimos y a qué.
—No, no puedo hacerlo–dijo Amsil.
—Sí puedes.
—Encuentren a alguien mejor. Yo soy un fracasado.
—Amsil, ¿vas a hablarnos a nosotros de fracaso? ¿A nosotros, que vinimos aquí en una búsqueda absurda, inútil y loca, y que ni por dónde empezar sabemos?
—¡No es lo mismo! Ustedes se animan porque son altos y llenos de enormes músculos. Yo soy cobarde, débil e insignificante.
—Amsil, carajo, me importa un choto si hay alguien mejor que tú, mil mejor que tú o miles de miles mejor que tú, ¡porque queremos que seas tú! Si quisiéramos a alguien grande y lleno de músculos, habríamos acudido al tipo al que Azrabul hizo mierda en la posada. De niños, Azrabul y yo lloramos abrazados, por tener miedo y no poder hacer otra cosa. Lloraste abrazado a Azrabul, porque no podías hacer otra cosa; así que eres el que necesitamos, y si no nos sirves tú, mucho menos los demás. ¿De qué nos serviría un coleccionista de éxitos que nos abandonase al notar que jamás triunfaremos? Necesitamos sólo alguien que se quede con nosotros en la derrota.
Gurlok se calló, un poco porque no había mucho más que decir; pero también debido a un detalle alarmante, que recién ahora notaba.
En la posada. Azrabul y él apenas si habían logrado hacerse entender en el idioma local. Ahora, acababa de dar a Amsil todo un largo y fluido discurso en dicha lengua, y en cambio se descubría incapaz de recordar siquiera una palabra en la gutural habla Gorzuk,
—¿Y Yuk?–preguntó Amsil–. ¿Por qué no les ayuda él?
—Porque desapareció hace cuatro días, y luego de esperar su vuelta durante tres, hubo que admitir que quizás nunca regrese. Sus investigaciones eran muy peligrosas; pudo ocurrirle cualquier cosa, y aun suponiendo que se encuentre a salvo, las posibilidades de que regrese en diez años son las mismas de que vuelva en dos días o en mil. No dijo cuándo volvería; de hecho, ni siquiera avisó de su partida, así que no podemos contar con él para esto. De veras tienes que ser tú. Estamos olvidándolo todo demasiado rápidamente.
—No entiendo cómo puedes hablar tan a la ligera del fracaso. Yo soy un fracaso, toda mi vida lo he sido.
—Pues tienes mucho tiempo por delante para dejar de serlo, y nosotros mucho tiempo por delante para constatar que lo somos–concluyó Gurlok, besando a Amsil en la frente–. Ven, compañero, vamos a dormir.
Amsil asintió y se dejó guiar hasta el sitio en que dormía Azrabul. Gurlok se tendió a su lado y luego invitó al chico a acostarse entre ambos. La noche estaba llena de ruidos extraños. Amsil solía temerle a la noche, pero ahora estaba demasiado exhausto para pensar en ello. Acostado entre los dos gigantes sentía más intensamente el tufo que despedían ambos. Seguía sin entender por qué lo fascinaba tanto ese olor que repelía a la mayor parte de las demás personas, pero tampoco eso estaba en condiciones de analizar ahora. Esta era una noche para disfrutar y estar en paz. Por primera vez en su vida, Amsil experimentaba felicidad o algo muy cercano a ella.
3
Las guardianas de la criatura
El despertar del trío, al día siguiente, distó de ser agradable. Gurlok fue el primero en abrir los ojos, y tras desperezarse y quitarse de encima un poco de lagaña, notó la filosa hoja de una espada muy cerca de su cuello, lista para rebanarlo en cualquier momento. Otro tanto notó Azrabul al despertar pocos segundos después, todavía maltrecho por el combate librado contra el monstruo el día anterior. No había tercer espada que pudiera apuntar al cuello de Amsil; y de todas formas, el chico era tan obviamente inofensivo que nadie se hubiera tomado la molestia de neutralizarlo.
Azrabul y Gurlok tuvieron considerables problemas para encasillar sexualmente a quienes los apuntaban con tales armas. Por su físico parecían hembras; sin embargo, su aire combativo, su mirada firme y penetrante, sus movimientos seguros y elásticos se condecían con el concepto que tenían ambos de las mujeres, asociado a debilidad, indecisión, pasividad y muchos otros conceptos peyorativos.
— Ni sueñe con echar mano a sus armas –dijo con voz helada la que apuntaba hacia el cuello de Gurlok–. Moriría de inmediato.
—Muy bien–respondió Gurlok sin alterarse, aunque con gran curiosidad–. ¿Qué quieren?
—Usted mató un oirig . Mi nombre es Xallax1. Soy Sacerdotisa de la Madre Tierra y vengo a hacerle responder por ese crimen. Póngase de pie y no intente nada
Así que es mujer, después de todo , pensó Gurlok, levantándose lentamente. Xallax tenía un hermosísimo cuerpo de mujer, hermosísimo incluso para él, que gustaba de hombres; un cuerpo bien formado, con senos y nalgas firmes, elástico como el de una pantera. En su rostro anguloso resplandecía un par de helados y temibles ojos grises.
—No, usted quédese donde está–sugirió la otra a Azrabul cuando éste, torpemente, intentó incorporarse.
Esta tenía ojos azules y apariencia menos feroz que su compañera, pero no igualmente hermosa y ágil.
Ambas parecían más aptas para el combate que para el sacerdocio y, de hecho, su atuendo y su equipo era el de guerreras, así que Gurlok se sintió desorientado. Bajo el casco de la que apuntaba hacia Azrabul asomaba el cabello, castaño oscuro, recogido en una cola de caballo. Cuando más tarde Xallax se quitó el suyo se vió que llevaba el cráneo prolijamente afeitado.
—Me llamo Auria y también soy Sacerdotisa de la Madre Tierra–se presentó esta otra–. Me excuso por mi descortesía. Por cierto–añadió con genuino asombro–, ¿no estás muy grande para chuparte el dedo?
Azrabul y Gurlok, no menos asombrados que ella, volvieron la vista hacia Amsil en el mismo momento en que éste, rojo de vergüenza, se quitaba el pulgar de la boca.
—Es que nuestras porongas son demasiado grandes para él–bromeó Gurlok.
—Ahórreme su vulgar sentido del humor, por favor–respondió Xallax, inexpresiva, semejante a una fría máquina de matar–. ¿Por qué mató al oirig ?
—¿Y cómo sabe que lo hice yo?
—Porque la espada quedó clavada en el pobre animal, al que se ve que mató de manera horrible. Usted carga una vaina vacía; de sus compañeros, uno lleva espada envainada, y el chico ni vaina carga. Por lógica tiene que haber sido usted. Además, hay otras cosas que me intrigan. Ningún guerrero que se precie abandonaría su arma como lo hizo usted. Y parece ser que no han dejado a nadie montando guardia, cosa muy imprudente si se pernocta en el bosque. Es más: anoche ha merodeado por aquí un lobo. Mire esas pisadas.
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