Arlot, se acabó la broma, dijo. Tenemos que hablar, ¿recuerdas? Pregunta retórica por lo que no dio tiempo a la respuesta. Por eso he venido, ¡Dios me perdone!, para hablarte como guía espiritual. Lo demás ha sido porque… No importa. Bien, sí importa. Me preocupáis. ¿Ha venido como guía espiritual o como instructor de combate?, le interrumpió Arlot con su esbozo de sonrisa. Seamos claros, insistió el sacerdote. Mi prioridad es la de ejercer de guía espiritual. Lo que os he enseñado es una muestra de amistad, por si algún día os encontráis en un problema. Lo que Dios quiera que no suceda. ¿Y en qué convento ha aprendido usted a combatir de esa forma?, le había preguntado Arlot sin abandonar una ironía que ya empezaba a resultar molesta, en especial porque no estaba dispuesto a dar mayores aclaraciones. A combatir y a dirigir un combate. Páter había cerrado los ojos, unido las manos como si se dispusiera a orar y respirado lenta y profundamente. Calma, se exigió. Cualquier hombre tiene un pasado a recordar o a olvidar, empezó con paciencia, en realidad ambas cosas, y con el tiempo recuerdos y olvidos se acumulan y para según quién constituyen una carga. El problema radica en que en ocasiones no se sabe o no se puede elegir si recordar u olvidar porque el pasado forma parte de nuestra alma y el alma sigue sus propias reglas. Había tomado aire de nuevo y abierto los ojos. Las manos continuaban unidas, ahora con los dedos enlazados. Sólo en Dios halla descanso mi alma, de él viene mi salvación. ¿Recuerdas? Salmos. Descanso mi alma, eso es.
Se había hecho el silencio. El sol entibiaba un aire frío que parecía llegar del bosque, cargado de fragancias a maderas y hierbas húmedas. Páter se había quedado inmóvil, la mirada fija en aquel cielo que mostraba un azul pálido deslumbrante. ¿Rezaba o pensaba? Arlot esperaba. Conocía a aquel hombre y lo que tuviera que decir se lo diría, a tiempo o a destiempo, bien o mal, con delicadeza o con aspereza, pero se lo diría. No tuvo que aguardar demasiado. Tras una intensa inspiración Páter se santiguó y clavó sus ojos pequeños y brillantes en los de Arlot. En los conventos se aprende a luchar en otro tipo de guerra, muchacho, dijo entornando los ojos, concentrado, y sabemos que no existe otro enemigo peor que el mal que propagan el demonio y sus huestes, que ni te imaginas lo numerosas que son ni el poder que tienen. En eso nos formamos y a ello nos aplicamos. Eso no responde mi pregunta, había insistido Arlot. Yo creo que sí. La violencia y la templanza, el odio y el amor, la virtud y el pecado… ¿Sigo? No, no hace falta, basta con hablar del mal y del bien. Eso lo resume todo, y posicionarnos sobre ellos nos define. Lo demás es palabrería. A Arlot se le había escapado una mueca recelosa. Totalmente de acuerdo, Páter, y me parece, una vez más, un planteamiento inteligente, como todos los suyos. Pero insisto, y perdone mi curiosidad, usted ha demostrado unos conocimientos en un tipo de lucha muy concreto, y no creo que se adquieran en un convento ni en un monasterio por mucha fama que tengan los que llaman monjes guerreros. Que por cierto no sé si son otra de las muchas leyendas que corren por ahí. Páter se rascaba la barbilla, pensativo, súbitamente jovial. Los monjes guerreros, la orden del… Un perfil curioso si bajamos al sentido exacto de las palabras, es decir, si tomamos lo de guerreros en un sentido literal. A mí, Dios me perdone si debería callarlo, al margen de sus hazañas, reales o falsas, siempre me han sonado a fanáticos. Como pasa con tantos. Si en realidad existieron, claro, porque hoy por hoy no queda ni uno. En fin, volvamos a nuestro asunto. Tras dar varios golpes con el índice sobre el pecho de Arlot, que continuaba sin ceder en su recelo, había continuado con sus intentos. Eres obstinado y tendrás problemas en la vida, te lo he dicho y lo repito, pero también inteligente y quizá, solo quizá, eso te ayude a solucionarlos cuando se te presenten. Dicho lo cual, yo he venido a apelar a tu inteligencia y a combatir tu obstinación, una de las muchas madres del pecado, y no a explicarte mi vida. En consecuencia dejaremos determinadas preguntas y respuestas para otro momento. ¿Y tan urgente consideraba esta conversación que nos ha seguido hasta aquí sabiendo lo que veníamos a hacer? Otras veces le hemos invitado y siempre nos respondía que no. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué no me ha pedido que fuera a la iglesia, el espacio de la bondad por excelencia, y no a un campo de armas? Eso ya lo hice, tienes muy mala memoria. El rostro de Páter mostraba un sincero enfado en ese momento.
Entonces les llegaron las risas del resto del grupo. Vento había estado avanzando cabeza abajo, a pequeños saltos aguantando el cuerpo sobre una sola mano. Las risas las había provocado su aparatosa caída al perder el equilibrio tratando de saltar sobre una roca de regular tamaño sin variar la postura. ¡Deberías saber hasta dónde te alcanzan las fuerzas!, gritaba Carlo. ¡No eres una rana por mucho que lo intentes! ¡Ni una de nuestras cabras!, había añadido Marlo. La respuesta de Vento fue la de quedarse sentado contemplando la roca con los brazos cruzados y cara de pocos amigos. Arlot y Páter observaban la escena mientras Yúvol ayudaba a incorporarse a su apesadumbrado amigo, tirando de él como si de un niño o un muñeco de paja se tratase. Hay que saber cuándo parar, Vento, le decía mientras le ayudaba a sacudirse tierra y briznas de hierba de la ropa. ¡Eso es!, gritó Páter súbitamente animado. Buen pensamiento. Todos deben saber cuándo parar, o por lo menos tomarse un tiempo para reflexionar. Arlot, ya ves qué sucede cuando uno no mide las propias fuerzas. Arlot trató de replicar, pero Páter alzó una mano solicitando su silencio, que lo escuchara. No, déjame hablar. Sabía que tienes eso, había dicho señalando la espada, y me imagino que eso, volvió a señalarla, es el primer tramo de un camino que no debes emprender porque será el que te lleve a la perdición, y quién sabe si a la muerte. Mira, el amor por un padre es un don divino, te honra, no lo empañes ni siquiera con el pensamiento. El amor combina mal con el odio. Ese duque al que llaman Diablo no solo es un ser maligno, maligno y peligroso, también es el sobrino del rey, un noble, y tú te has empeñado en matarlo. ¡Es un duque! ¿No lo comprendes? ¡Querer matarlo! ¡Quieres matar a un miembro de la nobleza! La voz se le estrangulaba en la garganta y los ojos brillaban. Matar es uno de los peores pecados, está escrito incluso en las Tablas de la Ley, en los Diez Mandamientos. No matarás. ¿Y por venganza? ¿Sabes que nos dice la Biblia sobre matar? Arlot decidió no responder, no encontraba el motivo. El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre. Es del Génesis, nada menos que del Génesis. Diablo nada tiene que ver con la imagen de Dios, había protestado Arlot. Si acaso será la imagen de Lucifer. ¡No digas barbaridades! ¿Hasta cuestionar la palabra de Dios vas a llegar en tu soberbia? Se empezó a frotar el rostro, controlándose. Escúchame, escúchame. Y sin preguntas ni comentarios, por favor. Al menos hasta que yo acabe. Por los motivos que sean, y que no te interesan a día de hoy, el duque de Aquilania no me es un desconocido. Ni mucho menos. Se trata de un sobrino del rey, sobrino de sangre, hijo de uno de sus hermanos, del segundo en la línea de sucesión. Te aseguro que lo que tú pienses sobre él se queda corto, e incluso alguien tan poco dado a las blandenguerías como el propio rey seguramente lo suscribiría. Se asegura que está loco, que nació loco y que algún día alguien le dará su merecido y le enviará al infierno, de donde nunca debió salir. Se dicen tantas cosas que es difícil distinguir la verdad de la mentira. Por ejemplo, que su propio padre había decidido acabar con él antes de que fuese él, por entonces con trece años, quien le asesinara con el ánimo de heredar antes. Dudó y llegó tarde porque su hijo se le anticipó y le cortó el cuello mientras dormía. Si es cierto que lo asesinó él mismo o lo mandó hacer no se sabe ni se sabrá, pero lo de que amaneció degollado está comprobado, y ahora el anterior duque descansa en el panteón de la capilla del castillo. La pregunta es ¿por qué no intervino nuestro rey ante el asesinato de su hermano y prendió al asesino para castigarle? No dejaba de ser eso, su hermano, ¿verdad? Y lo que es más importante: se trataba de un duque, del señor de Aquilania. Peligroso precedente lo de dejar pasar algo tan grave sin castigo ejemplar. Te aseguro que sé de lo que hablo. Sí, ¿por qué no lo hizo? ¿Porque sabía que el criminal era otro noble y no había otro heredero? ¿Porque no quería dejar uno de sus señoríos huérfano? ¿Porque prefería un señor con mano dura capaz de someter a su pueblo aunque fuese con salvajismos? A saber.
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