¿Eso es algo sano? ¿De verdad sirve resignar el disfrute y una comida con amigos para querer tener el cuerpo de quien “dejó las harinas” para ser una “diosa”, como suelen decir en algunos medios? Por supuesto, no me refiero a vivir a base de “comida chatarra” y tomar alcohol todos los días, sino a esos momentos de los que la comida forma parte del disfrute y, claramente, hacerlo con moderación.
“Por supuesto, no me refiero a vivir a base de “comida chatarra” ”
Cuando uno empieza a aislarse, a dejar de participar de a reuniones sociales, o a ir con su propia vianda, la mente se empieza a enfermar, obsesionándose cada vez más y dejando de disfrutar, porque por más que se asista al evento, la cabeza está pensando en la porción de pizza que se prohibió. Este tipo de prácticas puede llevar hasta a la depresión, y me duele saber que a veces son los mismos profesionales quienes las inculcan. Conocí casos de personas que han pasado la Navidad solas en sus casas como consejo de su nutricionista, algo que me parece totalmente fuera de lugar y hasta agresivo.
Hay que tratar de que el paciente entienda que las reuniones no solo pasan por la comida, sino por compartir momentos especiales con nuestros seres queridos, y enseñarle a medir las porciones y comer lo justo, no encerrarlo en sus casas como si fuesen presos, como si comer fuese un acto ilegal. ¿Cómo esa persona no va a imitar y a copiar las dietas de revista, cuando hay profesionales que la maltratan de esa manera?
También muchas personas cocinan para demostrar cariño, como los abuelos, por ejemplo, que sabemos que no los tenemos toda la vida. ¿Es realmente necesario perdernos esos platos llenos de amor, porque queremos alcanzar el cuerpo de la modelo que está de moda? Si alguna vez te lo planteaste, reconsidera qué se gana y qué se pierde. No se logra nada dejando de asistir a eventos y dejando de comer lo que nos gusta; al contrario, se está peor.
Entonces, antes de empezar una dieta que venden en distintos medios porque la hizo una persona famosa, piensa: ¿vale la pena?
En primera persona: Guadalupe, 21 años 
Toda mi vida amé la comida, nunca tuve problemas en cuanto a qué comer, y siempre preferí la comida casera. Soy ecuatoriana, pero viví toda mi vida en la ciudad de Buenos Aires. Para mí la comida era un momento de conexión con mis raíces, sobre todo porque mi papá es chef.
Cuando cumplí catorce años, las cosas empezaron a cambiar, empecé a fijarme cada vez más en mi figura y mi peso, que nunca antes me habían preocupado. Me comparaba con mis compañeras del colegio y del club, me sentía mal por la forma que tomaba mi cuerpo (totalmente ridículo, porque tenía un peso normal para mi altura), hasta que un día, cansada, me puse a buscar en Internet las “causas” por las que uno sube de peso y un montón de artículos de revistas me saltaron en la primera página, la mayoría demonizando a los hidratos de carbono. Pensé: “Wow, si taaaantos artículos dicen que los hidratos son malos, y encima después en otros relacionados aparecen dietas de famosas que dejaron los hidratos y se ven divinas, ¡lo más lógico es que sea cierto!”. Así, de un día para el otro, me propuse dejar las harinas e hidratos.
Dejé de comer fideos, galletitas, arroz y papa, que están presentes en un montón de comidas típicas de mi país, me empecé a preocupar más por lo que mis papás preparaban. También comenzaron las peleas, los berrinches, todo por no querer comer ni un gramo de hidratos. Al principio ni les prestaba atención, pero poco a poco desarrollé un miedo terrible incluso a tocarlos. Con el tiempo, las restricciones me llevaron a dejar de comer ciertas frutas y luego los lácteos.
Bajé de peso, pero a expensas de mi salud física y emocional, porque sin saberlo me estaba alejando de mi familia y mis amigos; lo único que me importaba era cuántas calorías quemaba entrenando y controlar que mi comida nunca tuviera hidratos.
Luego mis papás me “obligaron” a incluir hidratos de nuevo, aunque al principio fue difícil para mí; luego pasé de no comer a atracones constantes, a nunca poder frenar. Subí de peso, incluso más de lo que pesaba al principio, cuando había probado una dieta para “no engordar”.
Desde los catorce años sufro de trastornos alimenticios y sus consecuencias. A fines de octubre de 2017 inicié mi primer tratamiento para darle un alto, no podía soportar un día más pendiente de las calorías y con miedo a comer, a tener un atracón, a vomitar, a desmayarme por haber ayunado 3 días seguidos. Es difícil, pero las ganas de salir de este encierro son más fuertes y cada día estoy más decidida. Toma tiempo, paciencia, ganas y mucho autoconocimiento.
Programas de televisión
y críticas hacia
los cuerpos
En programas televisivos de rumores y de la farándula, que se transmiten por la mañana o por la tarde, muchas veces se habla sobre la ropa que usan las celebridades, el look que tienen, el corte de pelo que se hicieron, y también sobre sus cuerpos. Sacan conclusiones de por qué subieron de peso, se preguntan si están embarazadas, si están comiendo de más, a veces dicen que “se dejaron estar”, y también hablan de quienes bajaron de peso. Como si fuera obvio, lo primero que se dice es que tienen anorexia, y a veces lo dan por sentado, pero nadie se detiene a pensar que la anorexia es una enfermedad grave y no se puede hablar tan a la ligera.
Se puede bajar de peso por infinidad de motivos, y no siempre es por un trastorno alimentario.
Vivimos en una época en la que cualquiera se considera habilitado y capacitado para opinar sobre todo el mundo, sobre cada detalle de la vida de los demás, sobre si tienen más o menos peso, pero nadie se preocupa por esa persona como ser humano integral. Se habla despreocupadamente acerca de las apariencias, para juzgar si se amoldan más o menos a determinado estereotipo deseable, y de esa manera se estimula, quizá sin saberlo, la cantidad de trastornos alimenticios.
Además, esos comentarios circulan durante las 24 horas, por lo cual cualquier niño tiene acceso a ellos. Por más que no parezca escuchar atentamente, esos mensajes van quedando en su cabecita, y no solo es peligroso porque el niño puede empezar a creer que es cierto todo lo que se dice, sino porque a veces lo repite y empieza el bullying en el colegio, diciéndole las cosas que oyó en la televisión a algún compañerito. Y así se retroalimenta el círculo y el avance en los desórdenes alimentarios.
Yo tengo claro que, por más que lo diga y lo repita, este fenómeno tiene larga vida, porque es lo que vende y da rating, pero con que tú me estés leyendo sé que estamos avanzando, con el objetivo de que cada vez seamos más quienes comprendamos cómo puede afectar a muchísimas personas, tanto a niños y a adolescentes como a los adultos.
Debemos aprender a no agredir ni insultar, nunca, y en especial por el físico. Uno nunca sabe por cuál situación está pasando cada uno ni cómo le pueden afectar los comentarios.
En primera persona: Nicolás, 20 años 
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