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Estás en la antesala del libro, en el tráiler de lo que va a venir. Te aconsejo empezar por acá, sin saltearte nada.
Este libro es radicalmente diferente a los otros dos que Agustina ha escrito ( ¡Podemos comer de todo! y ¡Podemos querernos más!). Digo que es radicalmente diferente porque cuenta una historia de resiliencia, no solo de superación del dolor, sino y sobretodo, de transformación en pos de la entrega a otros.
Tengo la fortuna de haberme cruzado con Agustina y de haber forjado una amistad que lo trasciende todo. Hemos caminado Buenos Aires entero en modo turista, hemos recorrido en bici Santa Fe —mi ciudad—, hemos viajado juntas y, en cada uno de esos momentos, fui reconstruyendo su historia (a veces entre lágrimas, porque lloramos juntas); esa que hoy les comparte en estas hojas.
Les cuento que, desde hace siete años, trabajo como psicóloga en patologías alimentarias. Cuando comencé en un hospital de día de mi ciudad, aprendí mucho de todo lo que no me habían enseñado en la facultad. Siempre digo que jamás, en mis años de estudiante, me hubiera imaginado trabajando en esta especialidad. Quizás porque yo también imaginaba que los trastornos alimentarios eran “un capricho”, como tanta gente piensa.
Para mí, la comida siempre fue comida. Yo me juntaba a estudiar con mis amigas y nos motivaba la comida. Iba a comer a lo de mi abuela y nos agasajaba con comida. No podía reparar en que la comida se transformara, para algunas personas, en una obsesión a tratar.
Sin embargo, si miro esta problemática con los ojos de hoy, también creo que no caí en un trastorno alimentario porque me sostuvieron mi familia, mis amigos y el deporte. Porque, ¿qué adolescente, en general, y más aún en la Argentina, se siente realmente cómoda/o con su cuerpo? ¿A quién no le da miedo “no pertenecer”? Incluso más, los/las invito a pensar dos segundos en su círculo de amistades más íntimo. ¿Qué tan frecuentes son las charlas acerca del cuerpo y sus supuestas “imperfecciones”? ¿Cuántas personas de su entorno, incluidos ustedes mismos/as, han pensado que debían hacer una dieta para adelgazar? Esta es una manera de vivir nuestro cuerpo, y se basa en estar pendientes de aquello que, desde nuestra mirada, nos falta. Y la naturalizamos, aunque de natural no tenga nada.
Lo bueno de reconstruir una historia, como me sucede en el consultorio y tal como van a descubrir con este libro de Agustina, es que entiendes que nada es porque sí. Empiezas a tejer hilos, a atar o desatar nudos, y te das cuenta de que la comida o el cuerpo se vuelven el punto de control de una vida en peligro de derrumbe. Y tanto la sociedad como la familia, muchas veces, colaboran negativamente.
¿Por qué digo esto? Porque a los niños/as no basta con hacerlos nacer, hay que traerlos al mundo. Traerlos al mundo implica darles un significado, una mirada de amor capaz de decirles quiénes son para otros. Nos traen al mundo nuestros padres, pero también la sociedad, las primeras instituciones que recorremos, como la escuela, y los primeros vínculos extrafamiliares. Buscamos pertenecer, porque solo desde ahí sabemos quiénes somos: queremos que nos quieran, que nos elijan, que nos acepten. Si nada de esto ocurre, somos capaces de asumir cualquier costo (incluso el del daño corporal) con tal de que alguien nos mire.
Esto pone en evidencia algo que decimos mucho los profesionales: un trastorno alimentario es multicausal. Ningún factor es directamente “culpable” pero son todos “necesarios” para que ocurra.
A veces, los padres nos dicen: “Creo que lo hace para llamar la atención”, y yo les pregunto: “¿Qué desatendieron y a causa de qué?”. Y, en ese momento, se produce un quiebre.
La opinión popular suele creer que un llamado de atención es un mero capricho: “No le des importancia, está llamando la atención”, escuchamos. ¿Pero acaso un síntoma no es eso? ¿No es algo que viene a denunciar lo que pasa? Cuando te duele la cabeza, ¿no es tu cuerpo llamándote la atención?
Somos un país con índices altísimos en trastornos alimentarios y, sin embargo, aún siguen siendo patologías cuyo tratamiento no cubren las obras sociales, ni ocupan un lugar en la agenda de salud pública. Tengo una teoría, confrontativa y fiel a mi estilo crítico: ¿será que asumir estas patologías como verdaderos problemas tiene más costos, en lo subjetivo, que dejarlas tal como están hoy? No es algo menor pensar en esto y si, inevitablemente algo ha de cambiar, debería empezar por ahí.
Este libro ubica cada uno de esos puntos en su lugar, con la hermosa característica de que está contado en primera persona. Es verdad que uno empatiza con otro/a si ha sido atravesado por vivencias semejantes. Esto tira por la borda un famoso mito: “¿Cómo alguien que tuvo un trastorno alimentario me va a poder ayudar?”. Y es, justamente, por eso. Si hubo transformación y reparación, si hubo tratamientos y aprendizajes, si hubo crecimiento desde el dolor, nadie mejor que quien haya pasado por un trastorno alimentario, y lo haya transformado, para acompañar el proceso.
No nos quita poder ni capacidad profesional el sabernos humanos y hacedores de nuestras propias cicatrices. Incluso nos vuelve especiales y únicos en la tarea. Y es por todo esto que Agustina tiene la facilidad de empatizar y acompañar a otros/as, de buscarle salida al túnel, un túnel que ella misma atravesó.
Quiero valorar un factor más, quizás e incluso, el más importante: la enorme valentía de dejar el alma al desnudo y por escrito. Me remito a la historia y a la cantidad de charlas que tuve con Agus, en las que me decía que nunca se animaría a hablar en público sobre esto. Me explota de orgullo el corazón al leerla hoy. Esta es una historia de superación, su historia de superación, y el fiel ejemplo de que el “nunca” no existe.
Los/las invito a abrir el corazón leyendo estas páginas, que emocionan desde el inicio porque hablan del dolor en primera persona. Los/las invito a que se nutran de la valiosa información que contiene, que es sumamente válida porque está retratada con vidas reales. Los/las invito a aventurarse en esta historia, la de mi amiga Agustina, esa que muestra una armadura por fuera, pero, por dentro es dulce, sensible y tiene el corazón más grande y puro que conocí.
Como dice Aerosmith, su grupo de música favorito: “Dream until your dreams come true”. (Sueña hasta que tus sueños se hagan realidad). A mí se me infla el pecho de orgullo y alegría al verla alcanzar los suyos.
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