Fui creciendo y, cuando iba de compras, yo misma elegía ese tipo de ropa, porque me habían enseñado eso. Jamás podía ponerme una falda o una camiseta con breteles finitos, y ni hablar de colores claros. Me enseñaron a tener vergüenza de mi cuerpo, pero lo raro es que la gente que me conocía me veía delgada, y yo pensaba que me lo decían para conformarme. Al mirarme al espejo, realmente me veía gorda, y hasta el día de hoy, vivo comparándome con mi hermana porque siempre fui “la gordita” de la familia.
Hice muchísimas dietas. Bajé mucho de peso y subí reiteradas veces, y hoy en día veo mis fotos de hace unos años y de cuando era una niña, y ciertamente no era una persona con sobrepeso, pero eso me hicieron creer toda la vida.
Los comentarios de la familia y las comparaciones son dolorosos, porque te condicionan y te hacen creer que no eres atractiva o eres menos que los demás.
Todo esto que le sucede a Laura tiene que ver con los comentarios que recibió durante su niñez. Por eso, en este tipo de tratamientos es fundamental incluir a la familia, si es posible. Esto no solo sirve para ayudar a nivel alimentario y colaborar con los cambios de hábitos de las pacientes, sino porque, además, en general, los TCA se dan en familias disfuncionales (donde puede haber padres separados que no se lleven bien, donde el hermano hace de rol de padre, donde la madre hace de amiga de la hija, donde una mamá puede cumplir el rol de hija, por ejemplo). ¿Qué quiero decir con esto? A veces, por ejemplo, no hay comunicación entre los miembros de la familia, y eso genera “maneras de hablar del cuerpo”, manifestando síntomas de un TCA. Entonces es fundamental que la familia participe en el tratamiento y, muchas veces, cuando la paciente va recuperándose y trabajando en la terapia, la familia empieza a comunicarse mejor y se modifica para bien.
Hoy que tengo 32 años puedo decirte que maltraté mi salud desde muy temprana edad y que si hubiese tenido todo el conocimiento y la aceptación de mi cuerpo que tengo hoy, no hubiese pasado por situaciones tan críticas. Me pregunto por qué no hablé con mi familia a tiempo, por qué me dejé maltratar por mis compañeras del colegio, por qué no hablé con alguien en quien pudiera confiar antes de que todo esto me invadiera hasta un punto límite.
Hoy puedo comer y disfrutar de todo lo que como y de lo que vivo. Me doy cuenta del tiempo que perdía pensando en comida, comiendo, mintiendo, compensando. Si bien puedo tener una vida normal, me arrepiento de haberme perdido tantas veces las pastas de mi abuelo y sus empanadas de los domingos, cuando era chica. ¿Saben lo que hacía? Me llevaba mi yogur con cereales y, en ocasiones, cuando no aguantaba, además del yogur comía las pastas, pero con culpa. Siempre iba a lo de mi abuelo de mal humor. Era tal mi nivel de disgusto que él, unas semanas antes de fallecer, me preguntó si lo quería. Y es que siempre me veía enojada. Eso es algo que me quedó dando vueltas en la cabeza por años. Pero, por suerte, pude decirle que mi rabia no era con él, que yo era la que estaba mal.
En estos años, también me di cuenta de que mi carácter tan impulsivo y malhumorado tenía que ver con el hecho de nunca haber respondido de chica, de no decir lo que me hería, lo que no me gustaba. Por eso, hoy creo que contesto demasiado o peleo mucho justamente para “que no me pasen por encima”, como antes. A veces, es algo que me juega en contra. Estoy buscando el punto medio.
Te cuento todo esto porque, hoy en día, puedo ver con más claridad lo que viví. Y si estás leyendo este libro y estás pasando por lo mismo, tienes que saber que hay momentos importantes que te estás perdiendo y que no van a volver. Disfrútalos ahora. No los dejes pasar. Hoy puedes empezar a recuperarte por ti, pero también para compartir la felicidad de estar con los que te quieren.
Y, como puedes ver, las cuestiones psicológicas son las que más cuestan en estos trastornos. La comida es solo el síntoma y lo primero que se va, ya que el verdadero problema está detrás de nuestra alimentación.
Hasta el día de hoy trabajo mi autoestima cuando no me siento inteligente, cuando no me valoro y digo que lo que hago “es fácil” y que “cualquiera puede hacerlo”. Cuando no me pongo feliz por mis logros, cuando me siento inferior a todos. Y eso, no tengo dudas, me pasa por lo que me viví en la infancia. Ese es el momento en el que creamos patrones que luego nos cuesta modificar.
Mi consejo es que pidas ayuda si te sientes identificada con mi relato. No te dejes estar. Sé que da vergüenza hablarlo porque es algo que no se entiende. Es algo que no aparece en un estudio de sangre. Puedo compararlo con la depresión. Quien la padece no sabe cómo explicarla. La gente piensa que es “tristeza” y que la falta de ganas es vagancia. Pero nada más lejos de la realidad. Y con los TCA sucede lo mismo: se cree que son un capricho y que solo pasan por una cuestión de estética. Si les da vergüenza conversar el tema con sus padres, hablen primero con amigos y amigas. O, si son mayores de edad, acudan a un profesional especialista para que los/las oriente. No pierdan tiempo porque, el tiempo perdido, no se recupera.
APRENDE DE MI
EXPERIENCIA

Siempre fui una nena que hacía todo para que la quisieran. Recuerdo que los días que teníamos Música, todas me daban sus carpetas y sus flautas para que las llevara a la clase. Y yo iba cargada con todo, creyendo que así me iban a querer más, pero no pasaba.
No es fácil empezar a quererse y aceptarse. Uno no nace odiando su cuerpo y teniendo autoestima baja. Ojalá fuese tan fácil como nos muestran esos dibujos que vemos de alguien mirándose al espejo, diciendo “me quiero como soy”. Hay que hacer un gran recorrido en terapia, revolver un pasado doloroso y descubrir qué fue lo que nos sucedió y cómo fue que empezamos a odiarnos, y desde ahí trabajarlo hasta empezar a aceptarnos por lo que somos.
Es un camino largo y doloroso, que cuesta y donde muchas veces vamos a querer dejar todo. Confía en esto que te digo: lo mejor viene después de eso. Cuando te empiezas a amigar con tu cuerpo y aceptarlo es cuando mejor la pasas. Después se verá el tema de la autoestima, porque no pasa solo por el cuerpo sino por lo que piensas sobre ti. Ese puede ser un trabajo aún más largo. Por ejemplo, yo siempre me sentí señalada por “tonta”. Me lo repitieron tanto que me costó sacarme esa idea de la cabeza. Superar eso fue aún más difícil que aceptar mi cuerpo, justamente porque el problema no está en la imagen sino en las creencias internalizadas.
Respétate. Quiérete tú primero, no hagas cosas para que los demás te quieran.
Fortalece tu autoestima. Ámate, eres valioso/a. ¡Que nadie te diga lo contrario!
Y recuerda: tu cuerpo es perfecto tal como es. Cuídalo, siempre.
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