María Agustina Murcho - Vulnerable

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Empecé a desayunar poco, a no comer nada en el colegio y a hacer un escándalo en la casa de mis padres a la hora de la comida. Nos peleábamos todo el tiempo.
Me veía cada vez más flaca y eso me motivaba a seguir bajando de peso. En el colegio, me decían que no me veían bien y yo lo sentía como una victoria: mi flacura les preocupaba.
Mis acciones tenían el resultado esperado. Quería que todos me prestaran atención y lo estaba logrando, pero sin darme cuenta de que me estaba destrozando.
Esta es la historia de María Agustina Murcho, la nutricionista con más de 380.000 seguidores en su cuenta de Instagram, nutrición.ag.
En Vulnerable, se anima a contarnos, por primera vez, su propia batalla contra el trastorno alimentario.
Un libro íntimo y real, en primera persona, que narra la vida escolar, universitaria, laboral y vincular, atravesada por la obsesión por la delgadez y la relación tóxica con la comida.
Si te reconoces en este relato, la voz de Agustina te ayudará a liberarte de tu propia cárcel.
Incluye sugerencias para pacientes y familiares.

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Me recuperé y ahora quiero contártelo.

Hasta el día de hoy me cuesta superar algunas marcas de mi infancia Hasta el - фото 9

Hasta el día de hoy me cuesta superar algunas marcas de mi infancia. Hasta el día de hoy paso por el colegio al que fui cuando era niña y me agarra piel de gallina. Sueño con mis compañeros/as; los veo de grandes y somos amigos. En ocasiones, sueño que regreso al colegio y que nos llevamos bien y, otras veces, que vuelven a dejarme de lado, tal como lo hacían antes…

No fui una nena con sobrepeso; me doy cuenta de eso viendo mis fotos. Pero en el colegio era “la gorda”, aunque está claro que ni siquiera a un nene o nena con sobrepeso tendrían que decirle algo así. Yo era “la gorda” a la que dejaban de lado, junto a Vale y a Marian, mis amigas. A las tres nos excluían y, muchas veces, nos hacían pelear entre nosotras. Como se imaginan, había momentos en los que estaba muy sola.

Mi aspiración en ese entonces era formar parte del grupo de compañeras, junto con las demás chicas. Y, un día, cuando tenía 9 años, ese deseo se cumplió. No recuerdo por qué me integraron al grupo, pero fui muy feliz. Íbamos todas a pasear al shopping, a los parques de diversiones, a comer, nos juntábamos en distintas casas, hacíamos bailes. Pero, de un día para el otro, me dieron una carta firmada por todas, que decía que las imitaba usando la misma ropa, que las copiaba. Apenas la leí quise llorar, pero me contuve porque estaba en la oficina de mi papá. Lo peor pasó al día siguiente, cuando en un recreo se reunieron, se ubicaron todas en ronda, me apartaron y me dijeron: “Te queremos decir que estás afuera del grupo”. Todavía recuerdo la angustia que sentí en ese momento. Ese día salí llorando del colegio y mi mamá me preguntó qué me pasaba. Mi respuesta fue: “Me duele la garganta”. Siempre me guardé todo…

Esos años fueron una tortura. Todo el tiempo sufría estos maltratos: cada vez que iba a clase, en una convivencia que organizaron en una quinta, en un viaje a Tandil que realizó el colegio. Recuerdo que lloraba, me angustiaba y que, a la vez, quería ser parte de ese grupo, en el que creía que estaba la gente “más importante”.

Mi primer recuerdo relacionado con la comida es del tiempo en el colegio. Iba al kiosco y me compraba cuatro paquetes de caramelos masticables, esos que tienen textura de gelatina. Y les sumaba cuatro paquetes de confites de chocolate. Esta era mi alimentación diaria en los recreos, a partir de los 7 años. También vendían donas rellenas con dulce de leche. En cada recreo me compraba una. Siempre.

Una vez, mientras estaba pidiendo golosinas en el kiosco, alguien me dijo: “Agus, ¿todo eso vas a comer?”. Y le dije: “No, es para una amiga” y, al mismo tiempo, realicé un gesto para hacer de cuenta que la llamaba. Me fui del kiosco diciendo: “¡Vale, te compré lo tuyo!”. Creo que no es casualidad que venga a mi mente mi comportamiento con la comida en el colegio. Si ocultaba que toda esa comida era solo para mí, de alguna manera, creo que me daba cuenta de que algo andaba mal.

En esa época también se separaron mis papás, cuando yo tenía 11 años. No recuerdo haber sufrido su separación. Sin embargo, lo expongo porque sé que a muchas chicas y chicos los angustia el divorcio de los padres, por las situaciones difíciles que viven a partir de esa decisión. Y el dolor de esos momentos también puede “compensarse” con la comida.

Los sábados a la tarde íbamos a andar en bicicleta y a tomar helado con mi papá y mi hermano Facundo, que tiene dos años y medio menos que yo. Un día le pregunté a mi papá: “Pa, ¿estoy gorda?”. Y, obviamente, me dijo: “Agus, no, ¡estás bárbara!”. Se lo preguntaba porque, en esos momentos, dudaba acerca de tomar el helado o no. Pero, finalmente, lo tomaba.

A los 12 años, miraba en la televisión un programa que se llamaba “Súper M”. Allí las chicas se presentaban para ser modelos: hacían dieta, se medían, se pesaban… y yo quería ser como ellas. Una vez vino a casa mi prima Mechi, que es mucho más chica que yo, y que en ese entonces tenía 7 años. Yo le decía que quería jugar a hacer ejercicio y pesarnos. Y me ponía a hacer ejercicio, me pesaba y quería bajar de peso. En ese entonces no era consciente de lo que hacía. Lo tomaba como un juego.

Un año después, me cambié de colegio y mis compañeras, que tanto me habían dejado de lado, me escribieron una carta de despedida cada una. En las cartas eran todas amorosas. Decían que me iban a extrañar, todas me querían. Hoy lo pienso y digo: “Cuánta falsedad”. Nadie quiere a otro y cambia su parecer en un instante. Pero, en ese momento, yo era feliz. Todas “me querían”.

Rechazo y aceptación

Yo te entiendo. Sé lo que es ser víctima del bullying , que tus compañeros del colegio te hostiguen, te maltraten y te lastimen con sus palabras. Sé que, muchas veces, siendo niñas y niños, terminamos creyendo aquello que nos dicen nuestros pares o los adultos que nos rodean. Y esto genera una marca en nuestros pensamientos y en nuestras acciones. Me pregunto cómo mis compañeras, siendo tan solo unas niñas, podían ser tan hirientes conmigo. ¿Acaso no se daban cuenta de lo mucho que me lastimaban? Me pregunto también, ¿cuánto te han lastimado a ti?

Sé que, en esas situaciones, hacemos cualquier cosa por pertenecer a un grupo. Yo me conformaba con que me aceptaran, sin importarme lo mucho que me habían ofendido antes. Pero, como a muchas niñas, me admitían y después volvían a rechazarme. Eso genera angustia, tristeza y pena que, en ocasiones, se tapa con comida…

No recuerdo mis sensaciones cuando comía mucho en el colegio, pero sí creo que esas fueron mis primeras conductas “alteradas” con la comida. Si sientes que te pasa algo similar, piénsalo. No digo que comer esté mal, para nada, pero hay una diferencia entre comer algunas golosinas y comer una cantidad excesiva de golosinas. Acá la consecuencia grave no es el peso, ya que el peso es el resultado de una gran carga emocional, que se va adecuando cuando nuestra salud mental va mejorando. El verdadero problema es que cuando tenemos alteraciones en la conducta alimentaria, tapamos algo que nos incomoda, que nos duele. Porque no hablamos, no expresamos nuestras emociones. Como puedes ver, yo siempre me guardaba todo, “me comía” las emociones. Por eso sé que a ti te pasa lo mismo.

Los mensajes

en la niñez

Déjame decirte, desde mi experiencia profesional, que todo lo que estás pensando y haciendo está poniendo en riesgo tu salud. Sí, ahora, siendo tan chica. Estas conductas pueden generarte un problema a corto, mediano y largo plazo. Incluso si ya eres adolescente, te invito a que te replantees aquellas conductas alimentarias que vienen afectándote desde tu niñez.

Tengo que mencionarte que las alteraciones de la conducta alimentaria generan complicaciones, justamente en la edad de la pubertad. Ya sea por dejar de comer, por comer muy poco o por los métodos compensatorios (como vómitos, ayunos, laxantes, diuréticos o ejercicio excesivo).

En la pubertad el cuerpo necesita cierta cantidad de grasas para poder generar hormonas y desarrollarse, es decir, para tener nuestra primera menstruación. Y, si no la tenemos, podemos llegar a no desarrollarnos o desarrollarnos mucho más tarde, y tener complicaciones a nivel hormonal. Además, la amenorrea (falta de menstruación) puede generar problemas en los huesos como, por ejemplo, osteoporosis.

Laura, una de mis pacientes, me comentaba que de niña le sucedía lo siguiente:

Nunca fui una nena gorda ni con sobrepeso pero siempre fui un poco más - фото 10

Nunca fui una nena gorda ni con sobrepeso, pero siempre fui un poco más “grande” que mi hermana. Mi familia le compraba ropa más linda a ella. A mí me compraban ropa con poco color, más holgada, para asegurarse de que no se me notara mucho el cuerpo.

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