•Articular la sexualidad con las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales de cada momento para entenderla como construcción histórica.
•Comprender la relación que se establece entre sexo y poder, e indagar porqué la sexualidad resulta tan importante para nuestras sociedades.
•Preguntarse por la posibilidad de cambiar los patrones normativos que rigen la sexualidad, sus definiciones, fronteras y discursos hegemónicos.
4. Recorridos historiográficos en la Argentina
Con el aval de un cambio de paradigma a nivel internacional y de sus propias circunstancias locales, las academias latinoamericanas incorporaron los estudios de género y de las sexualidades en sus agendas, significando las preguntas en términos propios en función de sus historias. Una larga tradición de explotación, fuertes diferencias étnicas y sociales, sangrientas dictaduras y una importante influencia católica entre sus ciudadanos, conformó sujetos, experiencias, instituciones y discursos que no se dejan asimilar por los conceptos elaborados para las mismas temáticas en las academias norteamericanas ni europeas (Balderston y Guy 1998). En estos países, en paralelo a la renovación y debates académicos, en las últimas décadas el movimiento de mujeres y los grupos de diversidad sexual han ganado visibilidad y reconocimiento (Luna, 2003; León, 1994; Jelin, 1990). En este contexto se publicaron importantes obras que permitieron conocer más sobre el pasado y el presente de las mujeres latinoamericanas (Morant, 2005; Lavrin, 2005; Andreo y Guardia, 2003) y en menor medida sobre las masculinidades (Valdes y Olavarría, 1997).
Argentina no estuvo al margen de esta renovación. Dado que existen varios trabajos que analizan críticamente la vinculación entre historia, género y sexualidad en nuestro país sólo nos interesa aquí brindar algunas pistas de este desarrollo reciente (Barrancos, 2005; Valobra, 2005; Garrido, 2004). Durante la primera mitad del siglo XX la impronta positivista encontró su lugar en la Nueva Escuela Histórica, con sus pretensiones cientificistas, la preponderancia del archivo documental eminentemente jurídico y la primacía otorgada a la historia política. Como había sucedido en Estados Unidos y en Europa, este modelo no permitía dar cuenta de las mujeres ni tampoco de aquellos varones que no se habían destacado en las guerras de independencia o en la función pública durante la gestación del Estado. Si alguna mujer encontraba un lugar era sólo como excepción a esta regla. Tampoco la versión revisionista del pasado cuestionó estos pilares. Su denuncia sobre la “historia falsificada” no puso en cuestión la indiferencia e invisibilización del género y las sexualidades. En los años ’60, bajo el impulso de la Historia Social, las mujeres comenzaron a aparecer en los relatos, aunque de manera impresionista, sin que se profundizara en el estudio de sus acciones, ni se las incluyera en una explicación general (Romero, 1983, 1986).
Para ese entonces las mujeres fueron ganando protagonismo en la educación, el mundo laboral y la cultura, mientras las costumbres sexuales se flexibilizaban y el modelo familiar se transformaba. El feminismo, junto con el Frente de Liberación Homosexual, el primer grupo organizado en defensa del derecho a la diversidad sexual en la Argentina, comenzaron un recorrido que rápidamente fue clausurado por la imposibilidad de hacer congeniar las demandas de género con la lucha política que encarnaba la izquierda y más tarde por el terrorismo de Estado. Por estas circunstancias, a diferencia de lo que había sucedido en Estados Unidos y en Europa, los movimientos de diversidad sexual perdieron momentáneamente parte de su fuerza disruptiva en la escena política local. Por otra parte, la historiografía había trabajado muy poco sobre las mujeres por lo que no había una tradición que pudiera oficiar como punto de partida. Por eso una de las primeras tareas fue nombrar a las ausentes. El trabajo de Lily Sosa de Newton, Las argentinas de ayer a hoy (1967) resulta un cabal ejemplo de estas primeras aproximaciones.2
Una vez recuperada la democracia, la historia se abrió a nuevas ideas, lecturas, debates y problemas. Sin embargo, la agenda de prioridades que la academia tenía pendientes desde los sangrientos años de dictadura relegó la cuestiones de género y de la diversidad sexual para más adelante. De ahí que los primeros impulsos provinieran de otros espacios. En los años ’80 el feminismo resurgió con nuevos aires, más cercanos a las discusiones internacionales, con mayor poder de convocatoria y la incorporación de las militantes de izquierda que, durante el exilio, se habían acercado a lo que antes consideraban una “desviación burguesa”. Muchas militantes feministas avanzaron en la historia de las mujeres, trataron de recuperar algunas figuras ineludibles y también se preguntaron dónde estaba y qué hacía el resto de ese colectivo social. Una revista de divulgación académica como Todo es Historia comenzó a dar un espacio a los temas de mujeres en su columna “Entonces la mujer”. En 1986 apareció la primera edición del Diccionario biográfico de mujeres argentinas, también escrito por Sosa de Newton, que sería reeditado varias veces a lo largo de esa década. En paralelo, la diversidad sexual entraba en la agenda pública de la mano de la Comunidad Homosexual Argentina, creada en 1984, bajo el contexto de institucionalización democrática. Dentro del activismo gay también comenzaron a producirse materiales y textos que sin renunciar al tono autobiográfico, recapitulaban una larga historia de discriminación y atropellos (Jáuregui 1987; Perlonguer 1997). En la segunda mitad de la década de 1980, como bien ha señalado y enumerado Dora Barrancos en su sesuda reseña de las producciones de las últimas décadas, varios trabajos aportaron a la construcción de la historia de las mujeres (Barrancos 2005).
En los años ’90 el prestigio ganado por la historia de las mujeres y los estudios de género en las universidades del Primer Mundo volvió ineludible la incorporación de estas temáticas a la historiografía local, ya fuera por real convicción, como un gesto de corrección política o siguiendo las lógicas del financiamiento internacional. Las universidades nacionales generaron espacios específicos, se promovieron becas y subsidios, se publicaron varias revistas especializadas y desde 1990, se comenzaron a realizar a nivel nacional las Jornadas de Historia de las Mujeres. En 1996 estas jornadas pasaron a denominarse de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, lo que reafirmaba la vocación interdisciplinaria de esta metodología e incluía claramente el enfoque de género en la indagación histórica. En el año 2000, se celebraron las VI Jornadas junto con el Primer Congreso Iberoamericano de Estudios de Género que desde entonces, se realizan conjuntamente. La irrupción del género como campo de análisis y los crecientes cuestionamientos a los estudios de la mujer, llevó a que algunas instituciones cambiaran de nombre tal como había sucedido en los Estados Unidos y en Europa.3
Al trabajo de experimentadas historiadoras y militantes se fueron sumando los aportes de nuevas generaciones formadas con los programas de estudio de la democracia, más atentas al desarrollo historiográfico internacional, socializadas en un contexto de reivindicación de los derechos humanos y de las libertades individuales, y más sensibles a la injusticia de la discriminación de género. Esto dio lugar a varias obras que analizan la historia argentina desde el género y las sexualidades, además de un incremento en el caudal de tesis y trabajos de investigación en estas áreas (Gil Lozano et al., 2000; Acha, 2000; Acha y Halperín, 2000; Di Liscia et al., 1999; Fletcher, 1994; Barrancos, 1993 y 2002). En 2002, bajo la dirección de Mirta Zaida Lobato, surgió el Archivo Palabras e Imágenes de Mujeres (APIM) con el objetivo de recuperar fuentes en peligro, conservarlas y producir otras nuevas. A través de la localización de imágenes fotográficas y fílmicas y la realización de entrevistas, su meta es la creación de un banco de información que eluda los criterios sexistas de clasificación, por ejemplo, la ubicación de las fotos de las mujeres en los archivos municipales, provinciales y nacionales según sus apellidos de casadas.4
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