Angélica Hernández - El cazador
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Mente Maestra, conoceremos a Dylan y su búsqueda incansable por encontrar aquello que le arrebataron.
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Pero antes necesitaba ir a la Ciudadela y advertir al gobernante en turno. El hombre, aunque era un idiota, necesitaba estar protegido y advertido, ordenarle a los Ciborgs que atacaran a la Segunda Alianza. Unir fuerzas con el norte. A esos dos partidos les convenía unirse contra el ejército de evolucionados que la Segunda Alianza descargaría contra ellos. De Lousen dependía de que los otros niños no sufrieran lo mismo que sus queridos pupilos.
Tomó su pantalla portátil y se dio media vuelta para salir. Algo captó su atención; Las cámaras volvían a estar encendidas, no sabía cuánto tiempo habían estado así. Apretó el paso y terminó de cruzar el pasillo de las computadoras cuando la explosión se escuchó por todo el lugar.
A Lousen le gustaban más los libros que las maquinas porque de ellos se podían deshacer, mientras que los datos de las computadoras quedaban en la nube. Ahora podía ver cómo la biblioteca principal ardía en fuego. El hecho de creer que sus pensamientos estaban hechos a la antigua le resultaba una completa ironía ahora.
Abrió los ojos como por milésima ocasión. Tratando de enfocarse, saber qué había sucedido. Una bomba, esa había sido la trampa. Lo atraparon. Se sintió estúpido, después de tanto tiempo en paz, había dejado a un lado su paranoia.
La explosión lo había dejado aturdido, pero aun así encontró las fuerzas para guardar su pantalla portátil entre la bota y el calcetín. Se levantó con algunos tropezones, y fue entonces cuando pudo verla. Al principio no la distinguió, pero su andar era inconfundible. El traje se adhería a su cuerpo, la espina dorsal estaba conectada para que el traje respondiera a sus estímulos nerviosos. La Mayor avanzaba hacia él con una velocidad peligrosa. Tenía puesto el exoesqueleto. Apenas eran prototipos, pero ella ya los dominaba. Era una mujer brillante, por lo menos debía de reconocerle eso.
El traje le daba más velocidad, más altura, más fuerza… Mientras que él solo estaba en su traje de militar.
Maldijo por lo bajo, y corrió en sentido contrario a la Mayor, para poder ocultarse entre los estantes de la biblioteca. Sabía que sus posibilidades eran pocas, pero decidió arriesgarse.
—No te servirá ocultarte —dijo la Mayor desde el interior de su máscara.
Lousen sabía que era ella. Aunque no podía verle el rostro debido a las sombras y el crepitar del fuego, además la cubría la máscara. Lo que significaba que ella podía ver en la oscuridad gracias a las lentes de visión nocturna y que sabía dónde estaba Lousen exactamente, ya que esa misma mascara en conjunto con el traje, detectaba los latidos del corazón.
«Cálmate, Raphael, cálmate» susurró para sí mismo. Necesitaba un ritmo cardiaco normal si lo que quería era ocultarse.
Escuchó cómo Charlotte Khoury cargó su arma. Y encima una de las armas superdestructivas de los trajes. Esa mujer haría pedazos el complejo entero con tal de matarlo.
Salió de su escondite cuando comprendió que su corazón no se calmaría.
—Por lo menos morirás dando la cara —dijo la mujer con diversión.
—Nunca me imaginé otra forma de morir —respondió. Lousen avanzaba hacia una de las ventanas. No planeaba pelear con ella, pero sí escapar y poner la pantalla en un lugar donde estuviera resguardada, no quería que esa información se perdiera. Y justo ahora no sabía si podía confiar en Magnus.
La Mayor levantó el cañón que portaba en la armadura y disparó hacia Lousen, solo que no contaba con algo; las modificaciones que habían hecho con el hombre años atrás.
El proyectil dio de lleno en la pared de la biblioteca, haciendo volar los muebles, las máquinas y los libros, cada uno de los archivos quedaría reducido a cenizas.
Por primera vez en su vida, Raphael se sintió agradecido de contar con la nube de información. Saltó por la ventana y cayó en el suelo con la gracia de un gato.
La Mayor también saltó, pero ella levantó polvo al caer. El traje era demasiado pesado. La mujer caminó hacia él, sabiendo que ganaría, andaba con la seguridad de saberse victoriosa.
—No me esperaba esto —comentó Charlotte al tiempo que levantaba su arma una segunda vez.
—Yo tampoco esperaba muchas cosas de las que leí ahí arriba ¿Por eso negaste el acceso a todo público? ¿Magnus lo sabe? Porque estoy un 99% seguro de que los nombres que aparecían para los siguientes experimentos eran los de tus hijos.
Si la Mayor se vio afectada por esa información no lo demostró.
—Sabes demasiado —repuso.
Así que sí lo sabía. Lousen rechinó los dientes.
—¿Los entregaste? ¿A tus propios hijos? Estás loca. Siempre pensé que solo querías algo de respeto, pero ahora no comprendo…
—Se deben hacer sacrificios por el bien común —respondió cortante y disparó una segunda vez.
Esta ocasión Lousen no pudo esquivar el disparo por completo, lo recibió en la mitad del cuerpo. No recordaba muy bien lo que era el dolor físico, ya que no lo experimentaba muy a menudo, y se había acostumbrado tanto a no sentir nada en esa parte de su cuerpo, que se sorprendió de ver su reflejo en uno de los cristales rotos. El reflejo le mostraba a la mitad de un hombre… Pero la segunda cara mostraba sus implantes robóticos, aquella parte de él que solo pocas personas conocían, cuatro, en realidad.
Las alarmas comenzaron a sonar por todo el complejo militar. Soltarían a los ciborgs para atraparlo. Eso era en situaciones de emergencia, y si el enemigo lograba vencerlos, entonces el ejército se pondría en marcha y Lousen no quería pelear contra los suyos. Raphael se tronó el cuello de manera audible y se puso de pie.
La Mayor Khoury se quitó la máscara.
—Así que los rumores eran ciertos —espetó.
—Dime qué es lo que escuchaste ¿La primera guerra? ¿La segunda? ¿En la que le salve el trasero a tu esposo? ¿Qué versión quieres escuchar? —inquirió Lousen al tiempo que buscaba una posible salida. Los Ciborgs se acercaban, podía escuchar sus pasos.
—No me interesa. Solo quieres ganar tiempo —dijo y disparó una vez más.
Raphael aprovecho la humareda para escabullirse. Sabía que no podía ocultarse durante mucho tiempo, pero podía dejar la pantalla en un lugar seguro, donde Dylan pudiera encontrarla después. Un lugar que la Mayor ya había revisado sin encontrar nada.
Lousen corrió hacia los túneles. El paisaje era solo una mancha de color gris que a veces se combinaba con el color café de la arena del desierto y el verde de algunos árboles del complejo militar. Corrió tanto que pronto su parte humana se cansó. No podía detenerse a tomar aire, todavía escuchaba los pasos de la Mayor y su ejército de Ciborgs siguiéndola.
Raphael encontró la escotilla y de un rápido movimiento la levantó. Se quedó en la oscuridad cuando entró y la cerró. Siguió el túnel y se encontró con aquel donde había revisado, la última vez que buscaba a Dylan.
Dejó la pantalla oculta entre las rocas, esperando que los chicos la encontraran algún día. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Por ahora debía huir y se sentía culpable por hacerlo sin ellos, pero quien sabe qué le deparaba el destino.
Salió de los túneles, borró sus huellas y corrió hacia un área de entrenamiento. Lo más alejado posible de la población.
Charlotte lo estaba esperando. Los Ciborgs le cerraron el paso.
—Siempre has sido muy predecible, Raphael —dijo con voz fría.
—Me alegra no darte dolores de cabeza —respondió con sarcasmo.
Ella apretó la mandíbula y se lanzó contra él. Raphael estaba herido, cansado, había estado perdiendo sangre. La fatiga lo estaba matando más rápido que esa mujer.
Tomó una respiración profunda, abrió los brazos y esperó el golpe final.
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