Angélica Hernández - El cazador
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Mente Maestra, conoceremos a Dylan y su búsqueda incansable por encontrar aquello que le arrebataron.
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Lousen se encontraba en el almacén, observando la escalera. Él sabía que los chicos iban ahí a ocultarse, a pasar un tiempo lejos te todo lo que los atormentaba, y eso no estaba mal. El sargento sabía por todo lo que esos chicos pasaban, por eso no los había delatado.
Pero alguien los había descubierto, y ese mismo alguien había cortado los peldaños de la escalera de metal, para que el siguiente en tratar de usarla cayera. Ese desafortunado ser resultó ser Dylan. Nefertari había venido hacia Lousen para decirle que Dylan estaba desaparecido, que no lo encontraba dentro del complejo. Lousen creyó que el chico al fin había tenido el valor de escapar, pero algo no estaba bien: Cheslay se había quedado. Fue cuando llegó a la conclusión que lo llevo a investigar los últimos pasos del chico; se lo habían llevado.
Lousen tenía una ligera idea de quién pudo haber sido, aquel mismo ser que le había tendido la trampa. Sabía quién era y quería desenmascarar todos sus trucos, pero para eso necesitaría ayuda.
El sargento tomó una respiración profunda antes de llamar a la puerta. No podía llegar y culpar a la Mayor Khoury con el General, así como así, necesitaba pruebas, pero primero debía medir la situación, saber qué posibilidades tenía de ganar. Puede que la vida de Dylan dependiera de ello. Tocó dos veces la puerta y desde dentro, con una voz profunda el General le concedió el permiso de entrar.
Era el edificio central del complejo militar. Una estructura en forma de rectángulo, con siete pisos de analistas y militares. Dos simples salidas, incluso las ventanas estaban contadas, era una fortaleza. La oficina del General estaba separada del resto por una puerta de metal con una muy buena imitación de madera, la puerta era tan gruesa que no se podían escuchar los sonidos del exterior.
Lousen entró y cerró la puerta a su espalda. Frente a él se exhibía la oficina, con un escritorio de madera gruesa y oscura. Los estantes tenían amontonados libros de estrategias militares, además de algunos sobre física cuántica que era un tema que tanto Lousen como el General disfrutaban. Había una pequeña ventana al fondo con el cristal abierto, ya que el General Lanhart estaba fumando uno de sus apestosos puros. El lugar era de color café apagado, parecía que nadie pasaba tiempo ahí, pues el hombre era demasiado ordenado y perfeccionista.
—Señor —dijo Lousen a modo de saludo, mientras se quitaba la gorra.
Era muy extraño que él vistiera con su uniforme completo, pero la visita lo requería. Llevaba la casaca de color azul oscuro, las hombreras doradas y todas sus medallas ganadas en batalla. El uniforme estaba pulcro y limpio. Lousen se irguió para demostrar respeto.
—Siempre tan formal, Raphael —se quejó el General, pero respondió al saludo del sargento.
El General Lanhart era un hombre imponente. Su cabello negro, los ojos de un profundo y a veces frío color verde. Sabía cómo callar a las personas con una mirada, cómo sobreponerse a las situaciones y a las personas. Media alrededor de un metro con noventa, su complexión era la de un soldado. Una mandíbula fuerte y un rostro que casi siempre lucía una sonrisa, pero eso no significaba que fuera amigable con cualquiera; en pocas palabras, era una persona muy difícil de leer, y eso era decir mucho, ya que para Lousen el leer a las personas era algo sumamente sencillo. Lousen entró y tomó asiento.
—Tengo que hablar con usted de algo importante —anuncio.
El General se llevó el puro a los labios y exhaló una gran bocanada de humo. Se dejó caer en su sillón, con los pies arriba del escritorio.
Lousen luchó por contener su ira. El General había bebido, se notaba a simple vista, cualquier persona que se atreviera a maltratar de una forma u otra su espacio… el General le arrancaría la cabeza. Pero ahora él lo hacía, estaba ebrio, esa era la única explicación lógica que Lousen encontraba para su comportamiento.
—Quizá deba venir en otra…
—¿Se trata de los prototipos? —preguntó el General Lanhart.
—Sí. Se han llevado a Dylan.
—¿Dylan es el chico o la chica? —preguntó frunciendo el ceño.
Lousen apretó las manos sobre las agarraderas de la silla. Usualmente le tenía más paciencia, pero tenía el tiempo encima. El sargento y el general habían sido amigos desde la academia. Aún antes del virus, de todas estas cosas, ellos eran muy buenos amigos. Sabían que podían contar el uno con el otro, todo eso antes de que les dieran sus respectivos títulos. Ellos habían peleado juntos en las batallas contra la primera Alianza. Fue en la última batalla, antes de que se firmara un tratado de alto al fuego, donde Lousen había resultado herido, quedó atrapado en su traje de Ciborg. Fue Magnus, ahora el General Lanhart quien lo rescató.
Antes de todo eso, ellos podían simplemente beber cerveza y reír hasta caer rendidos. Esa había sido su amistad, hasta que el destino intervino y le dieron el cargo de General a Magnus y Lousen se quedó como sargento por decisión propia. Él podía haber elegido un puesto más alto, pero cuando le explicaron el proyecto de «La Cura» decidió encomendar su tiempo a esos niños que pasaban por duras pruebas.
—El chico —respondió Raphael Lousen—. Es el muchacho.
—¿Y tienes idea de quién se lo pudo haber llevado?
El sargento iba a responder, pero tres golpes en la puerta lo interrumpieron.
—¡Ahora qué! —exclamó el hombre molesto—. ¿Quién es? —gritó.
—Mayor Khoury presentándose, Señor —respondió la hosca voz del otro lado del micrófono.
—¿Tienes que recibirla ahora? —preguntó Lousen.
—Eres mi mejor amigo, Raphael. Te debo la vida, pero ella…
Lousen se llevó los dedos a la frente y la frotó un par de veces.
—Lo que tengo que decirte no te quitará más de cinco minutos, y tengo razones para creer que el chico está siendo sometido a un interrogatorio poco amigable.
El semblante de Magnus se endureció.
—¿Torturado? —preguntó con voz fría. Su borrachera se había bajado en unos segundos—. ¿Qué edad tiene? ¿Diez? ¿Once?
—Cumplirá catorce —respondió.
Magnus asintió.
—No tiene la edad para ser un soldado… Hablaré con el encargado —prometió.
La puerta se abrió sin dar tiempo de que intercambiaran más palabras. Ella ni siquiera esperó que le concedieran el permiso.
—¿Pensabas dejarme fuera todo el día? —inquirió la mujer. Como siempre, la Mayor iba vestida con su uniforme, las medallas y toda la faramalla que la caracterizaba.
—Dame un respiro, Charlotte —gruñó Magnus al tiempo que se pasaba una mano por el cabello.
—Ese es el problema, General —dijo Lousen—. Tiene a la encargada justo frente a usted.
La Mayor miró a Raphael con ojos fríos, en ese momento lo quiso hacer sentir como un insecto, pero Lousen apenas la toleraba, así que no dejaría que lo intimidara, nunca.
Eran dos cosas las que le impedían meterle un tiro justo en medio de los ojos.
Una: Era la Mayor Khoury, era respetada y temida, por alguna razón se ganó ese rango, que era más alto que el suyo.
Dos: Era la esposa del General Magnus Lanhart.
—¿Debo estar enterada de algo? —preguntó Khoury.
—¿Dónde tienes al muchacho? —inquirió Magnus. Ya no estaba en su porte de amigo, tampoco en la de esposo, mucho menos en la de un general, ya que siempre que había un encuentro entre Lousen y Khoury, Magnus siempre estaba de mediador.
—El sujeto uno estaba moviéndose por la red de túneles. Llevo bastante tiempo tratando de atraparlos, pero se mueven como ratas, sé que el sujeto dos también está involucrada, solo que el sujeto uno no ha cedido al interrogatorio.
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