Angélica Hernández - El cazador

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Después de que Azul llegara a los túneles, descubre como es el realmente mundo en el que vive. Además, comprende que esos sueños que siempre la han atormentado no le pertenecen. En esta segunda entrega de la saga
Mente Maestra, conoceremos a Dylan y su búsqueda incansable por encontrar aquello que le arrebataron.

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© 2018 ÁNGELICA HÉRNANDEZ (MAGIC13CHIO)

© 2018 de la presente edición en castellano para todo el mundo: Ediciones Coral MYS (Group Edition World)

Dirección:www.groupeditionworld.com

Primera Edición: Enero de 2018

Isbn Digital: 978-84-17228-46-0

Diseño portada: ED.K

Corrección: Verónika Fernandez

Maquetación: Ediciones Coral

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico, electrónico, actual o futuro-incluyendo las fotocopias o difusión a través de internet- y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

Después de que Azul llegara a los túneles descubre como es el realmente mundo - фото 1 Después de que Azul llegara a los túneles descubre como es el realmente mundo - фото 2

Después de que Azul llegara a los túneles, descubre como es el realmente mundo en el que vive. Además, comprende que esos sueños que siempre la han atormentado no le pertenecen. En esta segunda entrega de la saga Mente Maestra, conoceremos a Dylan y su búsqueda incansable por encontrar aquello que le arrebataron.

El joven está de pie sobre las rocas del derrumbe que él mismo - фото 3 El joven está de pie sobre las rocas del derrumbe que él mismo provocó Era una - фото 4 El joven está de pie sobre las rocas del derrumbe que él mismo provocó Era una - фото 5

El joven está de pie sobre las rocas del derrumbe que él mismo provocó. Era una lástima el haber tenido que acabar con ese grupo de caza recompensas, en especial con ese chico del cual no recordaba su nombre, era un sujeto agradable; pero lo habían descubierto y no podía darse el lujo de ser arrestado, no ahora. Él debía encontrarla, y luego llevarla a un lugar donde los dos estuvieran a salvo.

Aún era primavera. Podía sentirlo en el aire, podía verlo en las mariposas que volaban de un lugar a otro, en las aves; esas malditas bestias voladoras que se habían encargado de esparcir el virus.

Salió de su trance con un movimiento rápido de cabeza. Debía irse antes de que los cadáveres comenzaran a apestar, y el sol ya los estaba calentando. Podía ver los paneles solares moverse para seguir a la gran luz de un lado a otro, de este a oeste. ¿Por qué no se habían descompuesto ya? Después de tantas cosas que habían pasado con el mundo, y esas porquerías seguían funcionando.

Estaba varado en el lugar que antes había sido llamado México, mucho antes del virus, aun antes de los bombardeos; incluso mucho antes de que la vida se volviera lo que era ahora.

Dylan tomó una respiración profunda de la cual se arrepintió al momento, ya que el aire estaba impregnado del olor a putrefacto, no eran los cazadores muertos, no, esos cuerpos estaban frescos, ese olor provenía de algún animal o, tal vez, del cuerpo de algún nómada que creyó que encontraría la salvación en este lugar.

Caminó alejándose del desastre, con la distancia el olor se disiparía. Pensó en los refugiados, en aquellas personas que vivían bajo tierra ¿Les afectaría el olor? ¿Les haría daño en su enfermedad este tipo de pestes? Esas personas no eran culpables de nada, pero también fueron víctimas de las decisiones de otras personas, de los gobernantes, de aquellos líderes de los laboratorios que plantearon una solución para la sobrepoblación.

El joven apretó los puños y rechinó los dientes. Odiaba todo ese maldito sistema, odiaba al gobierno, a los vigilantes, a los cazadores. Odiaba los tratados entre países. Detestaba que dejaran a los inocentes a su suerte en un mundo podrido y lastimado.

Siguió caminando, esperando no encontrarse con algún nómada o con los refugiados. No quería matar a ninguno de ellos, pero si le presentaban batalla, lo haría, nada debía detenerlo.

Cheslay lo odiaría si supiera cuantas personas inocentes habían muerto por su mano. Él mismo se odiaba a si mismo por haberlo hecho, pero si quería encontrarla debía hacerlo; ella era su prioridad.

Con lo que no contaba, y hasta hace unas horas no lo sabía, era que los vigilantes habían decidido pactar un acuerdo con los cazadores para poder acabar con esta estúpida matanza de los evolucionados.

Ni siquiera sabían que el ultimo de su especie estaba entre ellos, no lo sospechaban, y para Dylan estaba bien así, entre más bajo mantuviera un perfil mejor.

El camino se extendía ante él como una fantasía, como aquellos libros que leía para Cheslay cuando eran niños. Se podía contemplar como el todo y a la vez la nada, lo podía observar como si de un paisaje tranquilo se tratase. Pero no debía engañarse. Ese lugar, que ahora estaba invadido por la naturaleza, era letal; tanto para él como para cualquiera.

Escuchó cómo las llantas raspaban la tierra seca ¿Cómo pudieron conseguir gasolina? Era una de las tareas más difíciles en ese mundo abandonado por Dios.

Su instinto actuó primero. Ya ni siquiera pensaba en hacer las cosas, su cuerpo ya estaba oculto entre las ruinas de algún edificio mientras que su mente apenas lo asimilaba. Estaba cansado, llevaba algunas noches sin poder dormir, aquel grito lo atormentaba, fue el último grito de ayuda que ella le pidió.

La camioneta terminó de pasar dejando estelas de polvo a su paso. Los dejaría ir, aunque necesitaba un sistema de transporte y muy rápido.

De nuevo, todo ocurrió sin que lo pensara. Colocó las manos sobre la inexistente carretera y la tierra empezó a temblar. La camioneta salió de su camino y volcó hacia un lado.

El chico se incorporó. Esa parte era la fácil, lo difícil venia después, cuando se daba cuenta de que en el vehículo iban personas inocentes tratando de escapar de un futuro incierto.

Y en efecto, así lo era. Parecían ser una familia, tal vez era la última que quedaba completa. Todos muertos, después de todo, nadie sobreviviría a un accidente así. No, ni siquiera los niños.

Se tragó la bilis que se había formado en su garganta, sus ojos se tornaron acuosos y su corazón comenzó a palpitar muy rápido. Siempre que un inocente moría él se sentía así.

No tenía nada que ver con su habilidad, la controlaba perfectamente, era el único de su categoría que quedaba, aunque las demás personas los creyeran extintos.

Escuchó como alguien le quitaba el seguro a su arma, estaba justo a su espalda ¿Cómo se acercó tanto? ¿Cómo pudo no escucharla? Dylan sabía perfectamente de quien se trataba, no era la primera vez que se enfrentaba a la mujer del parche. Siempre se llevaba algo de él con ella, la última vez fue Cheslay.

—Debo admitir que te perdí la pista por un momento —gruñó esta.

El chico no respondió, en cambio se movió muy rápido, apoyando las manos contra la tierra árida y giró sobre sí mismo para golpear a la mujer en las piernas y hacerla caer.

La Mayor perdió el equilibrio y su arma se disparó hacia el cielo. Dylan corrió a su encuentro, ella sabía dónde estaba, ella era quién se la había arrebatado. Si necesitaba torturarla para obtener respuestas lo haría.

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