Angélica Hernández - El cazador
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Mente Maestra, conoceremos a Dylan y su búsqueda incansable por encontrar aquello que le arrebataron.
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—Es mi cumpleaños —dijo Cheslay al fin.
—Lo sé. —Dylan sonrió y se puso de pie, dirigiéndose a la puerta para ir a sus clases teóricas—. Te veré en nuestro lugar después de las clases.
Juntos salieron del lugar y se ganaron una mirada y reprimenda por parte de Lousen, quien les dijo que no deberían hacer cosas buenas que parecieran malas. Luego se alejó de ellos mientras reía y negaba con la cabeza. Solo Dios sabía qué pasaba por la mente de ese hombre.
Dylan se iba a quedar dormido durante la clase de historia, se dio cuenta de que Cheslay iba por el mismo camino, cuando como un regalo del cielo, el reloj que anunciaba el final del día de teoría finalizó.
Salieron del aula sin despedirse de la odiosa profesora. No era que no les agradara, solo que ella le informaba a la Mayor Khoury de todo lo que los chicos hacían, y entre menos tuvieran que ver con la profesora mejor.
Estaba dando vueltas en su habitación. Solo sería un encuentro normal, como de todos los días, no tenía por qué estar nervioso. Sacudió la cabeza, el reloj sobre su mesa anunciaba las 11:59, tenía que verse con Cheslay a las 12:30, apenas tenía tiempo para preparar las cosas.
Su madre le había hecho el favor de preparar un pastel de cumpleaños esa tarde. Dylan cogió las cosas y salió por la ventana, para luego deslizarse por la tubería y llegar al suelo, donde el césped húmedo por la lluvia crujió.
Corrió por toda la zona residencial, hasta internarse en la espesa arboleda, con un costal de color hueso golpeando su espalda al ritmo que mantenía al correr. Solo esperaba que el pastel no se arruinara.
Llegó hasta la escotilla y, como siempre, gastó más de un minuto en mirar hacia el desierto, solo por si alcanzaba a ver algo diferente, no pasó nada. Cuando era más pequeño pudo ver un coyote, pero los vigías le dispararon. Eso había sido todo su contacto con el exterior.
Abrió la escotilla y se deslizó dentro para dejarla medio abierta después. Así Cheslay sabría que él ya había llegado.
Dylan corrió al túnel del almacén y montó las cosas, todo tal y como se había imaginado. No era una gran fiesta, pero era algo. Un pastel de vainilla (el favorito de Cheslay) además de caramelos y frituras. También gaseosas y galletas. Dylan observó el lugar. Las linternas no eran necesarias, ya que había encendido velas. Sonrió para sí mismo. Todo perfecto.
Y entre sus manos tenía el regalo para ella. A Cheslay le encantaría. Era un libro, uno que estaba prohibido para ellos, pero Dylan lo había conseguido, robándolo de la biblioteca de su padre con la ayuda de su madre. Un libro muy antiguo que hablaba sobre barricadas y amores no cumplidos y otros que sí se cumplían. Un libro que hablaba sobre la lucha y como el día a día mataba personas de enfermedades o por guerra. No era muy diferente de lo que ellos estaban viviendo. Como los ricos se encerraron en una cúpula para dejar morir a los pobres. Suspiró profundamente cuando escuchó los pasos en la oscuridad del túnel.
—¿Qué es todo esto? —preguntó ella impresionada.
—Un gracias sería suficiente —replicó.
—No voy a darte las gracias. Es tu obligación como mi mejor amigo.
—Buen punto —dijo Dylan y se sentó en el suelo, con Cheslay imitándolo.
Comieron y bromearon sobre muchas cosas. Hablaron de Lousen y de sus madres, evitando el tema de las pruebas y de sus padres. No querían hablar de cosas tristes. Dylan sacó el pastel y la obligó a soplar sobre las doce velas de color verde.
—Feliz cumpleaños —dijo él. Cheslay sonrió, era una sonrisa sincera y sin capas.
—Gracias —contestó, y al momento su sonrisa se volvió malvada—. Pero el pastel sería mejor con crema batida.
—Lo que su majestad deseé —ironizó Dylan y se puso de pie para bajar al almacén.
—¿Vas a por ella? —preguntó sorprendida.
—Es tu cumpleaños, deberías aprovecharte de tu esclavo.
—Técnicamente, dejó de ser mi cumpleaños hace dos horas.
—¿Quieres la crema batida o no? —preguntó Dylan, ya estaba bajando por las viejas escaleras de metal. Cheslay asintió—. Bien, entonces cierra la boca.
Ella asintió y lo dejó ir. En ese momento presintió que eso iba a ser el error más grave de su vida.
Dylan bajaba las escaleras, cuando su pie resbaló, y el metal en el que estaba apoyado cayó al suelo del almacén provocando un horrible sonido en todo el lugar. Vio a Cheslay, ambos compartieron una mirada de terror, pero él pensó rápido y comenzó a subir de nuevo; pero las escaleras terminaron de romperse y Dylan cayó sobre el suelo con un golpe seco. El impacto de la caída sacó todo el aire de sus pulmones y lo dejó adolorido.
No se podía levantar a causa del dolor, pero podía hacer tiempo para que Cheslay se fuera. Pudo escuchar los pasos de los vigilantes de la bodega. Ellos se estaban acercando.
—Vete —jadeó Dylan.
Ella negó con la cabeza.
Antes de que los soldados llegaran, él hizo algo, algo que parecía fuera de este mundo. Dylan elevó la mano y como si una fuerza invisible tirara de la escotilla, esta se cerró. Pero no era una fuerza invisible, era como si la vieja tapadera cediera ante todo el peso, como si de pronto fuera más pesada de lo normal, tanto que Cheslay se tuvo que apartar. Por lo menos la chica quedaría en la seguridad de los túneles.
Los soldados llegaron, lo sostuvieron por los brazos y lo obligaron a levantarse. Se llevó unos cuantos golpes en la cara y en el estómago, pero consiguió seguirles el paso.
—Dylan… —escuchó en su mente.
El chico se sobresaltó ¿Cómo demonios…? Pero no sería la primera ni la última vez que la escuchara.
—Dylan, por favor, contéstame…
—¿Cómo puedes hacer esto? —preguntó.
—No lo sé… ¿Cómo pudiste tú lanzarme sin siquiera tocarme? ¿Cómo cerraste la escotilla?
—No lo sé, solo sucedió.
—Promete que volverás —dijo Cheslay.
—Recoge las cosas y ve a casa. Nada ha sucedido esta noche, les diré que es la primera vez que entro en este lugar, en lo que a lo demás respecta, tú nunca has estado involucrada.
Cheslay no respondió, pero Dylan sabía que lo había escuchado.
No sabía cómo había podido hacer eso, no tenía ni la más ligera idea de lo que acababa de suceder. Estaba comenzando a creer que se lo había imaginado.
Se sentía como tener el poder. No, sentía el peso del mundo en sus manos, y, a decir verdad, se sentía espectacular. A pesar de estar siendo arrastrado por los soldados hacia un castigo seguro, no pudo evitar sonreír.
En una parte del camino colocaron una bolsa de color negro sobre se cabeza, impidiéndole ver a dónde iban, pero algo extraño sucedió. Dylan podía sentir todo alrededor, cada persona emitía cierta vibración, así como la tierra, incluso las ratas del almacén, o los coyotes del desierto.
Lo llevaron a una habitación donde había una persona que tenía los latidos de su corazón perfectamente controlados. Eso lo asustó más que cualquier otra cosa que pudiera haber sucedido esa noche.
Le quitaron la bolsa de la cabeza, y pudo ver frente a él a la Mayor Khoury, quien lo observaba con curiosidad.
Ella no lo saludó, no esperó una explicación, simplemente se quitó sus guantes blancos, se recogió la camisa blanca y colocó una nudillera en los dedos y los hizo tronar fuertemente.
La Mayor no habló, tampoco le pido a nadie que saliera de su oficina. Y eso hizo sentir a Dylan más temor del que alguna vez haya sentido.
El primer golpe llegó y fue muy doloroso, aunque ya se lo esperaba. Ella lo golpeaba en repetidas ocasiones en la cara y en el abdomen.
Él se tomó la libertad de escupirle en las botas limpias. Ella no se inmutó y continúo golpeándolo. Dylan no se desmayaría, no le daría ese placer. Y los golpes seguían, podía ver cómo su propia sangre caía sobre los azulejos blancos del suelo. Su cabeza se sentía pesada y adolorida, pero aun así no se dejaría vencer. Levantó la cabeza y se encontró con los ojos fríos de la Mayor, la mujer esbozó una ligera sonrisa llena de sadismo y volvió a golpearlo. Y Dylan se dio cuenta, una vez más, de que su vida era de nuevo un sube y baja, solo que en este momento se encontraba con las serpientes, ya que la escalera se había roto para él.
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