Angélica Hernández - El cazador
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Mente Maestra, conoceremos a Dylan y su búsqueda incansable por encontrar aquello que le arrebataron.
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Magnus logró atrapar al joven bajó su peso y lo mantuvo de cara al suelo. Vio como Nefertari y Cheslay estaban en una de las esquinas de la sala, juntas y abrazadas, cuidándose. Cheslay le gritaba a Dylan que ya era suficiente, solo que él no podía escuchar a nadie, estaba demasiado cegado por el odio y el enfado.
—Sácala de aquí —le ordenó a Nefertari entre jadeos.
La mujer se puso de pie con mucha dificultad y arrastraba a la chica junto con ella para sacarla de la casa, mientras Cheslay peleaba y gritaba para que la dejara estar con Dylan, ella decía que era la única que podía hacerlo entrar en razón.
Nefertari logró llevarse a Cheslay por el pasillo hacia la calle, a un lugar en el cual solo podían escuchar sus gritos, pero ya no estaban en peligro.
Con las mujeres a salvo, Magnus se dio cuenta de algo; La casa entera estaba temblando. Ya no había ni un solo cuadro en la pared. El agua se escapaba de las llaves reventadas de la cocina y del baño. Las escaleras se venial abajo, al igual que los muebles.
Dylan aprovechó la distracción del hombre y lo empujó lejos. Magnus aterrizó de una manera brusca sobre los restos de los muebles. Al parecer era algo de cristal, ya que se abrió paso por su brazo.
—No soy tu enemigo —le dijo al muchacho.
—Lo dejaste morir —respondió con voz cansada.
Fue cuando el General se tomó la molestia de mirarlo. Dylan respiraba agitadamente. Las venas estaban marcadas sobre su frente. Y la sangre goteaba de su nariz. El chico estaba en su límite.
Magnus reaccionó muy tarde, cuando Dylan levantó los brazos y todo lo que había estado flotando cayó al suelo con un golpe seco. Los ojos del muchacho se pusieron en blanco y se desmayó sobre los restos de los muebles. Sin embargo, la casa no dejaba de temblar.
Magnus tomó al chico en brazos y lo sacó del lugar. Atravesando el pasillo y apenas llegaron a la puerta, el General se lanzó sobre el jardín. La casa se vino abajo, con todo y sus cimientos.
Magnus dejó que Nefertari se hiciera cargo de Dylan, mientras que Cheslay estaba al lado de sus padres. Más de la mitad de las personas que habitaban en el complejo militar habían acudido a ver lo que sucedía. Los soldados lo miraban con sorpresa, miedo e incredulidad.
Los ojos de Magnus se dirigieron hacia el rostro de Charlotte, quien observaba los escombros con una sonrisa triunfante. ¿Qué les habían hecho a esos niños?
***
Dylan abrió los ojos. Ya no se encontraba con la oscuridad. Más bien con lámparas encendidas. Quiso tragar saliva, pero se dio cuenta de que tenía la boca seca y no había vasos con agua a su alrededor.
Sacudió la cabeza y las manos con desesperación. Su movimiento hizo sonar las cadenas que lo tenían atado. Giró las muñecas y la esposa cortaron su piel. No le importaba, el dolor físico era mejor que aquel emocional. La muerte de Lousen era algo que le dolía recordar.
¿Qué le estaba pasando? Dylan se había convertido en una persona que había cortado sus lazos con todo su pasado, con sus seres amados que ahora estaban muertos, con las historias de libros robados, con los entrenamientos para convertirse en soldado. Se había olvidado de todo eso, o al menos eso se decía, eso quería creer.
Aún era prisionero del tres. Estaba en los túneles, esperando que Cheslay lo reconociera. Esperando. Odiaba esperar, siempre que esperaba, las cosas salían mal. Le agradaba más el tener algo que hacer, cuando las cosas estaban bajo su control. Tomó una respiración profunda y recargó la cabeza contra la pared.
Las bisagras de la puerta metálica rechinaron cuando alguien la abrió. Ahí estaba esa chica, la morena de la cicatriz.
—¿Tienes agua? —preguntó Dylan con voz ronca.
—Tengo comida —respondió y dejó la bandeja a un lado.
Olivia se acercó y abrió las cadenas que lo mantenían contra la pared. Dylan flexionó las muñecas y abrió y cerró las manos para que la sangre recirculara. Había marcas rojas sobre sus muñecas.
—¿Me estás liberando porque…?
—Si quisieras matarme ya lo habrías hecho. Antes rompiste las cadenas sin ningún impedimento.
—Me alegra que alguien aquí tenga el cerebro para comprender que no mataré a nadie.
Olivia negó con la cabeza y le hizo un gesto para que se acercara a comer. Dylan se puso de pie con mucha dificultad, ya que sus piernas se sentían como gelatina después de haber estado sentado tanto tiempo.
Percibió el aroma del pan recién horneado y de carne ¿Le estaban dando de comer carne? También había agua y verduras.
—¿Por qué tenéis alimentos perecederos? —preguntó.
—Si te respondo eso ¿Olvidarás que te debo la historia de la cicatriz? —preguntó la chica cruzándose de brazos y sonriendo.
—Ni en sueños —contestó Dylan con la boca llena de comida. Sentía cómo las fuerzas regresaban a su cuerpo.
Olivia se sentó frente a él, con la espalda recargada en la puerta. Preparada para huir si era necesario. El joven terminó su comida y se dejó caer en su pequeño pedazo de suelo oscuro. No quería tomar una respiración profunda, ni que ella lo hiciera, ya que Dylan apestaba, odiaba admitirlo, pero su olor solo podía compararse con el de alguien que se estaba pudriendo en vida.
—Fue cuando escapamos del campamento —dijo Olivia mientras miraba al suelo. Ella se frotaba los brazos, como para entrar en calor. Dylan supuso que era un viejo habito que utilizaba para esconderse de sus propias palabras—. Soy de un lugar que antes llevaba el nombre de México. Aunque claro, ahora no importan mucho los nombres ni las fronteras. —Suspiró profundamente. Dylan asintió.
—He estado ahí —comentó—. No parece un lugar habitable ahora.
La chica negó con la cabeza y se limpió una lágrima.
—Era un lugar hermoso antes de los bombardeos. Primero fue la guerra entre las alianzas, luego firmaron un absurdo tratado de paz, mientras se preparaban en sus respectivas líneas de ataque para tener la guerra ganada. La primera alianza fundó la Ciudadela, con un hombre idiota y manipulable como líder. Ellos dejaron fuera a todas aquellas personas pobres que no podían pagar por una vacuna, mi familia era de esas personas pobres.
» Cuando fue la guerra entre la primera y la segunda alianza, ellos se atacaron con bombas y virus, con cosas que no podían controlar. Luego comenzaron a aparecer personas sanas a las que el virus no les afectaba ¿Y qué hicieron con ellos? No los usaron para obtener una cura. No. Los utilizaron para hacer experimentos, los convirtieron en armas. Y ese cambio genético, esa «vacuna» se juntó con el virus ya existente y comenzó a matar a las personas, a los adultos. Y a los niños los convirtió en criaturas de pesadilla. Niños inestables que podían controlar la gravedad, las mentes, que podían matar personas. La guerra se les salió de las manos.
Y ahí entro yo. Mi familia viajó con un grupo de refugiados, desde México hasta los Ángeles. Mis padres planeaban cambiarnos a mis hermanos y a mí por un sitio en la ciudadela, pero antes de que pudiéramos atravesar la frontera, nos capturó un grupo de cazadores. Mataron a mis padres y a los demás refugiados que no tenían habilidad alguna. Me separaron de mis hermanos, llevándonos a diferentes campamentos. No he vuelto a saber de ellos, espero que se encuentren bien, en alguna resistencia.
» Llegué a un campamento que estaba a las orillas de Colorado. Gracias a los bombardeos y todos los cambios que se dieron en el mundo. El planeta, las estaciones del año… Todo quedó cambiado. En Colorado, durante el día hacía un calor asfixiante y por la noche teníamos que acurrucarnos unos contra otros en busca de un poco de calor. Más de uno murió por las inclemencias del tiempo. Un día, estaba trabajando, ayudando a un par de niñas a curar sus heridas con mi habilidad, me tenían prohibido usarla, ese día llegó al campamento un chico. Tenía el cabello sucio y lleno de sangre, al igual que su rostro. Lo habían golpeado, y solo hacían eso con los que eran poderosos, los golpeaban una vez al año para demostrarles quién mandaba, pero ese chico era nuevo.
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