TIEMPOS FELICES
FELIPE C. FIGUEIRA
TIEMPOS FELICES
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2020
TIEMPOS FELICES
© Felipe C. Figueira
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
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FELIPE C. FIGUEIRA
TIEMPOS FELICES
«Todos nacemos locos.
Algunos continúan así siempre».
Samuel Beckett
Si un historiador hubiese tenido que explicar a sus alumnos el árbol genealógico de la familia Del Río y Villescas, muy probablemente habría tenido que emplear el mismo proceso narrativo en cada una de sus generaciones. Y es que toda la línea descendiente de la familia había seguido un mismo proceso de asentamiento, realización y expansión de sus bienes. El mayor mérito recaía en Hugo del Río y Villescas, que cinco siglos atrás tuvo el espíritu emprendedor necesario para levantar los cimientos de la que en poco tiempo se convertiría en una de las familias más influyentes del antiguo reino de Castilla. Hugo fue un gran hombre de negocios que supo sacar provecho del contexto histórico en el que vivía. El hecho de que los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, hubiesen sido partidarios de hacer un uso responsable del comercio de esclavos fue para el joven Hugo una oportunidad que no podía dejar escapar. Porque el oportunismo formaba parte de los genes familiares. Él lo había heredado de su padre, Federico del Río y Villescas, del que, según cuenta la leyenda, logró adquirir los terrenos en los que más tarde se asentaría el dominio familiar tras haber llegado a un oportuno acuerdo con el dueño de una pequeña parcela manchega en mitad de la nada. Dicho acuerdo había consistido en una intersección de caminos, una navaja de afeitar bien afilada y una discreción previamente planeada. Es sabido que en aquella época la facilidad para falsificar documentos ayudaba a que hubiese un intercambio de bienes y a gestionar la burocracia de una manera mucho más dinámica. Federico del Río y Villescas supo gestionar el papeleo con un par de cuchilladas en el costado y esta capacidad innata de hacer negocios pasó a formar parte de la naturaleza empresarial de su hijo. Hugo aprendió de su padre todo cuanto había que saber para generar riqueza con relativa facilidad, empleando objetos parecidos en intersecciones igualmente solitarias. Así fue como el hijo de un humilde ganadero se convirtió en don Hugo del Río y Villescas, quien logró su objetivo de hacerse con una flota naval para surcar los mares del Nuevo Mundo durante gran parte de su vida, gracias a la cual pudo cerrar varios acuerdos con las diferentes poblaciones de tribus indígenas para la exportación de oro y esclavos a cambio de una generosa cuantía de cañonazos. Para don Hugo del Río y Villescas supuso un gran desgaste estar alejado tanto tiempo de su hogar y se cuenta que solo volvió a su alcoba para morir en la cama, aquejado de alguna de las decenas de enfermedades contagiosas que asolaron los territorios conquistados por los españoles. El intercambio de fluidos corporales fue sin duda el arma más letal del imperio español y, aunque muchas veces se le atribuye el mérito de la expansión del reino de Castilla a las genialidades estratégicas de los conquistadores, lo cierto es que las epidemias contribuyeron de forma crucial a mermar el número de indígenas hasta el punto de reducir su población en millones en tan solo un par de décadas.
En cualquier caso, dejando a un lado el impacto que supuso para la economía global y los intereses empresariales la drástica reducción de la mano de obra, lo cierto es que, fruto de las negociaciones amorosas con las que los hombres convencían a las mujeres en discretas intersecciones, don Hugo del Río y Villescas dejó tras su muerte una descendencia aproximada de veinticuatro bastardos y tan solo un hijo legítimo reconocido, que fue el que nació de su unión con una de sus criadas, que moriría después de haber dado a luz al pequeño Ambrosio del Río y Villescas. Poco o nada se sabe del resto de sus hermanos, pero a Ambrosio le reconocen el mérito de haber seguido los pasos de su padre en su particular pasión por las mujeres indígenas. La suerte del hijo de don Hugo estuvo ligada siempre a su obsesión por el sexo femenino, que fue al mismo tiempo la causa de su muerte con tan solo veintiocho años, cuando se rompió el cuello al caer de un caballo sobre el que perseguía a una indígena que se había empeñado en no llegar a ninguna clase de acuerdo con él. Sin embargo, a pesar de haber muerto a tan temprana edad, Ambrosio del Río y Villescas tuvo tiempo de, al menos, dejar dos descendientes: Manuel y Castora. El primero murió a los cinco años a manos de su hermana mientras esta practicaba con la ballesta, lo que le llevó a ser conocido como Manuel el Breve. Castora tuvo un destino mucho más afortunado. Fue la primera y única mujer en la familia durante varias generaciones. Se dice que fue el propio Carlos V quien le concedió los permisos necesarios para que pudiera alargar la longitud de sus terrenos a cambio de alargar otro tipo de asuntos en los aposentos privados de palacio.
Sea como fuere, el caso es que la dinastía Del Río y Villescas supo adaptarse de una u otra forma y usando todo tipo de armas e intersecciones a los tiempos históricos que le tocaba vivir, bien apoyando a los Habsburgo, a los napoleónicos o a los Borbones. Sin embargo, la era moderna trajo consigo algunas variaciones significativas. España había cambiado mucho y lo iba a continuar haciendo, lo que obligó a la familia a tener que redefinir su ideología política y social varias veces en muy poco tiempo, algo que provocó la confusión en alguno de sus integrantes hasta el punto de ver en las filas de un ejército a familiares combatiendo contra aquellos a los que en un principio debían defender. Un malentendido ideológico que acabó con Santiago del Río y Villescas frente al pelotón de fusilamiento del bando nacional. La historia familiar ha tratado siempre de mantener en silencio este desagradable episodio, que llevó a Santiago a gritar: «Viva España, viva el caudillo» y que dejó asombrados a los soldados que debían abrir fuego contra él, quienes acabaron por descargar sus fusiles contra aquel lunático, convencidos de que estaban ante un traidor que renegaba de sus creencias comunistas en el último momento, tal y como recogía un documento de la época.
La confusión política de aquellos tiempos era evidente y habría arrojado a la familia al abismo económico de no ser por la oportuna aparición de Ricardo del Río y Villescas, hermano de Santiago y firme defensor del orden militar por ser, según él mismo reconoció, el sistema de gobierno más eficaz para dirigir una nación. Gran parte del éxito nobiliario de Ricardo, más conocido como el Mariscal, residió en su facilidad para granjearse las simpatías de varios altos cargos estrechamente ligados al círculo más próximo del general Francisco Franco y, sobre todo, por haber sido el inventor de diversos métodos de tortura con los que obtuvo unos notables resultados para que los traidores a la patria confesaran todas y cada una de sus fechorías. Tal debía de ser la eficacia de dichos métodos que el tránsito de camiones militares cargados de presos entrando y saliendo de la finca generó más de un embotellamiento en la entrada y no pocos comentarios de los vecinos de la zona, quienes jamás se atrevieron a averiguar qué podía estar sucediendo en su interior, suponiendo que el hecho de ver unos camiones vacíos abandonando el lugar aclaraba gran parte de sus dudas.
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