Sebastián Bermúdez Zamudio - El garrochista

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Francisco Tudó, un garrochista de Setenil que, llevado por la venganza, decide formar parte del primer Ejército de Andalucía para hacer frente a las tropas de Napoleón que llegan por Despeñaperros. Junto a su fiel e inseparable caballo Zerrojo, vive mil aventuras, conoce a personajes emblemáticos, y las dichas y desdichas formarán parte de su largo camino.Una novela de ficción dentro de la realidad de la Guerra de Independencia española que llevará a Francisco a un viaje marcado por el amor, la amistad y la crueldad de la batalla. ¿Volverá a casa de nuevo?

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Llevaría no mucho dormido cuando el desvelo vino en mi busca, aún era de noche y apenas se distinguía en la oscuridad que nos encerraba. Me arrimé a la almena que más cerca estaba para desahogar el vientre desde la altura, que me pedía a gritos un poco de vaciado. Entre el descanso que me produjo la evacuación de orines y el sueño, que todavía estaba presente, no sé si lo que vi aquella madrugada fue cierto o no. Andaba medio adormilado, con bostezo incluido, cuando en el suelo iluminado del exterior, una figura de mujer se paseó junto al grueso muro de la torre del homenaje. No pude ver que fuese en realidad una persona, y mucho menos una mujer, pero su sombra, ataviada de una falda ancha y una camisa de volantes en los brazos, señal innegable de vestuario femenino, se encontraba ahí exactamente. Asomé bien la cabeza entre las almenas y observé la fantasmal sombra que en paradas extrañas zarandeaba inquieta los brazos. Intenté apoyarme y asirme con más fuerza a las almenas, sacando medio cuerpo fuera, buscando con la mirada la mujer que se reflejaba en sombra en movimiento. La tenue luz de las antorchas junto al fuego encendido en el exterior, para caldeo de los vigilantes, no desprendían bastante luz como para distinguir nada, decidí entonces asomarme un poco más arriesgando caerme. Una vez tenía el cuerpo fuera fue cuando la vi, ella volvió la mirada hasta mí y entonces…

—¡Paco! Ven conmigo, necesito ayuda —José de San Martín me requería.

Abrí los ojos y me encontré cara a cara con el Ayudante Primero, aún adormilado, juraría que todo lo sucedido pasó en realidad, me levanté del frío suelo y me acerqué de nuevo a las almenas, bueno… de nuevo no sé, pues dudaba si antes estuve. Asomé el cuerpo como hice en sueños, creo, y nada vi abajo, sin embargo, al inclinarme para recoger la garrocha, esta tenía un pañuelo rojo anudado, me hizo dudar de que fuese la mía y la dejé en el suelo. Al comprobar mis iniciales inscritas vi que coincidían con las que mi abuelo mandó grabar en el palo, nadie más pasó la noche en la torre, solo yo quedé fuera. Todo se me hizo raro y decidí olvidarlo, acudí a la llamada de José que me esperaba en la entrada dejando aparte lo sucedido pero guardando en un bolsillo el pañuelo.

Al bajar las escaleras me encontré con tres hombres que esperaban, entre ellos José, garrocha en mano con cara de pillo. Todos sonreían burlonamente mientras el día esclarecía, comenzaba a distinguirse entre los olivares cercanos a pesar de la mañanera bruma que se consumía rápidamente.

—Tu caballo está preparado Paco —me dijo José.

—¿Preparado para qué?

—Hay dos jabalíes en la parte de atrás, junto a la roca, están aguzando los colmillos y nosotros vamos a salir a por ellos, vamos en pareja, tu vendrás conmigo.

—¿Pero con qué intención?

—Con la intención de conseguir comida muchacho, tú procura no estorbar que ya nosotros lo cazaremos, con uno comeremos todos esta tarde en Utrera —lo dijo un hombre de unos cuarenta y tantos años, un jerezano bien puesto, con formas impertinentes.

“Me cago en todos tus muertos” pensé para mis adentros, “estorbar” me dijo. No quise responder, pues para nada es bueno equipararte con personajes como este. Miré a José que con la mirada me dijo “tranquilo, esto es diversión, guarda tu enojo para los franceses”. Razón llevaba, cogí mi garrocha y me presté a las intenciones de los dos fenómenos que dirigían la correría.

—Yo no tengo ni idea de esto Paco, apenas he utilizado una garrocha, soy más ducho con el sable que con este largo palo —me comentó José.

—Tu procura que no se salga de la línea que marquemos, iremos por el que ellos dejen a un lado, si es a la izquierda mejor. Parece que primero elegirán ellos, así que aprovecharemos que el otro jabalí se despistará y lo derribaremos.

—Te veo seguro Paco, mira que esta gente está acostumbrada a estas lides y dicen los compañeros que son los mejores garrochistas de Jerez.

—Bueno José, esto no es un torneo, solo vamos a intentar coger un jabalí, tú tranquilo y si son tan buenos pues mejor… comeremos seguro.

Monté a Zerrojo dentro del patio, al igual que los compañeros, a la señal de un vigilante salimos despacio al exterior, giramos a la derecha, por donde nos indicaron. Me situé tercero tras los dos de Jerez y tras de mí, José. Miré a San Martín y le guiñé un ojo, él sonrió.

DISPUTA DE LANCEO

La pareja de jabalíes se encontraban junto a las rocas, aguzando los colmillos como nos revelaron, el silencio de la madrugada los mantuvo distraídos en su quehacer. El primero de los jinetes que nos precedía se acercó y ya nada pudimos hacer, las dos piezas corrieron en dirección distinta buscando salvarse de lo que ya preveían.

—Vamos José sigamos al de la izquierda, intentemos encerrarlo persiguiéndolo, que no salga de la calle que llevemos.

—Bien, si se escapase te aviso.

—No te preocupes, yo lo veré.

La pareja que mantenía la disputa con nosotros seguía a corta distancia al jabalí, buscando cansarlo para tenerlo a lanza cuanto antes. Estos animales son de fuerte espíritu y salvo que lo alcances con la lanza no se dará por vencido. Cabalgaban con una estupenda coordinación, marcando los tiempos con un trote ligero y buscando la manera de llevar al jabalí hasta un lugar donde atacarlo. Nosotros en cambio no acertábamos a mantener una calle sola y a veces la distancia de separación entre ambos no ayudaba con la persecución.

Los lanceros de Jerez fueron despertando ante las voces de sus compañeros que, en lo alto del castillo, alentaban a unos y a otros con gritos de ánimo. El olivar no permitía exhibir mucha técnica de garrocha, era más bien el caballo quien lucía y en esas llevaba yo las de ganar.

—¿Dónde José? —le pregunté a mi compañero.

—Lo he perdido, no consigo dar con él, los rayos del sol me han confundido con su luz, por un instante he dejado de verlo.

—Bien, quédate aquí y me alertas si lo adviertes de nuevo, yo voy en su busca.

Mi confianza en Zerrojo era infinita, le dejé ir para que buscara por instinto la caza mientras cabalgaba dejando caer la garrocha sobre su cuello, atento a bajar la cabeza para no caer derribado con las ramas de los olivos. Debía ir muy pendiente de las brozas, de cualquier hueco que surgía entre las calles del olivar, a la vez mirar insistentemente a todos los ángulos en busca del jabalí. Seguimos el paso entre dos hileras de olivos, acercándonos hasta un montículo de piedras al sur del castillo. Ahí lo vi, corriendo cual demonio, con la cabeza gacha, su silueta oscura lo delató entre la clara tierra que pisábamos, Zerrojo al verlo acentuó el paso convirtiendo el trote ligero en galope suelto, esquivando los últimos olivos antes de enfrentar un pequeño rellano donde me propuse derribar al escurridizo animal.

—¡Vamos Paco! Ahora es tuyo.

La voz de José de San Martín sonó a mis espaldas como un alentador grito de arrojo, no volví la mirada para ver dónde se encontraba puesto que mi intención era la de acabar con aquella persecución cuanto antes. Cargué la lanza arropándola bajo mi axila, sujetando con fuerza el palo antes de clavar la punta en el jabalí que ya se encontraba a ojo. Buscó con dos quiebros en carrera intentar desviar su camino, buscando confundir a Zerrojo, pero este ya no lo perdía de vista, acostumbrado a estas lides arreó a su captura y me lo brindó en bandeja situándose a su lado izquierdo, dirigí la garrocha con cuidado y con un sutil pero fuerte empuje la clavé en el lomo del jabalí. Tras dar varias vueltas quedó el animal tendido sobre el suelo, pasé mi pierna por encima del cuello de Zerrojo, salté sobre los terrones duros terminando por rematar al animal con un certero golpe. Me acerqué rápidamente y comprobé que estaba extinto de vida, volví hasta Zerrojo abrazándolo por el cuello, besando su cara y acariciando sus bonitas crines.

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