Sebastián Bermúdez Zamudio - El garrochista

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Francisco Tudó, un garrochista de Setenil que, llevado por la venganza, decide formar parte del primer Ejército de Andalucía para hacer frente a las tropas de Napoleón que llegan por Despeñaperros. Junto a su fiel e inseparable caballo Zerrojo, vive mil aventuras, conoce a personajes emblemáticos, y las dichas y desdichas formarán parte de su largo camino.Una novela de ficción dentro de la realidad de la Guerra de Independencia española que llevará a Francisco a un viaje marcado por el amor, la amistad y la crueldad de la batalla. ¿Volverá a casa de nuevo?

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Pasamos la noche efectuando turnos de vigilancia cada dos horas, me tocó el primero para que durmiera de seguido pues estuvimos hasta las doce de parloteo, luego le tocó a “tragabuches” y el último para Juan Palomo, que con esa disposición estaría en pie a las cuatro de la mañana y ya no descansaría hasta la siguiente jornada.

Al levantarme calenté un poco de vino para meter el cuerpo en faena, desperté a Juan Ulloa y di aviso a Juan Palomo para despedirme de ellos, comimos un trozo de tocino y el resto del queso, pan ya no quedaba. La noche anterior, tras el emotivo recuerdo de mi padre, “tragabuches” nos contó que hace dos veranos pasó un fin de semana con mi padre en Ronda. Al parecer se desplazó hasta Ronda con la intención de ver una corrida de toros y coincidió al lado de este durante el festejo. Pedro Romero, antes de retirarse para no torear para los franceses, tuvo una tarde estupenda, dejando a todo aquel que lo vio torear con la boca abierta de tan grande valor y tantísima clase.

Después de la faena quedaron en tomarse algo con el maestro, que era amigo de mi padre, estuvieron de vinos y cante hasta la noche del día siguiente, cuando vinieron a buscar a “tragabuches” pues su mujer, María “la nena”, se encontraba preocupada por su tardanza. Con el tiempo me enteré, según me contó el maestro Pedro Romero, que lo que buscaba la gitana era dinero, pues esta era una bailaora y gastaba más en vestidos que el marido en juergas, luego por lo bajini me dijo también que la muchacha era ligera para abrir las nalgas, tenía un “querío” que le sacaba el “pasné” a cambio de fogosidad en el arte del amor. Para más vuelta al asunto se supo que el “querío” no era otro que el sacristán Pepe “el listillo”.

De esa jornada de folclore viene el aprecio de “tragabuches”, pues mi padre se encargó de pagar la cuenta de la que no podía responder este, debido a que la mujer se llevó el dinero y don Pedro Romero se encontraba tumbado sobre una mesa con una cogorza de mil demonios. Contó el rondeño que unos meses más tarde repitieron los tres y que esta vez fue el quien se encargó de la cuenta, solo que la fiesta no duró como aquella vez puesto que mi padre debía irse con destino a Madrid.

—Señores aquí acaba mi camino junto a tan agradable compañía, a partir de ahora sigo solo en busca de mi destino —les dije a los dos mientras mataban el hambre a duras penas.

—Buen viento lleves amigo, y recuerda todo lo que hemos hablado —me dijo Juan Palomo.

Ambos se levantaron abrazándome y deseándome la mejor de las suertes en esta aventura, quedándonos en volver a vernos en mejores circunstancias y, si es posible, con mejor compañía que tanto caminante y caballista. Antes de irme me agarró de la mano y me entregó un real de plata con una cara de la moneda lijada.

—Si alguna vez te encuentras apurado, entrega esta moneda en la iglesia primera que te encuentres, Dios te guarde muchacho, acaba con esos franceses y con tus fantasmas de una vez —me volvió a abrazar golpeándome la espalda con fuerza—. Gracias por todo, estoy en deuda contigo y no lo olvidaré hasta saldarla.

“Tragabuches” ensilló a Zerrojo y lo acercó hasta donde me encontraba, me ayudó a subir y me entregó en mano la garrocha, luego me tendió la mano.

—Amigo, tu padre estará orgulloso de ti en los cielos. Cuídate y no dejes que te apresen nunca.

—Suerte a vosotros compañeros, que Dios os acompañe siempre.

Las despedidas son tristes pero… buscaba otro destino y a él me dirigía, Utrera y el general Castaños quedaban cerca, hacia allí cabalgaré junto a Zerrojo, solos de nuevo.

Me dirigí hasta Coripe cruzando el cauce del río, con la fresca de la mañana dejé la ciudad a la izquierda para buscar los llanos existentes entre Morón y Montellano, a media mañana me encontraba en el desfiladero de los Tajos de Mogarejo, tras abordar Arroyo Salado, crucé por el puente de piedra de la Vera Cruz buscando la vereda que me llevara por castigo hasta el Castillo de las Aguzaderas. Tras un largo paseo alcancé con la vista la entrada del castillo, eso me animó para continuar con un trote alegre que Zerrojo agradeció a sabiendas de que algo bueno se aproximaba, no lo pensé y decidí pasarme a ver si al menos me daban un poco de agua, llevaba rato que no bebía y el hambre acuciaba de nuevo mi maltrecho estómago.

Comprobé que unos treinta o cuarenta caballos se encontraban paciendo en el verde de la izquierda una vez bajas la cuesta. Cinco hombres les acercaban agua al abrevadero con cubos y mientras, vigilaban que nadie se acercase hasta ellos. Yo continué por la pendiente y al llegar a la entrada del sitio me encontré con un jarro de agua fresca que me ofreció uno de los señores que se encontraban en la puerta del castillo, junto a la fuente, bebí como si no hubiera otro agua en el camino.

—Gracias amigo, llevo rato sin beber —le agradecí.

—El animal debe de venir igual, arrímalo al pilar y que beba el pobre, todos necesitamos saciar nuestra sed más de lo normal por estas campiñas.

Tomé las riendas del caballo y lo acerqué hasta el abrevadero para que saciara la sed el animal. Un banderín del ejército ondeaba junto a un militar allí sentado.

Me presenté a él y este estrechó mi mano mientras decía su nombre y cargo.

—Me llamo José de San Martín, Ayudante Primero del Regimiento de Voluntarios.

LAS AGUZADERAS

—¿Llevas mucho de camino? —me preguntó el tal José de San Martín.

—Suficiente para estar cansado, la garrocha se me hace pesada como si fuese una losa que llevara. Pero son los días de camino los que me pesan.

—¿Vienes a paso tranquilo? ¿O acaso te perdiste?

—Visité unos familiares en Puerto Serrano y eso detuvo mi marcha, pasé la noche con ellos y ya de mañana temprano salí de nuevo al camino —mentí para cubrir mis espaldas por el altercado de Algodonales, no confiaba en tenerlas todas conmigo.

—Nosotros hemos llegado hará una hora, los compañeros se encuentran dentro comiendo algo en el patio, pasaremos la tarde aquí y muy posiblemente la noche.

—¿Queda lejos Utrera? —quise saber.

—Una jornada a paso tranquilo, pero para nosotros es mejor llegar de mañana que de noche, así nos será más fácil instalarnos junto a las tropas del general Castaños. ¿Tú eres voluntario?

—Esa es la intención de este viaje, participar contra el invasor francés y defender nuestra tierra.

—¿Por qué no te unes a nosotros?

—¿Para el viaje?

—Para lo que venga amigo, eres garrochista como los que me acompañan, pasa con nosotros la noche. Los que en el patio se encuentran son como tú, gente inexperta que busca luchar contra Napoleón para defender sus intereses, uniendo sus fuerzas como voluntarios al ejército de Andalucía.

—Agradezco el ofrecimiento pero solo puedo compartir el viaje con vosotros, quedo a expensas de la decisión que tome el general Castaños en Utrera.

—Pues bienvenido amigo, cuantos más seamos, mejor será para repeler al enemigo. Pasa conmigo y acompáñame en la comida, seré tu anfitrión aunque no disponemos de muchas comodidades.

—Tampoco las necesito, tengo algo de comida y un poco de vino, puedo compartirlo contigo mientras charlamos un poco sobre lo que se espera de nosotros para estos días.

Caminamos hasta el patio y nos encontramos con un buen número de jinetes apoyados sobre sus monturas departían amigablemente entre ellos, formando grupos pequeños y algunos en solitario. Llamó mi atención uno de ellos que se encontraba sentado en las escaleras de la izquierda, una vez que cruzas la verja de entrada, ojeaba un libro y anotaba cuanto observaba en un cuaderno, con paciencia y delicado manejo en la escritura. Otro solitario se encontraba en las almenas superiores, sentado con las piernas colgando hacia el patio interior, afilando la punta de lanza que había sustituido por la puya de faenar.

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