Álvaro González de Aledo Linos - Un tripulante llamado Murphy

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El pediatra y navegante cántabro Álvaro González de Aledo cuenta en este libro la navegación que realizó a la Isla de Elba y el Archipiélago Toscano en el Corto Maltés, su pequeño velero de serie de seis metros de eslora, volviendo a España por el río Ródano y los canales del Sur de Francia. Fue un viaje lleno de incidentes, desde el primer día durante el transporte por carretera al Mediterráneo, durante la navegación, con abundantes golpes de mistral , y hasta los últimos días con averías del fueraborda, que estuvieron a punto de hacerle abandonar.Hasta tal punto se concentraron en este viaje los problemas que el autor consideró que Murphy se le había colado de polizón y fue haciendo un tanteo de las veces en que este le asestaba un golpe frente a las veces que le sonreía la fortuna de forma inesperada. Y con independencia del resultado final, considera que la navegación en barcos pequeños y con escaso presupuesto continúa siendo una de las formas más simples de descubrir el mundo y la felicidad sencilla .En este libro, en vez de dibucartas o dibupoemas, ha incrustado en el texto «dibufirmas» , el más difícil todavía de convertir las letras en dibujos. Ha hecho sus siluetas con las letras de una sola palabra, y por tratarse de un libro de náutica, dibujos de los barcos más variados y siempre con el nombre de los puertos en los que recaló. Otra forma original y atípica de que el lector disfrute con él de cada escala.El libro está prologado por los navegantes trans-mundistas Isabel Navarro y Guillermo Cabal , que en su velero «Tin Tin» están dando la vuelta al mundo a vela.

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A media tarde, cuando volvimos al barco, el pantalán que habíamos dejado casi vacío por la mañana estaba abarrotado. Algunos de los barcos que inicialmente estaban paralelos al muelle se habían tenido que colocar como nosotros, perpendiculares a él bien de proa o bien de popa. Y ese momento fue el que aprovechó la gendarmería francesa para su inspección. Sus agentes fueron uno a uno por todos los barcos pidiéndoles los papeles y revisando el material de seguridad. Todos los miraban llegar con un nudo garganta arriba. A nuestro vecino, el de los dos niños, le cayó una multa por faltarle algún chaleco. A mí me llamó al pantalán y al ver por mi acento que no era francés me preguntó por el pabellón del Corto Maltés. Al contestarle un servidor, siendo español, dijo que entonces no tenía derecho a hacerme una inspección y no me pidió nada. La chica de la pareja de al lado me hizo una mueca y un comentario irónico sobre mi buena suerte, pero así son las cosas.

Como habíamos previsto, al ir envolviéndonos la oscuridad aterciopelada los demás barcos se fueron volviendo a Cannes o su puerto de procedencia, y el pantalán se quedó prácticamente vacío. En la lejanía veíamos las luces de Cannes y de su paseo marítimo, y los alfilerazos luminosos de la luz de un faro, como en una postal nocturna. Mientras cenábamos nos sorprendió un ruido en el cielo y al asomarnos vimos que nos estaba sobrevolando un dron, aún no sabemos si era particular o bien oficial para vigilar el sitio. Nadie, ni los de la gendarmería, nos dijo nada por rebasar las seis horas de estancia. Fue una noche tranquilísima pero heladora, con 12 ºC en la camareta, algo sorprendente después del día de calor, en que habíamos recorrido la isla en bañador y sudando. Parecía que en vez de en la Isla Santa Margarita estábamos amarrados en una pingüinera de la Isla Decepción. Yo me acosté con toda la ropa térmica y lanuda (gorro, bufanda, calcetines y chaleco de lana, más dos camisetas térmicas, una de algodón, pantalón largo térmico, saco de dormir y una manta encima) y aun así me desperté varias veces con la carne de gallina. No pensé que lo de Bretaña se repitiera en el Mediterráneo en mayo.

El día siguiente era domingo y aun así salimos muy temprano, antes de las 7 h, para una etapa en la que intentaríamos salir de Francia y llegar a Mónaco (24 millas). La maniobra para recoger el ancla que habíamos echado por popa se nos complicó un poco, porque el cabo estaba mal pasado por el balcón de popa e impedía recogerla desde la proa. Pagamos la novatada de nuestro primer amarre al estilo mediterráneo, pero como no había viento no pasó nada y aprendimos para los siguientes y terminamos siendo auténticos profesionales. Contorneamos la isla de San Honorato en sentido antihorario, y al avistar el canal entre Santa Margarita y San Honorato vimos que seguía lleno de barcos fondeados, que habían pasado allí la noche. Disfrutamos de la vista desde el mar de la torre fortificada y de la abadía. San Honorato se instaló en la isla en el siglo IV buscando la soledad del ermitaño, pero sus seguidores no tardaron en encontrarle y venir a instalarse con él, que terminó fundando un monasterio. La torre fortificada se construyó mucho más tarde, en 1073, para defenderse de los piratas. En la época más gloriosa, el siglo VII, vivieron en la isla más de 4.000 monjes, que entre otras cosas cultivaban vides y hacían su propio vino. En 1788 solo quedaban allí cuatro monjes y el monasterio se cerró. Pero en 1869 lo recuperó la orden cisterciense y lo restauró y repobló la isla, que aún hoy es de su propiedad, aunque se puede visitar. Desde el mar la torre defensiva es impresionante porque está construida en una península de la costa Sur que apenas sobresale del agua, y parece que el edificio está flotando. A la costa Sur hay que darle un amplio resguardo, por lo menos de una milla, porque está llena de restingas de piedras como las que se ponen en el monte para atravesar un lodazal. En la esquina Sureste está el islote pelado de Saint-Féréol. Todos estos peligros, eso sí, están bien balizados con marcas cardinales.

Aunque el pronóstico volvía a dar vientos borrascosos del Oeste de fuerza 7 a 8 por la tarde y por la noche (hasta fuerza 9 en Córcega) durante la mañana iba a haber solo brisas de dirección variable de fuerza 1, y se cumplió. Hicimos toda la travesía apoyados un poco por el motor, para crear viento aparente. Uno de esos días exasperantes en que quisieras abrir las aguas como Moisés y seguir por el fondo con las bicis. Porque a los marinos nos molesta más el poco viento que el demasiado, pues este último lo puedes gestionar reduciendo la vela pero contra el calmazo solo te queda meter motor, algo insoportable. Cuando me veo obligado a navegar con velas y motor utilizo una distribución de velas poco ortodoxa si quiero ceñir mucho para no dar bordos innecesarios. Como el génova queda por fuera de los obenques no se puede cazar todo lo que quiero. Entonces le rizo un poco y reenvío la escota al winchi de las drizas por dentro de los obenques. No pinta muy bien pero me permite ganar unos 10 grados al viento sin que el génova se acuartele, lo que en las travesías largas es un puntazo. Pues así hicimos una parte de la travesía de ese día.

Al hacer el café de media mañana comprobamos que el agua sabía a plástico. Entonces nos acordamos de que el sobrante de la ducha solar (esa bolsa de plástico negro que se expone al sol para que caliente) lo habíamos vertido en el bidón del agua de beber y nos propusimos no volver a hacerlo. Ese día no nos quedó más remedio que aguantarnos pues no la podíamos tirar. Más adelante apareció el mar lleno de burbujitas por doquier. Al mirarlo mejor vimos que eran pequeñas medusas y que las había por millones. Cogimos alguna con el esquilero y comprobamos que eran las llamadas “marinero de viento” (Velella Velella). Son pequeñitas y tienen una burbuja de gas, como la carabela portuguesa, que les permite usar el viento para desplazarse. A diferencia de la carabela, su “vela” es triangular y su pequeño flotador semisumergido hace un poco la función de una quilla, de modo que pueden desplazarse “ciñendo” ligeramente, y no solo arrastradas a favor del viento. Tienen los tentáculos pequeñísimos y su picadura es muy grave y dolorosa. Nos propusimos preguntar en Mónaco por su presencia, pues cuando hay medusas en el agua hay que ponerse guantes para subir el fondeo y las amarras que han tocado el agua, porque pueden haber dejado sus tentáculos en la cadena. Al volver a pasar por estas aguas en la navegación de regreso a España volvimos a encontrarlas pero secas, como un resto cartilaginoso, algo sorprendente que no habíamos visto nunca. Ya os lo contaré más adelante.

A las 10:30 h llamé por teléfono a las dos marinas de Mónaco (Fontvieille y La Condamine o Port Hercule) para saber sus precios y nos encontramos con la desagradable noticia de que ninguna de las dos tenía plazas libres esos días. No lo sabíamos, pero estaban preparando el Grand Prix de Fórmula 1 y la ciudad estaba abarrotada. Entonces probé en la Marina de Cap d’Ail (sí, cabo de Ajo, como el nuestro de Cantabria pero dicho en francés). Es el último puerto francés antes de Mónaco y es como un bicho raro con la tripa francesa y la espalda monegasca, porque la frontera entre Francia y Mónaco pasa por la calle de los pantalanes. Una acera es francesa y la otra de Mónaco. Allí me dijeron que había tenido suerte porque para un barco tan pequeño sí tenían sitio. Además solo costaba 11 euros la noche y en realidad estaríamos en Mónaco. Murphy: 5, Corto Maltés: 7. Así pues, dirigimos nuestra proa hacia Cap d’Ail. Toda la travesía estuvimos siendo sobrevolados por helicópteros de los que hacen el trayecto entre Mónaco y Cannes, y adelantados o cruzados por megayates que hacían la misma línea. Ya habíamos entrado en la zona de costa conocida como “La Riviera” que grosso modo abarca desde Marsella hasta La Spezia, en Italia, y la Guía Imray nos advertía del abundante tráfico de superyates, que como no caben en los puertos pasan la noche fondeados fuera, y de la dificultad de encontrar amarres y de sus precios. Como la línea costera tiene dirección Nordeste y está protegida por altas montañas, está relativamente preservada del mistral (del Noroeste) y en general de los vientos del Oeste, y en verano lo que prevalece es la brisa marina que aquí viene del Este-Sureste y raramente sobrepasa la fuerza 5. Por eso la región tiene un clima moderado durante todo el año. Aparte de su peculiar geografía y clima en el contexto del mediterráneo, históricamente también es peculiar pues entre 1388 y 1860 perteneció a Italia.

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