Pues como dije, después del temporal amanecimos en la calma más absoluta. En la ensenada de Cavalaire sur Mer el mar estaba tan quieto que parecía haberse coagulado. Sorprendente. Después de que el sol y nuestros enrojecidos ojos tropezaran, salimos a las 8 h contentos de que el mar volviera a sonreírnos, pues ya nos habíamos imaginado retenidos allí varios días. Nuestra intención era llegar a Cannes, 36 millas, para recuperar las que no hicimos el día anterior. Y estábamos resignados a hacer las 36 a motor por el pronóstico de vientos flojos, de fuerza 3. Y así salimos, escuchando el petardeo del fueraborda y encalmados. La cercanía de Italia se mascaba porque empezamos a recibir emisoras italianas por la radio VHF, concretamente Génova Radio. Pero a lo largo del día el viento fue arreciando, nosotros cobrando ánimos al ver espumilla por la proa, y finalmente pudimos hacer casi toda la navegación a vela, con el espí y la vela mayor. En total fueron 36 millas en unas 9 horas. Además con un sol de oro que nos hizo sacar ya la protección veraniega, o sea la sombrilla y la crema solar, y bañarnos a remolque del barco por el camino. Al bañarse Nacho probó qué pasaría si uno de nosotros se caía al agua y conseguía agarrarse a la línea de vida que siempre llevamos por la popa. Y la conclusión fue que conseguía, con mucha dificultad, no escurrirse de ella (la levamos con un nudo cada dos metros para eso), remontar la fuerza del agua del barco en marcha hasta llegar al espejo de popa, pero una vez allí no conseguía llegar a la escalerilla de popa que en el Corto Maltés está en estribor, desde la línea de vida, amarrada a babor. A partir de ese día cambiamos la línea de vida a estribor.
Por la mañana dejamos a babor el puerto de Sainte-Maxime, a donde habíamos ido en autobús el día anterior, y el amplio golfo de Saint-Tropez, que conoceríamos a la vuelta. A eso de las 10 h nos cruzamos con dos piragüistas pescando tan tranquilos a una milla y media de la costa, lo que da idea de la tranquilidad del día en comparación con el anterior. Y a eso de las 11:30 h nos alcanzó por babor el maxi-trimarán francés IDEC, que como dije estaba entrenando por esas aguas. Vino a saludarnos y viró a escasos metros. Todo el día hubo pocas olas y pudimos hasta cocinarnos unos macarrones, y durante toda la jornada estuvimos viendo a estribor la cortina de cúmulos espesos que sobrevuela estacionariamente Córcega. A eso de las 15 h cayó el viento y quitamos el espí, haciendo las últimas millas con el motor y la vela mayor.
Cannes (43º 32,53’ N; 7º 1,33’ E) se sitúa al fondo de un gran golfo, el de La Napoule, y después de rebasar las Islas Lèrins, un archipiélago de dos islas que iríamos a conocer el día siguiente. Trece kilómetros al Norte se sitúa la ciudad de Grasse, la capital mundial del perfume, y cuando sopla el viento del Norte dicen que se siente en el aire el aroma perfumado. En una pequeña rada se localizan sus dos puertos principales, el Vieux Port al Oeste en pleno centro urbano, y el Port Pierre-Canto al Este, más alejado del centro y junto al casino, separados por media milla. Hay un tercer puertecito, el de La Croisette o de Palm Beach, pegado al Pierre-Canto, pero no tiene atraques para visitantes y solo cala 1-2 metros. Es sorprendente la multitud de ferris y megayates que están fondeados en la entrada a los puertos de Cannes. La ciudad está de moda y más esa semana que se celebraba el festival de cine, pero sus puertos son realmente pequeños y con poco calado. El Vieux Port tiene 4-5 metros máximo en la zona central dragada, pero 1,5 metros al fondo de la dársena, y el Port Pierre-Canto es enano y está abarrotado. Además a estribor de la entrada al Vieux Port hay una zona de bajos fondos (1,5 a 2 metros) aunque bien balizada. Por todo ello los ferris y megayates se ven obligados a fondear fuera y desembarcan a los pasajeros en los botes salvavidas, haciendo largas colas en los muelles.
Al acercarnos a Cannes vimos a un kitesurfista que no conseguía arrancar a planear y se estaba dejando derivar con el viento y la corriente, acercándose a la zona peligrosa de la entrada y salida del tráfico portuario. Estas zonas siempre son peligrosas pero más en Cannes, con un tráfico tan intenso de megayates, vedettes que llevan a las Islas Lèrins y a las escaleras de desembarco de los ferris, que hay normas especiales de tráfico y por ejemplo los veleros no tienen preferencia sobre los barcos de motor en las aproximaciones al puerto, algo atípico pues siempre es lo contrario. Esas normas especiales las resume la Guía Imray en 10 puntos, que abarcan desde velocidades máximas en cada franja, acceso a las playas y a los fondeaderos de las Islas Lèrins, zonas de fondeo prohibido o reglamentado, etc. Nos acercamos al del kitesurf para ayudarle pero nos hizo la señal de que todo iba bien, un redondel con el índice y el pulgar, pero ya ya. Nos quedamos cerca mirándole y seguía derivando descaradamente sin conseguir salir del agua, hasta que finalmente se acercó una Zodiac a ayudarle y le recogió con su tabla.
Pedimos plaza por la radio en el Vieux Port, el más céntrico, y tuvimos la suerte de que pese al festival de cine que lo tenía todo abarrotado (al llegar no sabíamos que era la semana del festival) sí tuvieran sitio para nuestro barquito y además por un precio módico (15 euros). Nos asignaron la plaza por la radio, pero antes de buscarla nos recorrimos el puerto para ver el espectáculo de megayates, muchos de los cuales tenían hasta helipuerto. Entre nuestro amarre y la capitanía teníamos que atravesar la zona de carpas y tiendas con todo el merchandising del festival, azafatas monas uniformadas con preciosos envoltorios, vigilantes de seguridad forzudos y, cosa curiosa, una alfombra roja cubriendo todo el suelo. Para sentirnos importantes, aunque con nuestra pinta de todo el día navegando llamábamos la atención entre tanto fino. Las medidas de seguridad eran impresionantes, hasta con militares grandullones en las calles, de esos con aspecto de disparar a todo lo que se mueve. Cuando le pedí al de capitanía que me guardase los frigolines en el congelador lo dudó un rato, los miró con los ojos como el dos de oros, intentó abrir uno de ellos para ver su contenido (es imposible, porque están sellados) y finalmente renunció y me acabó diciendo si no llevarían explosivos... Aunque finalmente se los quedó. Seguíamos usando los frigolines porque durante el día la neverita nueva no podíamos enchufarla porque nos agotaba la batería. La marina y la capitanía estaban protegidas por puertas con cierre electrónico. Pero las tarjetas para acceder a los pantalanes y los aseos e instalaciones comunes, muy chulitas con su código bidi sin contacto, no funcionaban, y terminé haciéndome amigo del vigilante de seguridad que las abría a distancia por un interfono, de tanto llamarle. El bloque de los aseos, en la planta baja de la capitanía, era pequeño para la cantidad de visitantes y olía mal, no sé si en otra época fuera del festival de cine sería distinto. Las duchas eran también con una ficha o “jeton” de un euro y medio que duraba 10 minutos. Este sistema de las fichas era un lío añadido para nosotros, porque los venden en la capitanía y si no estás ocurrente y llegas al barco cuando ya ha cerrado te quedas sin ducha hasta el día siguiente.
En la capitanía aproveché para algunas gestiones improvisadas. Por un lado me informé del puertito de la Isla de San Honorato (Saint-Honorat), la del Sur de las Islas Lèrins (43º 30,57’ N; 7º 2,82’ E). Está situado en el canal que la separa de la isla del Norte, Santa Margarita (Sainte-Marguérite) y oficialmente se llama Port des Moines (Puerto de los Monjes) porque la isla está ocupada en su totalidad por un monasterio. Según la Guía Imray tenía 1,5 metros en la entrada y “1 metro de calado y menos” en el interior. En capitanía me dijeron que ahora tiene 80 cm de calado y que puedes entrar y, si hay sitio libre, quedarte a pasar la noche y que es gratuito. Lo vi un poco justo para nuestro calado de 70 cm con la orza subida, ya que si entrase ola o cualquier otro barco la produjese, fijo que en el seno de la ola nos clavábamos en el fondo. Dejamos la decisión de entrar o no para el día siguiente. Y por otro lado me informé de la meteorología en Italia. Estando en las oficinas apareció un uniformado que parecía venir de un buque de la armada: pantalón azul oscuro, camisa blanca inmaculada, corbata bordada, galones sobre los hombros, gorra de plato con galleta, etc. Como hablaba italiano me dirigí a él. Enseguida me dijo que era solo el capitán de uno de los megayates, pero que les dan ese uniforme yo creo que para aparentar. Yo quería conseguir una planilla donde apuntar la meteorología, que en Italia dan cantando números como en un bingo, ya os lo contaré. Hay que anotarlo bien todo y luego sentarte a interpretarlo. Me dijo que no la tenía, pero que en Italia todos escuchan y consultan los pronósticos franceses de Météo France, de los que se fían más. Si no, que en el canal 68 emiten la meteorología en texto en vez de con números, y alternativamente podía consultar la página web de lamma.it, de la que me dio los detalles. Tomé nota de todo porque dos o tres días después estaríamos en Italia.
Читать дальше