Por la tarde salimos con las bicis para recorrer la de Pomègues, al Sur, pero en una de las primeras curvas nos alcanzó la Guardia de la reserva para decirnos que esta segunda isla no está permitido recorrerla en bici. Nos lo dijo una guardia jovencita y muy amable, ágil como un gamo, que se quedó a comprobar que dejábamos las bicis en el pueblo y volvíamos andando. La prohibición hubiera sido innecesaria, porque las pistas de Pomègues son más abruptas y con el suelo peor que las de Ratonneau y era muy difícil pedalear por ellas. Como en Ratonneau, nos sentó mal que algunos de los monumentos en ruinas no se pudieran entrar a ver, pero no te lo avisaban desde el principio del camino con lo que te dabas la paliza para nada. Visitamos el puerto de cuarentena original, el que se usaba antes de construir la escollera de unión de las dos islas. Todavía se ven las muescas que habían hecho en las rocas para amarrar las cadenas de los barcos y usar la propia roca como noray. Una obra de cantería impresionante. En la ensenada se ha instalado una granja de cultivo marino, la única actividad económica de la isla aparte del turismo. Aun así quedaba espacio para fondear y como da al Este, protegida del mistral, había varios veleros. Por otra parte en todo el perímetro de la isla hay bonitas calas y buenos fondeaderos, más que en su vecina del Norte.
Las dos islas nos encantaron, aunque están despobladas de vegetación como si las hubieran rociado con el agente naranja, y cuando más tarde conocimos las demás de la fachada mediterránea de Francia, que fueron muchas, Frioul cayó en desgracia en nuestro recuerdo porque las demás la superaron. Tienen un paisaje muy seco porque, curiosamente, llueve mucho menos que en Marsella, y la poca vegetación que hay es de arbustos bajos y leñosos. De hecho el archipiélago es uno de los sitios más secos de Francia. Los pinos que hay se podrían contar con los dedos de las manos y tienen unas formas retorcidas e inclinadas, forzado su crecimiento por la fuerza del mistral. Están habitadas principalmente por aves marinas, y como mamíferos solo por conejos, ratas y gatos introducidos por el hombre. Sus fondos marinos son praderas de posidonia y, más profundamente, barreras de coral. En algunos sitios sigue habiendo caballitos de mar, y en tierra una especie de lagartija de costumbres nocturnas, el Phyllodactyle d’Europe, que está en peligro de extinción. El futuro de Frioul es incierto, pues los promotores quieren convertirla en un paraíso insular para gente de monedero abultado mientras que el estado quiere preservarla como espacio natural, y desde 2012 forma parte del Parque Nacional Les Calanques, que protege las preciosas calas al Este de Marsella que conoceríamos a la vuelta, y el propio archipiélago.
En el terreno práctico, seguía haciendo un calor impresionante por el día, y en las excursiones a pie o en bici por aquellos parajes agrestes se nos quedaba la garganta seca como el desierto de Tinduf. En Frioul estrenamos el ventilador eléctrico que llevábamos para utilizar en las marinas, cuando estuviéramos conectados a la electricidad del pantalán. En las horas de canícula era un alivio. Pero por la noche volvía a refrescar y teníamos que dormir con toda la ropa de invierno y hasta con el maridillo dentro del saco. A mí me recordaba mucho nuestra navegación a Bretaña del año anterior, donde se daba esa misma diferencia brutal entre el día y la noche y por la mañana teníamos que despertarnos de dos cosas, del sueño y del entumecimiento. Pero no me lo esperaba en el Mediterráneo. Dormimos tranquilamente pensando continuar el día siguiente la ruta de las islas.
Capítulo 4
Islas Embiez y Porquerolles
El día siguiente seguía soplando del Oeste pero sin la intensidad de temporal y salimos de Frioul a las 8:30 h. Antes pasamos por las oficinas a recoger los frigolines. Al comentar con Rudi los detalles de nuestras siguientes escalas previstas me regaló la Guide Méditerranée 2016, una guía con los puertos franceses del Mediterráneo, las características luminosas de todos sus faros y el RIPAM (Reglamento Internacional para Prevenir los Abordajes en el Mar) que al parecer es obligatorio llevar a bordo al navegar en Francia. Aunque ya teníamos a bordo la Guía Imray como portulano, la que me dio tenía más detalles y se lo agradecí. Posteriormente me sería de mucha utilidad.
Desde el principio tuvimos una brisa moderada del Oeste, de fuerza 4, y el cielo despejado de un horizonte al otro. Pusimos el espí y el génova atangonado en orejas de burro, haciendo así todo el camino. Al poco de salir decidimos atravesar el archipiélago de las islas Riou y adyacentes, todas deshabitadas, para ver la cala Monasterio (43º 10,74’ N; 5º 23,08’ E) de la que teníamos muy buenas referencias. La cala nos decepcionó, pero no así los despeñaderos rocosos de Riou. Estaban llenos de Zodiac de submarinistas. Toda la costa estaba sin urbanizar y muy salvaje. Pasamos por el estrecho entre la Isla Riou y el islote Le Grand Congloue (43º 10,50’ N; 5º 23,94’ E) entre paredes rocosas de 50 metros de alto. Aunque su anchura es de menos de 200 metros la profundidad no nos generaba ninguna preocupación, pues tiene 26 metros. Lo que sí nos preocupó un poco es que íbamos a 4 nudos y con el espí izado, una vela que en caso de que algo salga mal se tarda mucho en corregir o arriar. Solo notamos que en el estrecho la mole de la isla Riou nos desventó, perdimos velocidad y la vela hacía algunos raros, pero sin trascendencia. Al socaire de la isla había otras tres barcas de submarinistas, se ve que este archipiélago es el lugar de buceo de los marselleses.
Como el día estaba tranquilo y casi sin olas, a media mañana aprovechamos para desarmar e intentar arreglar la neverita, que había dado su última bocanada unos días antes. Después de desarmarla entera llegamos a la conclusión de que no era un fallo de los cables eléctricos, lo único que hubiéramos podido reparar a bordo, sino de la CPU, para lo que el manual recomendaba dirigirse a los servicios técnicos de la compañía. Como no podíamos hacerlo navegando, tendríamos que comprar otra, lo que era pena porque aún estaba en garantía. Eso nos obligaba a cargar con la estropeada estorbando a bordo durante tres meses, para poder hacer efectiva la garantía al volver a Santander. La estibamos al fondo de la cama de popa y allí pasó todo el viaje, aunque en varias ocasiones estuve a punto de tirarla a un contenedor.
A eso de las 14 h, después de comer, el viento del Oeste roló al Sur con lo que quitamos el génova y seguimos solo con el espí amurados a estribor. Más tarde cayó del todo, el avance disminuyó a un mero arrastre y tuvimos que usar el motor. Aunque era pronto no nos apetecía seguir haciendo camino a motor y esta vez no íbamos apresurados, así que miramos en la Guía Imray los puertos que teníamos al alcance y decidimos entrar en el de la Isla Embiez. No teníamos ninguna referencia de ella. Es más, llevábamos como bibliografía importante una serie de reportajes de la revista Voiles et Voiliers sobre las islas de Francia, que habían recorrido en un trimarán de unos 8 metros, publicados en sucesivos números del año 2012, y la Isla Embiez ni la mencionaban. Tampoco la habíamos visto en los catálogos y ni siquiera sabíamos que estaba allí, pues está muy cerca de la costa y en los mapas de pequeña escala no se ve que sea una isla. Habíamos salido de Frioul sin destino fijo y fue dejarnos el viento desamparados lo que encaminó nuestra proa a Embiez. Y como pasa muchas veces, esa escala sin pretensión y tan aleatoria fue uno de los sitios más bonitos y una de las sorpresas de este viaje. Murphy: 5, Corto Maltés: 4. Tanto que volvimos a visitarla en la navegación de vuelta, contra nuestra costumbre de recalar en puertos diferentes para intentar conocer los más posibles.
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