Nadia Bolz-Weber - Santos Accidentales

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Este libro es la traducción al español del
Bestseller del
New York Times «Accidental Saints» de
Nadia Bolz-Weber. ¿Y qué si la persona que estás evitando es hoy tu mejor oportunidad para la Gracia? ¿Qué tal que esa precisamente sea la idea? En
Santos Accidentales, Nadia Bolz-Weber, una escritora que ha sido seleccionada entre los
bestsellers por New York Times, invita a sus lectores a un encuentro sorprendente con lo que ella llama «una vida religiosa pero no tan espiritual». Cubierta de tatuajes, indignada y profana, esta ex comediante proveniente del mundo de la
stand up comedy y tercamente convertida en pastora, a veces con un gran sentido del humor se resiste al Dios al que fue llamada a servir. Pero Dios se las ingenia para aparecérsele en la gente menos pensada: un agnóstico a quien la iglesia le atrae, una
drag queen, un obispo criminal, un miembro de la NRA (asociación estadounidense que defiende el derecho a portar armas) que anda luciendo su arma a la vista de todos. La vida y la adoración comunitarias con estos «santos accidentales» empujan a Nadia a encuentros de primera mano con la gracia –un don que para ella no se asemeja tanto a que una manta cálida la cobije, sino a que un objeto contundente la golpee. Pero es mediante esa gracia que la gente experimenta una transformación que no podría ocurrir de otra manera. En tiempos en los que muchos, con toda razón, se han desilusionado del cristianismo,
Santos Accidentales demuestra lo que sucede cuando la gente común y corriente comparte el pan y el vino, lucha con las Escrituras en comunidad y comparte mutuamente la verdad de sus vidas concretas. Este relato inolvidable de sus pasos en falso hacia una vida integral les comunica, a creyentes y escépticos, un hálito de veracidad. Narrado en el estilo confesional por el que Nadia es conocida,
Santos Accidentales es el nuevo trabajo fascinante de una las voces religiosas más importantes hoy en día.

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A lo que nuestra hija agregó: “Sí, eso es un poco tonto”. (De acuerdo, tal vez no adoro tanto a mis propios adolescentes).

Fruncí el ceño, agarré la correa del perro y me dirigí a la puerta para sacarlo a caminar, pero en realidad lo que buscaba principalmente era aclarar mi mente y llamar a amigos que sabían mucho más que mi esposo y que mis hijos y que podían decirme que mi discurso era asombroso. Mientras caminaba por mi vecindario en Denver y saludaba con la cabeza a los otros transeúntes, seguía pensando, apuesto a que la mujer que está allí saliendo de su bungalow de los años treinta con su schnauzer no está a punto de hacer el ridículo, mañana, delante de decenas de miles de adolescentes luteranos.

Tan pronto como pude domesticar mi autocompasión, llamé a mi amiga Kristen y le di un repaso de mi charla. Ella había estado en el ministerio juvenil por más de una década y fue lo suficientemente amable como para atender mi llamada de pánico. Seguramente ella podría reforzar mi confianza debilitada.

“Parece como si estuvieras hablándole a sus padres. Mira, esto es lo que más bien podrías tener en cuenta”, y puso ante mí todo un bosquejo de mensaje, todo lo cual era sólido, nada de lo cual era algo que yo diría. Casi que entré en pánico; prácticamente troté con el perro y llamé a mi amiga Shane, que ya había hablado antes en estas reuniones de jóvenes a gran escala y, como yo, no era una “persona del ministerio juvenil”.

“Ay, cariño, debes estar asustada. Los adolescentes son un auditorio áspero”.

Antes de acostarme esa noche, recuerdo haber pensado dos cosas: (1) Me va a tocar tragármelo con tenedor y todo delante de 35.000 mil personas. (2) Necesito mejores amigos. Me quedé despierta anticipando el sonido ensordecedor de la multitud que no se reía de mis ocurrencias de apertura. Pasé la mayor parte de esa noche imaginando maneras de perder mi vuelo, enfermarme o sufrir una crisis nerviosa.

Cuando me subí al avión temprano, la mañana siguiente, estaba soñolienta, me sentía aterrorizada y sentía como si estuviera a punto de dar una charla en un país extranjero sin la ayuda de un intérprete. Fue entonces cuando Chloe se sentó a mi lado. La delegada diplomática de Nínive.

Mi propia ansiedad por la conferencia para jóvenes me consumía demasiado y, además, estaba la molestia de tener que sentarme en el asiento del medio como para darme cuenta de la adolescente que venía por el pasillo, con un flequillo rosa teñido colgandole en la cara como visera protectora que invitaba, tanto como repelía, la atención. Disculpándose, se escurrió hasta acomodarse en el asiento de la ventana a mi lado y sacó una mochila negra desgastada de la que tomó un cómic de Anime y su cuaderno de dibujo. Sus hombros se encogieron hacia adentro y hacia abajo como si intentara ocultar lo que su flequillo rosa no pudo. Tímidamente, y sin hacer contacto visual, echó un vistazo a mis brazos desnudos y dijo: “Bonitos tatuajes”.

“¡Oh gracias! Me gustan. Menos mal porque, ya sabes, los tendré por un buen tiempo”.

Ella sonrió. Eso creo. Era difícil darme cuenta.

Ahí sentadas, regresamos cada cual a su silencio mientras el avión se llenaba de viajeros, muchos de los cuales también se dirigían a nuestra conferencia en Nueva Orleans. (Me podía dar cuenta porque llevaban camisetas de varias congregaciones luteranas, como si estuvieran uniformados, agrupados por colores cual pandillas que una ve en la región del medio oeste).

“Dime, ¿qué estás dibujando?” le pregunté. Ella dijo que era Manga (figuras animadas de estilo japonés) pero que también le gusta dibujar personajes de fantasía. Le dije que mi hija, Harper, hace lo mismo. “Cuéntele sobre este sitio web donde ella puede subir su arte”, me animó Chloe. Todo esto sucedió antes del despegue, así que le envié a Harper la URL que Chloe me dio y ella me respondió: “Sí, mamá, ya lo sé”. (¿Si ven? No acierto ni una).

Chloe siguió dibujando y echando vistazos con disimulo para mirar mis tatuajes de nuevo. “¿Le dolieron?” preguntó, justo cuando yo me daba cuenta de las líneas finas y brillantes en sus brazos. No tanto como eso, me dije a mí misma.

“No tanto” dije, “pero el que está en la parte superior de mi pie. . . ¡y uno grande en mi espalda, santísima mierda, eso sí hizo daño!” Ella sonrió.

“Quiero uno, pero no tengo el dinero” dijo, todavía sin mirarme.

“Algún día lo harás, y tal vez para entonces ya serás lo suficientemente mayor como para no hacerte algo tan estúpido como yo cuando tenía tu edad. ¿Qué te harías si tuvieras el dinero?”

Así se inició una larga conversación, y cuando estábamos a medio camino hacia Nueva Orleans ella ya me estaba contando de su vida sin saber quién era su padre, y la orden de restricción contra su hermana mayor que la había lastimado el año pasado. Chloe habló de lo estúpida que es su escuela y cómo la pusieron en clases de educación especial cuando en realidad es muy buena en matemáticas; ella solo piensa que los gráficos son bobos, por lo que se niega a trabajarlos en clase. Me di cuenta que ella era inteligente. Simplemente no encajaba en el sistema. Le dije que mi consejera en la secundaria era una perra completa que pensaba que yo debía ir a una escuela de comercio, y sin embargo, heme aquí, con título de posgrado y un par de libros publicados a mi nombre. ¡Ja! ¿Quién es el que ríe ahora, ah? ¡Ja! ¿Quién?

Una sonrisa se abrió camino en su rostro como una visitante no invitada, e inmediatamente Chloe empezó a lucir más ligera y más joven. Por un segundo, incluso, me miró a los ojos.

“Entonces,” pregunté finalmente, “¿vas camino al Encuentro Nacional de Jóvenes Luteranos?”

Ella me miró, aturdida. “Sí. . . un momento, ¿usted también va para allá?”

Sonreí y dije: “¡Ajá…! Resulta que soy pastora luterana y voy a hacer algo allá mañana en la noche”.

“¡No! ¿En serio?” se asombró ella, y me reí. Me dijo que solo hay un par de chicas en su grupo de jóvenes que incluso realmente le hablan y que no quería venir a este viaje. Ella no encaja en el grupo. Le dije que la entendía porque yo tampoco.

Nos quedamos en silencio, leí mi libro y ella trabajó en un dibujo, que me dio cuando aterrizamos. Era un dibujo Manga de mí.

Me abrazó en el pasillo del 737 y me agradeció por hablar con ella. Y le di las gracias por el dibujo.

A veces desarrollo una capa protectora tan gruesa que Dios no tiene más remedio que ser vergonzosamente impertinente. Así como ahora, enviarme a una chica herida, quebrantada, con cortes brillantes en su brazo, una chica con flequillo rosa protector, una chica que no encaja, una chica que a su manera me dijo: Hey, mira, Dios me dijo que te dijera algo: Supéralo; no eres tan central.

Santos Accidentales - изображение 12

No hay manera de que ustedes pueden saber con quiénes están hablando si el lugar desde el que hablan es una plataforma en el Superdome. El público está tan lejos que realmente no se pueden ver las expresiones faciales ni escuchar su risa. Se siente como si estuvieras en la radio. Bueno, es como estar en la radio, pero bajo luces tan intensamente brillantes que empieza uno a preguntarse si en realidad no son luces para escena sino que son, de hecho, las de una nave extraterrestre a punto de raptarte. Uno simplemente empieza a hablar como un personaje de radio ciego que está a punto de ser secuestrado por extraterrestres, mientras finge estar hablando en una reunión de jóvenes y solo espera lo mejor.

Yo no podía hacerme ninguna idea de si lo que estaba diciendo (desde el escenario lejano, bajo, lo que yo sentía eran luces extraterrestres tamaño farolas de tractor) estaba llegando al auditorio, o si estaba “funcionando”. Pero sí sabía a quién le estaba hablando, porque justo antes de salir al escenario miré el pedazo de papel que estaba doblado en mi bolsillo trasero, el dibujo de Manga de mí misma. Cuando me paré frente a esas decenas de miles de adolescentes aterrorizantes, supe que solo le estaba hablando a la chica que no encajaba.

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