Y yo no podría sacudir a Jesús, aunque lo intentara. El evangelio, esta historia de un Dios que vino a nosotros a través de Jesús y que amó sin límites y que perdonó sin reservas y dijo que tenemos el poder de hacer lo mismo, no puede ser destruido por todos los errores estúpidos que van a leer en los capítulos que siguen. Todos esos errores, pecados y fallas son míos, pero quizás también sean nuestros. Y la redención es nuestra también. Porque si Alma White no puede destruir la Luz que brilla en medio de tanta oscuridad, tal vez nosotros tampoco podamos.
En esa mesa de Todos los Santos, entre la canasta de galletas santas y la tarjeta que muestra el nombre de Alma White, colocamos nuestra primera vela pascual, que habíamos comprado recientemente en una librería católica. Durante la vigilia de pascua y a lo largo del año siguiente la iríamos a usar para simbolizar la presencia de Cristo en medio nuestro.
Ese año, la vela era nueva y blanca; pero cada cirio pascual desde entonces ha sido creado por Victoria a partir de los restos fundidos de todas las velas utilizadas en los meses anteriores de liturgias, de modo que, como nuestra iglesia, la vela entre nosotros tiene muchas imperfecciones hermosas. La cera de abejas es lisa y dorada pero salpicada de pedacitos de escombros y mecha quemada. Como los restos quemados de nuestras propias historias que llevamos con nosotros, y como los fragmentos imperfectos de nuestra humanidad que traen textura al amor divino que también llevamos.
Nos fundimos y nos formamos en algo nuevo, pero los trozos quemados permanecen.
1.La fiesta del 1 de noviembre, cuando la iglesia reconoce cuán tenue es el velo entre la vida y la muerte, y recuerda que la iglesia incluye a todos los que nos han precedido y que ahora han sido ya glorificados, y a todos los que seguirán, los que aún no han nacido. Tocamos una campana en memoria de cada ser querido que haya muerto desde el último domingo de Todos los Santos, y nosotros, los santos que todavía estamos en la tierra, honramos a todos aquellos, también llamados santos, que han pasado de esta vida a la venidera.
2.Un cirio pascual es una vela grande que representa la luz de Cristo en el mundo. Tradicionalmente se enciende en la Vigilia de Pascua y luego se exhibe encendido en ocasiones especiales durante todo el año.
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Absolución para Malparidos
Yo ya había terminado mi café negro, fuerte (mi preferido es el que se vende bajo el rótulo Americano), cuando Larry apareció para nuestra cita de café. Llegó unos minutos tarde, lo cual no fue gran cosa, pero esto significó que cuando nos sentamos en el sofá de cuero en la planta baja de mi cafetería favorita en Denver, yo ya no tenía una bebida para distraerme de la conversación que había estado temiendo.
“¡Este sitio es genial!”, dijo, mirando a su alrededor el ambiente de burdel-citas-biblioteca del lugar. “Simplemente me demoré más de lo que esperaba para llegar aquí. ¡Pero me alegra haber llegado porque estoy tan emocionado de poder disfrutar un café contigo!”
“¡Yo también!” Mentí.
Yo no estaba emocionada. Lo que estaba era incómoda. Larry me había acorralado el domingo anterior, su primera vez en la iglesia. Había agarrado mi brazo, sus ojos vidriosos fijamente atentos en los míos por un tiempo incómodamente largo, y comenzó a hablar de cuánto le había gustado mi sermón en Red Rocks1 y lo emocionado que estaba de saber que incluso podía venir a mi iglesia.
Luego habló mucho sobre Franklin Delano Roosevelt y el Partido Demócrata –dos de sus pasiones. No recuerdo mucho más de esa cita de café, aparte de que no tenía idea de qué decir.
Nunca supe qué decirle a Larry. Se sentía como si estuviera en la iglesia porque pensó que podía conectarse conmigo, no porque estuviera esperando conectarse con Dios y con otras personas, y si bien es muy posible que me haya equivocado en cuanto a sus motivaciones, ese tipo de cosas me incomodan, sea cierto o no. Además, simplemente no me caía bien. Ni siquiera por alguna razón interesante: edad, género, punto de residencia, aliento, cintura bien conformada. Ya saben, toda esa mierda por la que la gente horrible juzga a la gente agradable y normal solo porque somos unos bastardos miserables. Así que mantuve a Larry a distancia como para nunca hacer algo que permitiera un asomo de conexión [de mi parte], no quería molestarme en ayudarlo a que él pudiera conectarse conmigo. Pronto podría ser demasiado tarde.
“¿Hola?” Caitlin contestó su teléfono. Gracias a Dios.
“¿Puedes recibirme para confesión y absolución? ¿Cómo; ahora?” Me hubiera gustado haber tenido uno de esos viejos teléfonos con cables para poder enrollarlo alrededor de mi mano. A veces, una persona inquieta puede transferir el temblor de su voz a sus dedos.
Caitlin y yo nos conocimos en el seminario. Ella también fue criada en la Iglesia de Cristo y descubrió el luteranismo más tarde en la vida en su proceso de llegar a ser pastora. Ahí es donde terminan las similitudes. Hace años, cuando ambas estábamos planeando las celebraciones de nuestros cuadragésimos cumpleaños -el mío una fiesta de roller disco en una pista que alquilé, y la de ella con un grupo de amigos cercanos viendo el amanecer en una colina que domina la ciudad- yo comenté que la diferencia en nuestras dos celebraciones de cumpleaños mostraba claramente la diferencia en nuestras personalidades. Ella tiene tantos rasgos encantadores en su personalidad que yo simplemente no poseo. Caitlin respondió: “Por supuesto que sí los tienes Nadia, simplemente no son tus rasgos favoritos”.
Este tipo de cosas hacen de Caitlin mi “madre confesora”. Ella me conoce. Realmente bien. Y ella no está impresionada con mi pecado. Yo le he contado cosas mías que no se las he contado a nadie más y, aún así, ella todavía quiere ser mi amiga. No porque Caitlin sea magnánima, sino porque ella cree en el poder del perdón y la gracia de Dios. Es posible que ustedes crean que eso es cierto de todos los clérigos y pastores, pero créanme cuando les digo que no es así.
“Un feligrés mío murió hoy”, le dije, “y no puedo ir a consolar a su esposa hasta que confiese algo horrible”.
“Ven…” dijo ella.
Una hora más tarde, cuando entré en su oficina, ella bromeó: “Espera. Tú no lo mataste, ¿verdad?”.
No. Yo no había matado a Larry. Simplemente no había sido una muy buena pastora con ese tipo a pesar de que, a diferencia de mí, él era realmente agradable. Ahora, Larry había muerto y yo tenía que consolar a su viuda, y sabía muy bien que no podía estar presente en su pena si todo en lo que podía pensar era la estupidez que le había hecho recientemente, lo cual no había sido nada agradable.
Era algo que nadie sabía que yo había hecho, pero que simplemente tenía que confesar y de lo que tenía que ser absuelta: a propósito yo no había incluido la dirección de correo electrónico de Larry para que no le llegara el correo masivo que envié recordando a la congregación que se registrara para el retiro de primavera. ¡En serio! ¿Quién hace una cosa así? Desde entonces eso me pesaba, aunque en el gran esquema de crimen y traición, se trataba, en el peor de los casos, de un delito menor.
Está la horrible sensación que tienes cuando alguien que amas ha sido diagnosticado con un tumor cerebral y también está la horrible sensación cuando alguien de quien has pensado mal, alguien que es un tipo realmente genial (aunque eres una desadaptada social y trataste de asegurarte de que él no iba a venir con sus pantalones-reveladores-de-ropa-interior y su halitosis al retiro de la iglesia), ha sido diagnosticado con un tumor cerebral. Era algo que pesaba sobre mi conciencia, algo de lo que me avergonzaría si alguien más lo supiera. En realidad estaba bastante avergonzada de que yo fuera la única que lo sabía. Pero todos escondemos cosas para nosotros mismos -esa vez que azotamos a nuestro hijo demasiado fuerte, las veces que tenemos que borrar nuestro historial del navegador, el momento en que mentimos sobre nosotros mismos para conseguir un trabajo, los tiempos en los que coqueteamos en línea con personas que no son nuestros cónyuges. Sea lo que fuere, todos llevamos secretos. Como dicen los fumadores en serie en mi programa de doce pasos: “¡Amigo! Sólo estás tan enfermo como tus secretos”. Así que tenía que contarle a Caitlin mi pecado contra Larry antes de que pudiera, con la conciencia limpia, ir a consolar a su esposa.
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