Nadia Bolz-Weber - Santos Accidentales

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Este libro es la traducción al español del
Bestseller del
New York Times «Accidental Saints» de
Nadia Bolz-Weber. ¿Y qué si la persona que estás evitando es hoy tu mejor oportunidad para la Gracia? ¿Qué tal que esa precisamente sea la idea? En
Santos Accidentales, Nadia Bolz-Weber, una escritora que ha sido seleccionada entre los
bestsellers por New York Times, invita a sus lectores a un encuentro sorprendente con lo que ella llama «una vida religiosa pero no tan espiritual». Cubierta de tatuajes, indignada y profana, esta ex comediante proveniente del mundo de la
stand up comedy y tercamente convertida en pastora, a veces con un gran sentido del humor se resiste al Dios al que fue llamada a servir. Pero Dios se las ingenia para aparecérsele en la gente menos pensada: un agnóstico a quien la iglesia le atrae, una
drag queen, un obispo criminal, un miembro de la NRA (asociación estadounidense que defiende el derecho a portar armas) que anda luciendo su arma a la vista de todos. La vida y la adoración comunitarias con estos «santos accidentales» empujan a Nadia a encuentros de primera mano con la gracia –un don que para ella no se asemeja tanto a que una manta cálida la cobije, sino a que un objeto contundente la golpee. Pero es mediante esa gracia que la gente experimenta una transformación que no podría ocurrir de otra manera. En tiempos en los que muchos, con toda razón, se han desilusionado del cristianismo,
Santos Accidentales demuestra lo que sucede cuando la gente común y corriente comparte el pan y el vino, lucha con las Escrituras en comunidad y comparte mutuamente la verdad de sus vidas concretas. Este relato inolvidable de sus pasos en falso hacia una vida integral les comunica, a creyentes y escépticos, un hálito de veracidad. Narrado en el estilo confesional por el que Nadia es conocida,
Santos Accidentales es el nuevo trabajo fascinante de una las voces religiosas más importantes hoy en día.

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Pues bien, amiga, ¿quieres ir al club de tiro conmigo?” me preguntó Clayton. Sus ojos de color marrón claro se iluminaron maliciosamente. Estábamos haciendo ejercicios de estiramiento antes de la sesión de CrossFit que Clayton dirige cuando dije que recientemente me había dado cuenta que él era mi “amigo conservador de muestra”, así como algunas personas tienen un “amigo negro de muestra” para aparentar que son incluyentes. Su respuesta fue invitarme –¡imagínense!– a una práctica de tiro.

Me estiré hasta alcanzar los dedos de mis pies mientras mi yo interno, liberal, defensor del control de armas, de manera inmediata y alegremente respondió: “¿En serio? Por supuesto que sí”. Porque las diferencias políticas nunca deben, en lo posible, interponerse en el camino de la diversión.

Qué iba yo a saber que esta sería una de varias experiencias durante lo que resultó ser la semana de la absolución de George Zimmerman que haría prácticamente imposible para mí alegar la indignación liberal y supremacía moral que más tarde hubiera querido haber mantenido, ya que la vida y sus ambigüedades a veces ponen nuestros ideales en crisis.

Santos Accidentales - изображение 7

Unos días después de su oferta vi el corto y musculoso cuerpo de Clayton caminando hasta la puerta de mi casa con una bolsa negra pesada. Venía para darme una rápida lección de manejo seguro de armas antes de que fuéramos al campo de práctica de tiro. En realidad yo nunca había sostenido una pistola en toda mi vida. Clayton es texano, republicano y un entusiasta defensor de la Segunda Enmienda.1 Pero puesto que Clayton tiene un título de Texas A&M y ha vivido parte de su vida en Arabia Saudita, donde su padre era petrolero, se describe a sí mismo como un “redneck –campesino blanco– bien educado que ha viajado bastante”.

“Hay cuatro cosas que debes saber”, dijo Clayton, comenzando así mi primera lección de manejo seguro de armas. “Primera, asume siempre que cada arma que agarres está cargada. Segunda, nunca apuntes con un arma a algo que no pretendas destruir. Tercera, mantén el dedo fuera del gatillo hasta que estés lista para abrir fuego. Cuarta, conoce tu objetivo y lo que está más allá de él. Un arma es básicamente un pisapapeles. Ellas –afirmó– sólo son peligrosas si la gente no sigue esas reglas”.

No estoy segura de cuáles son las estadísticas de muertes ocasionadas por pisapapeles en forma de pistola, pensé, pero con toda seguridad voy a averiguar ese dato.

“Está bien, ¿lista?” Clayton preguntó.

“No tengo idea”, le contesté.

Clayton puso una pistola negra mate y una caja de municiones sobre la mesa de la cocina. Lucía tan ilícita como si acabara de colocar un kilo de cocaína o una pila de revistas Hustler en la misma superficie donde oramos y comemos como familia.

Traté de hacer algunas preguntas inteligentes. “¿Qué tipo de arma es esta?”

“Es una 40”. Como si yo tuviera alguna idea de qué demonios significaba eso.

“¿Qué es una 9mm? He oído mucho sobre eso”.

“Es esto”, y se levantó la camisa para mostrar su pistola oculta.

“¡Ay, hombre! ¿Tú no llevas esa cosa todo el tiempo, verdad?”

Clayton sonrió. “Si no ando en pantaloneta de gimnasio o en pijamas, sí”.

Más tarde, en el estacionamiento del campo de tiro, lleno casi exclusivamente de camionetas tipo pickup, hice la observación astuta “ningún parachoques luce stickers de Obama”.

“Qué raro, ¿eh?” bromeó.

Cuando estoy en algún lugar informal, digamos una vieja catedral o una heladería hipster, suelo revisar mi Facebook. Pero no aquí. En parte porque era lunes por la mañana y Clayton había registrado nuestra divertida cita de tiro como una “reunión de trabajo”, pero también porque no quería una avalancha de mierda por parte de mis amigos o feligreses –casi todos los cuales son liberales– preguntándome si había perdido la cabeza o si simplemente los rednecks me habían secuestrado.

Cuando entramos al campo de tiro propiamente, su piso de goma alfombrado por las vainillas ya vacías de las balas que otros ya habían disparado antes, era consciente de varios puntos importantes: uno, nuestras armas estaban cargadas y destinadas a destruir el objetivo de papel en frente de nosotros; dos, debería poner mi dedo en el gatillo solo cuando tuviera la intención de disparar; tres, una pared de goma y hormigón estaba detrás de mi objetivo; y cuatro, yo estaba sudando.

Me di cuenta por los disparos a mi alrededor que las armas hacían ruido. Sabía, por las películas, que había un culatazo cada vez que se disparaba un arma. Pero, ¡Dios mío! no estaba preparada para lo ruidoso y agitado que puede ser disparar una pistola. O cuán divertido.

Disparamos por aproximadamente una hora, y después que terminamos, Clayton me dijo que yo lo había hecho bastante bien para ser la primera vez (excepto cuando una vainilla caliente bajó por mi camisa y me sacudí sin prestar mucha atención a lo que hacía y él tuvo que agarrarme y girar el arma cargada en mi mano hacia el objetivo. Me hizo sentir como una tonta, una tonta peligrosa).

Pero me encantó. Lo disfruté tanto como disfruto la montaña rusa y montar una motocicleta: no es algo que quiera en mi vida todo el tiempo, sino una actividad que es divertida si se hace de vez en cuando y que me hace sentir como si estuviera viva y fuera un poco letal.

“¿Podemos ir a practicar tiro al disco la próxima vez?” Pregunté con entusiasmo mientras regresábamos a recoger nuestros documentos de identidad al área de recepción decorada como aventura de cacería. El ambiente de toda la tienda parecía un escondite de cazadores. Como si algo peligroso o apetitoso pudiera entrar por la puerta principal, todos los chicos, llenos de acné, que trabajaban allí podrían matarlo sin peligro de ser descubiertos.

En el camino de regreso a mi casa, sugerí que fuéramos a comer pupusas (tortas de maíz salvadoreñas rellenas) y que así ambos podríamos tener una experiencia inusual para un lunes.

Sentada en uno de los cinco taburetes junto a la ventana de Tacos Acapulco –mirando hacia los establecimientos de cambio de cheques y panaderías mexicanas que salpican la Avenida Colfax– aproveché para hacer la pregunta que me quemaba: “¿Por qué demonios quieres llevar un arma todo el tiempo?” Nunca antes había estado, sabiéndolo, tan cerca de un portador de armas y sentí que era mi oportunidad para preguntar algo que siempre quise saber. Yo solo podía esperar que mi pregunta no lo hiciera sentir como se siente nuestra amiga negra Shayla cuando la gente le pide que los deje tocar su afro.

Mientras Clayton intentaba manejar con su tenedor el queso derretido que no se despegaba de la pupusa, dijo: “Autodefensa, y orgullo por mi país. Tenemos este derecho, por lo que deberíamos ejercitarlo. Además, si alguien intentara lastimarnos mientras estamos aquí sentados yo podría derribarlos”.

Su visión del mundo era extraña para mí, esa visión de que hay gente que va por la vida tan atenta a la posibilidad de que alguien intenta herirlos, y que, como respuesta, pueden amarrarse un arma al cuerpo mientras van por ahí a través de Denver. No la entendí, ni siquiera la aprobé. Pero Clayton es mi amigo conservador de muestra, y lo quiero, y él se tomó la molestia de llevarme al campo de tiro, entonces lo dejé así.

Santos Accidentales - изображение 8

La semana que fui al campo de práctica de tiro con Clayton fue también la del cumpleaños número 70 de mi madre y del número 50 de mi hermana. La celebración fue una cena temática: asesinato misterioso, así que, cinco noches después de apuntarle a blancos de papel con Clayton en el campo de tiro, me senté en el patio trasero en la casa suburbana de mis padres en Denver haciéndome pasar por una enóloga hippie, todo por el bien de un drama artificial. Normalmente, mi misantropía natural me prevendría de participar en esas tonterías tan incómodas, pero pronto recordé las muchas veces que me había vestido apropiadamente y voluntariamente me había prestado para jugar papeles en otros dramas artificiales que no involucraban una cena suntuosa ni compañía civilizada (como el año en que intenté ser un Deadhead 2), así que me fui a la cena del crimen misterioso por el bien de dos mujeres que amo. El papel que yo iría a representar exigía una falda suelta, una blusa campesina y flores en mi cabello –ninguna de las cuales poseo ni podría soportar jamás, así que un camisón y un montón de cuentas y pepas tendrían que hacer el truco.

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