Rubén Sánchez Fernández - La melodía de las balas

Здесь есть возможность читать онлайн «Rubén Sánchez Fernández - La melodía de las balas» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La melodía de las balas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La melodía de las balas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

"Me llamo Jon Cortázar, y en esta vida solo hay dos cosas que se me dan bien. Una es tocar el piano. La otra, matar. Puede que acaben de deducir en qué orden lógico debí de aprenderlas, pero déjenme decirles algo: se equivocan".
Un sicario, antiguo terrorista repudiado por ETA, acude a Valencia para ejecutar a una víctima, pero el trabajo se torcerá de un modo que jamás habría imaginado. Sumergido en la enigmática atmósfera del jazz, y con la única compañía de una joven informática a la que no puede contarle la verdad, tratará de huir de un siniestro inspector de policía y de los fantasmas de un pasado que pondrán en juego no solo su libertad, sino su propia vida.
Una de las mejores novelas del género. Te engancha desde la primera página.

La melodía de las balas — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La melodía de las balas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Mantuvo la cabeza alzada, mirando petrificado al televisor. Al cabo de un instante se dio cuenta de que la mano que sostenía la taza de café le temblaba, agitación que se intensificaba conforme su rabia interior iba aumentando. Sus dientes apretados ahogaron los «hijos de puta» que salían de su boca, pero no pudieron impedir que su brazo arrojara la taza contra la pantalla, que se rompió en mil pedazos. Volcó la mesa y a gritos empezó a hacer volar las sillas, presa de la ira y la embriaguez. El dueño del bar, un anciano diminuto con el pelo blanco, corrió a refugiarse tras la barra en la que un par de pescadores que apuraban sus cremaets no parecían dispuestos a que un loco borracho les jodiera la mañana. De modo que, cuando quiso darse cuenta, seguía gritando y pataleando, pero esta vez contra el suelo y bajo la presión de cuatro manazas agrietadas por la dureza del mar. Las hostias, las patadas y la caída de cabeza al contenedor donde lo arrojaron las recuerda como un sueño impregnado por la neblina de la derrota que ahogó sus inmaduras ansias de lucha. Horas más tarde abandonó Valencia dejando tras de sí un rastro de fracaso y unos daños que los del bar se cobraron de sus costillas.

Veinte años después, el Maldivo luce como la última vez que lo vio. Camina hacia el escenario, donde se recuerda tocando tan falto de experiencia y canas como repleto de ideales. Al andar va rozando con las puntas de los dedos las mesas, cuarteadas por décadas de licor derramado, como si el contacto atrajera imágenes, sonidos y olores de aquella época. Cuando llega a la primera fila vuelve a notar el inmenso silencio del club. Luego mira hacia el extremo de la barra que pega al escenario. Allí sigue, entreabierta, la puertecita negra con aquel agujero astillado en su esquina superior derecha que nadie se molestó en tapar y que él siempre supo que era de bala. El mismo por el que se filtra la luz que acaba de encenderse al otro lado.

De nuevo otra encrucijada: huir o entrar. Exhala despacio el aire, como si necesitara reflexionar. Mira sus zapatos, tajados por la luz que se desliza por la abertura y que tiene la forma afilada de las cosas que no pueden esperar. Se limpia el sudor de las manos en el faldón de la camisa y va hacia la puerta. Al empujarla sus ojos se arrugan, cegados por la intensa claridad de las bombillas del techo. No hay nadie en el breve pasillo que le conduce a una pestilente habitación.

Allí está Elvis, sentado tras una mesa atestada de papeles e igual de gordo. Ciento veinte kilos, le calcula. Con su enorme cabeza y escaso pelo que el tiempo ha mudado en gris. La desvaída piel de su cara parece reblandecida por tantos años de luz de neón. Mantiene sus labios violáceos arrugados en algo parecido a una mueca de estupefacción. Su ojo derecho le repasa de arriba abajo, pero sigue teniendo el izquierdo más pequeño y desviado hacia la nariz. De ahí su apodo: Elvis, por el Bizco, aunque pronunciado con acento valenciano, el Visco. Recordar el chascarrillo no le despierta las ganas de sonreír en ese momento.

Se saludan con una leve inclinación de cabeza; sin darse la mano, sin entusiasmo, como si en vez de transcurridos veinte años hubieran estado charlando el día anterior. Elvis sigue sentado. La vida no ha pasado en balde y, aunque nunca tuvo un aspecto saludable, ahora su respiración suena desagradablemente comprometida. El despacho es un cuchitril de paredes desconchadas, con un archivador y una botella de refresco medio vacía sobre la mesa frente a la cual hay dos sillas de metal. Jon coge una de ellas y toma asiento sin que el otro se lo pida.

—¿Qué se dicen dos tipos como nosotros después de tanto tiempo? —pregunta Elvis, con una voz tan áspera que parece arrastrar cada palabra.

Jon intenta sostenerle su desordenada mirada. Luego pasea sus ojos por encima de los hombros del gordo hasta posarlos en los pechos de la mujer desnuda y embadurnada de grasa que aparece en el calendario de la pared.

—No lo sé... —responde, regresándolos a los de su interlocutor—. «¿Cómo estás, hijo de puta?».

Parece como si Elvis fuera a sonreír. Pero en vez de eso, de su garganta emerge una tos bronca que agita las blancas carnes que sobresalen entre los pliegues de su camisa celeste entreabierta. Después toma aire y apoya el pulgar y el índice sobre la superficie.

—Existen dos clases de hijos de puta —puntualiza—: los que ejercen gratis y los que lo hacen por dinero. Me alegro de que tú y yo seamos de los segundos. Pareces cansado —añade Elvis.

—Puede que lo esté.

Elvis despega los dedos de la mesa y los cruza sobre su enorme vientre mientras se balancea en la silla.

—Los años pasan para todos. Ya no somos jóvenes.

Estudia al recién llegado con una sombra de duda en la mirada; como si empezara a considerar la posibilidad de que en verdad haya perdido facultades. Se entretiene en la apariencia de Jon: alto, fuerte, con la cabeza rectangular, el rostro serio con un punto de amargura y un cabello negro salpicado de unas canas que no vio nacer. Quizá porque durante las dos últimas décadas no se han visto. Su relación se ha limitado a contactos esporádicos: al principio para ofrecerle actuaciones en bares y clubes; después, cuando supo que su pianista había caído en desgracia en el entorno abertzale y que se veía forzado a vivir escondido, para enviarle escritos cifrados que contenían un lugar y un objetivo. Jon viajaba hasta allí, hacía su trabajo, cobraba y se marchaba a sitios donde podía quemar el dinero sin que nadie le hiciera preguntas.

—De todos modos —continúa—, hacen falta algo más que unos cabellos blancos y algunas arrugas para dejar de ser eficaz. Y hasta ahora tú lo has sido.

Nada hay más certero que tocar la vanidad de un hombre que se sospecha acabado. Eso es lo que Elvis trata de hacer, considera. Pero ese elemento, unido a la tentación del dinero, está logrando minar la desconfianza que aquella inesperada cita le ha provocado. Pese a su ojo torcido, el gordo tiene buena puntería.

—¿Por qué me has hecho venir? ¿Qué ha cambiado esta vez?

Elvis entorna el ojillo perdido y sonríe. No le ha hecho falta tratar a Jon de cerca. Le ha bastado con prestar atención al rastro que la frialdad de sus ejecuciones y la contundencia de sus trabajos dejaban por donde pasaba. Detalles invisibles para cualquiera, menos para él. Por eso lo conoce tan bien: sus acciones dicen mucho más que sus palabras o que su misma presencia. Por eso sabe que una pregunta de Jon es un cabo suelto que conviene amarrar cuanto antes.

—Conozco del asunto muy poco —admite—. Solo sé que no se trata de un marido despechado o de un usurero al que la sangre consolaría de aceptar que nunca cobrará su deuda. Digamos que el cliente es un tipo distinto a los que he conocido hasta ahora.

Jon continúa mirándolo, impasible.

—No puedo añadir nada más. Es tan jodidamente precavido como tú. La cita es mañana a las ocho de la tarde, en el andén de la parada de metro de Aragón. Se guardó mucho de facilitarme ningún otro dato que no fuera estrictamente necesario. Eso sí: me pidió que llegaras en metro y te apearas del vagón, no que bajaras a la estación desde la calle. Supongo que así le será más fácil reconocerte. —Sonríe a la vez que se inclina hacia delante con aire de confidencia—. ¿Sabes qué? Creo que te gustará conocerlo.

De su garganta vuelve a brotar una tos socarrona con ínfulas de risa que se va apagando conforme parece recordar algo que trastoca la expresión de su rostro.

—Espero que no haya habido ningún problema con eso. ¿Lo tienes?

Jon asiente, notando el gélido contacto de la pistola y el silenciador que, como mudos testigos, lo amarran a una realidad de la que empieza a asumir que ya no puede escapar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La melodía de las balas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La melodía de las balas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La melodía de las balas»

Обсуждение, отзывы о книге «La melodía de las balas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x