1 ...6 7 8 10 11 12 ...21 La noción clásica de naturaleza propuesta por Aristóteles es la physis (fisis), que tiene al menos cinco sentidos:18 uno de ellos lo aplica a la sustancia19 de los seres animados o inanimados en general y otro a la vinculación de la noción de sustancia con la esencia de los seres existentes. En la expresión sustancia20 (ousía) incluye a los cuerpos simples (fuego, tierra, agua, etc.) y a los compuestos de éstos, así como a los animales, plantas y seres humanos, con lo cual no manifiesta ningún desprecio hacia la dimensión biológico-material de lo existente como lo muestra en su Metafísica, libro V, vocablo sustancia. Para el filósofo griego, decir sustancia es referirse al “sujeto último que ya no se predica de otro”,21 y al que se vinculan otro tipo de seres no sustanciales a los que llama accidentes que —en la esfera de lo real— para existir “son inherentes a algo en cuanto tal sin pertenecer a la sustancia”, y eso les hace existir, por ejemplo, el peso de una persona es modificable si hay obesidad, o recuperar peso si se trata de una persona muy delgada. Es un tipo de realidad a lo que Aristóteles llamaba “accidente” como categoría de lo real. Como es de sobra conocido, sustancias y accidentes son categorías fundamentales de su nomenclatura ontológica, porque hacen referencia al mundo real y no al de las ideas como “la verdadera realidad” en la cosmovisión de Platón.
En este terreno —de lo real— cualquier ente sustancial en la búsqueda de su fin propio, busca su bien,22 su perfección natural, si no se altera su esencia y las leyes que le rigen; si ocurre lo contrario, se producen alteraciones como muestran, a siglos de distancia, por ejemplo, los recientes descubrimientos en torno al descuido del ambiente y la proliferación de gases tóxicos que han traído como consecuencia el adelgazamiento de la capa de ozono, el cambio climático y el efecto invernadero; otro caso actual es el de la manipulación genética de diversas especies y productos naturales, los llamados “organismos genéticamente modificados”, que si los ingerimos pueden producir diversos daños a la salud, entre ellos cáncer,como ha alertado el biólogo molecular. Gilles Eric Séralini de la Comisión Europea en Transgénicos, en relación con el maíz NK603 de Monsanto.
Imagen 1.2. Efectos del adelgazamiento de la capa de ozono, que se traducen en el cambio climático que se vive en la actualidad. Y en el caso del maíz, elementos transgénicos, potencialmente dañinos a la salud.
La propuesta de Aristóteles en torno a la noción de naturaleza es filosófica de carácter ontológico-metafísico, más que física o biológica, como ocurre en el pensamiento moderno, por lo que en su planteamiento se abarcan todas las sustancias naturales, incluido el ser humano, a quien Boecio (siglo V d. C.) definió como “persona”, inspirándose en la noción de sustancia aristotélica y las aportaciones de la tradición cristiana. Para Boecio la persona humana es una “sustancia individual de naturaleza racional” (persona est rationalis naturae individua substancia),23 con lo que quería expresar un modo de ser específico que indica corporeidad, racionalidad, apertura, comunicabilidad, trascendencia… y —en nuestra interpretación— espiritualidad, aun cuando Boecio no la mencione explícitamente, pero se descubre en la apertura racional y volitiva a los demás, al otro, a los otros, a la naturaleza, al infinito, a todo el orden creado y a su causa última, que es Dios. Estas aseveraciones son sólo una consecuencia de lo dicho por Aristóteles en De Anima, texto en donde expresa: “El alma humana puede hacerse todas las cosas”.24
En la formulación de Boecio en torno a la persona, y asumida críticamente por filósofos de diversas épocas, como Tomás de Aquino y Pico de la Mirándola, encontramos una línea de continuidad doctrinaria que llega hasta nuestros días, y en donde confluyen dos de las más relevantes tradiciones culturales y filosóficas del Occidente que únicamente mencionamos: la clásica de inspiración griega en seguimiento de Aristóteles y el pensamiento cristiano con su valiosa aportación de la noción de persona. Tal concepto (“persona”) es el fundamento natural de los derechos de las personas en nuestros días y lo recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos proclamada por la onu en 1948,25 y cuya vigencia es intemporal por recoger intuiciones y prescripciones básicas emanadas de la naturaleza humana.
Ser persona, en nivel ontológico, indica que nuestra estructura existencial está integrada de cuerpo y espíritu en la unidad de nuestro ser, lo cual nos confiere una dignidad y características de superioridad sobre otros seres vivos, sean animales o plantas; este enfoque no es antropocentrismo ni mucho menos especismo,26 como han sostenido algunos autores, como el británico Richard Ryder, o su continuador, Peter Singer, de quienes puedo afirmar que caen en una sobrevaloración de las especies animales por su ánimo de defender los derechos de los animales (que por cierto, nunca he atacado, por tratarse de seres vivos y formar parte del ecosistema global que debemos resguardar), en detrimento del lugar que como seres humanos tenemos, no por mérito propio, sino por una diferencia específica peculiarísima que nos otorga una mayor perfección ontológica en nuestro planeta Tierra.
Nuestro ser personal nos ha sido dado, con lo cual excluimos cualquier discriminación contra todo ser humano, mujer u hombre, de cualquier condición, raza, color, edad o condición; además, y en seguimiento del pensamiento judeo-cristiano, “estamos hechos a imagen y semejanza de Dios”,27 lo cual nos dota de una alta dignidad que linda con lo sagrado, al grado de que —sin ser dioses, sino seres humanos con toda la dignidad que ese calificativo implica— podemos ser llamados legítimamente hijos de Dios.
De esta manera, desde la filosofía de inspiración aristotélica, damos un paso más hacia otra fuente legítima extrafilosófica, como lo es el dato revelado que proporciona la Biblia,28 que en nada lesiona lo que descubre la razón humana, sino más bien enriquece y amplía sus conclusiones. De lo que se trata aquí es de argumentar a favor de la dignidad del ser humano, y para ello podemos acudir a fuentes diversas. Estos dos acercamientos que tratan de definir lo que somos no son excluyentes sino complementarios; la filosofía abierta que sostenemos nos permite acudir con libertad a distintas perspectivas que refuercen el conocimiento de nuestro propio ser. En adición, ese mismo hecho deberá impulsarnos al reconocimiento y respeto irrestricto que debemos tener hacia los otros seres humanos.
En relación con otro tipo de existentes —vivientes o no—, si se respeta su naturaleza específica y las leyes naturales que les gobiernan, se mantiene el equilibrio en el orden natural y dinamismo creativo del universo que garantiza la protección del ambiente y la sustentabilidad del planeta. De este enfoque, altamente ecológico, se derivan las tesis clásicas del respeto y conocimiento paulatino del universo y del aprovechamiento racional de la naturaleza física, en una relación empática y no de dominio despótico de abuso y explotación irracional de los recursos naturales.
3.2. El concepto de naturaleza en sentido moderno
La noción de naturaleza en sentido moderno tiene entre sus precursores a Copérnico (1473-1543) y a Galileo Galilei (1564-1642), por su trabajo y aportaciones en el campo de la astronomía, así como al filósofo británico Francis Bacon (1561-1626), que habló del método científico y su perfil inductivo-experimental, que condujo a la formulación de leyes generales en relación con los hechos, como revisaremos brevemente.
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