En todos estos casos se percibe claramente la inmoralidad de esas acciones y un paradigma cientificista de orden instrumental de la naturaleza11 en donde los seres humanos sólo eran conejillos de Indias al servicio de intereses utilitarios y pragmáticos inconfesables “en nombre del avance científico” o “del afán de superioridad y poder”, que proyecta un desprecio completo a la dignidad de las personas.
Potter, desde sus investigaciones bioquímicas, se percató de esa tragedia y del abismo existente entre la práctica biológica o médica vinculada a la tecnocracia y a las amenazas de un “avance científico” con olvido del ser humano, y una ética aislada y recluida en el nicho de la vida privada sin impacto político-social por considerársele un saber propio de la interioridad humana y de la vida privada.
Lo plausible, lo visible, lo vinculado a los hechos científicos era la biología; la ética, tratando de regular la conducta humana, ¿a quién podría importarle? ¿Acaso podría ser la disciplina que obstruyera el avance científico, donde el ser humano e incluso las riquezas de la naturaleza física se convirtieran en material de experimentos sin límite alguno? Hablo aquí de la explotación irracional de los recursos naturales por intereses de tipo político, económico o geopolítico.
Mérito de Potter es, por consiguiente, enfocar su esfuerzo científico y temple ético a un terreno problemático que estaba olvidado desde muchos años atrás, para mostrarlo de manera pública a la comunidad científica y política para hacer ver la exigencia de que tanto la ética como la biología, con sus respectivos valores, son ciencias elaboradas por el ser humano, cuyo objeto de estudio pueden ser las personas: en el primer caso como sujeto moral; en el segundo, como ser vivo. Pero no únicamente eso, sino que, en su interrelación con otros seres humanos, animales, y el ambiente físico global, surgen multitud de problemas de distinto signo: ético-clínico, político, económico y social, así como ecológico y ambiental, que en la mayoría de los casos no es posible resolver con sólo la ciencia biológica o la sola ética, sino que exigían la interdisciplinariedad, y de manera urgente, “tender puentes” entre las mismas.
Esta aspiración a la inclusión comprehensiva y explicativa de la realidad humana desde la bioética en su vinculación con otras formas de vida y el entorno natural fue planteada extensamente por Potter en su obra de 1988, Global Bioethics,12 donde reitera su interés en la interdisciplinariedad que vincule a diversas disciplinas científicas y humanístico-sociales en orden al buen desarrollo y progreso de la humanidad.
Esto significa que es conveniente aplicar la sabiduría ética no sólo a la biología, sino a quehaceres de tipo práctico con impacto social —entre otros—, como la educación, la política, los negocios, la empresa, el cuidado del ambiente, el uso de la tecnología en diversos ámbitos, y claramente en las ciencias de la salud y de quienes prestan sus servicios en esos ámbitos, sean médicos, investigadores o profesionales de enfermería, en el terreno clínico y de la investigación, así como en los responsables de elaborar políticas públicas a nivel nacional o de influjo internacional (por ejemplo, la unesco, la Asociación Médica Mundial), a fin de custodiar y salvaguardar la dignidad de las personas en cualquiera de esos campos.
2. Hacia una nueva comprensión de lo que somos
La preocupación de Potter, sin embargo, no era aislada. ¿Acaso no aparecía en este planteamiento el viejo problema expresado por Wilhelm Dilthey (1833-1911) una centuria antes, de la separación entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, donde incluía a las ciencias de la vida? Esto, debido a que el filósofo alemán observó que las ciencias naturales y sus métodos resultaban inaplicables a los saberes del espíritu, por ejemplo, la historia, el derecho, la filosofía, el arte.
Para Dilthey, esa dicotomía metodológica exigía una nueva comprensión (neues Verständis) de la espiritualidad humana, que no podía ser explicada desde el mundo de la naturaleza, lo que le llevó a la publicación de dos de sus obras más representativas en 1883 y 1900: Introducción a las ciencias del espíritu13 y Surgimiento de la hermenéutica,14 que consideraban la realidad histórica en que tienen lugar los hechos naturales y la experiencia personal del investigador impregnada de valores, que no puede evadirse, con lo que intentaba hacernos ver la unidad comprehensiva y compleja del propio ser humano. El hombre, la mujer, somos quienes conocemos a la naturaleza física y a la naturaleza humana y ese conocimiento es búsqueda de la verdad, luego de un proceso cognoscitivo que incluye el juicio, el razonamiento y la dimensión espiritual humana en su contacto con la realidad.
El interés de los seres humanos por el conocimiento de la verdad no tiene límites. Dilthey denunciaba que gran parte de la filosofía del siglo xix se había desarrollado de manera materialista, reduciendo el espíritu humano a un mero epifenómeno de la materia (marxismo), es decir, materia “sublimada” (pero finalmente materia), o a un estadio superado del progreso humano (positivismo),15 donde lo fundamental eran los hechos. “La naturaleza se explica. La vida del espíritu se comprende” (“Die Natur wird erklärt. Das Leben des Geistes wird verstanden“), proponía Wilhelm Dilthey.
En alguna medida V. R. Potter tenía esta misma preocupación ante el panorama ilustrado y positivista de exclusión y separación en el campo de la cultura y de la ciencias de su tiempo, que percibía con toda nitidez, entre la biología y la ética; por ello propuso a la bioética como el nuevo tipo de sabiduría en acción que podría hacerse cargo del dilema aparentemente irresoluble entre “el mundo de los hechos” y “el mundo de los valores”, y entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. Para él, la bioética era la ciencia que podía tender el puente entre esos dos mundos en apariencia tan distintos, al grado que la propuso como la ciencia de la supervivencia, ¡del total ecosistema! ¿Tenía razón?
Por lo pronto se daba cuenta de las debilidades del pensamiento moderno y su confianza desmedida en el dominio de la razón instrumental de la naturaleza fundamentada en la promesa (utópica) de un progreso indefinido en bien de la humanidad; los hechos tristemente mostraban lo contrario a esa esperanza, como quedó expuesto con las dos grandes guerras del siglo xx, cuya culminación a nivel de desarrollo de la física, fue la fisión nuclear del átomo y cuya aplicación a gran escala estuvo a cargo del Proyecto Manhattan,16 liderado por Julius Robert Oppenheimer, científico responsable de fabricar la bomba atómica, que mató a millones de personas, y provocó un gran deterioro ambiental por las radiaciones emitidas y la contaminación provocada, y que hoy se considera como un experimento de terror y muerte. Es por esto que la bioética nació como una respuesta científico-filosófica a la crisis del pensamiento ilustrado y vinculada a la propuesta ecológica de la defensa de la naturaleza, pero ¿de qué naturaleza hablamos?
3. ¿De qué naturaleza hablamos?
En 1970 la noción de naturaleza adquiere gran significación para la bioética, pero ¿de qué naturaleza estamos hablando?
3.1. La noción de naturaleza en sentido clásico
La noción de naturaleza es una noción compleja que se conoce desde la Antigüedad: Aristóteles la vinculaba a la esencia,17 pero después, con el giro epistemológico de la modernidad adquirió un sentido distinto, que explicaremos brevemente.
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