Las autoras señalan que no cualquier médico o enfermero conoce de cuidados paliativos. La materia es una especialización que permite conocer las fases del duelo, el control del dolor, las etapas que atraviesan familiares y enfermo, el monitoreo clínico periódico, la cercanía y el acompañamiento al paciente, resolver sus necesidades básicas, arreglar sus asuntos, siempre con empatía y una actitud cercana, la asistencia psicológica o psiquiátrica, cuando es necesario, y por último, las posibles reacciones del enfermo durante la agonía. El especialista en la materia no termina su trabajo con la muerte del paciente. Ha de seguir el duelo de los familiares. Todo lo anterior, nos dicen las autoras, no se improvisa. En conclusión, aclaran que cuando el médico tratante detecta que el enfermo no responde a los tratamientos curativos es su deber informarle, “con calidez humana, que debe pasar a un tratamiento paliativo”. Si el enfermo no tiene que estar hospitalizado, lo mejor es que se quede en casa, “acompañado por el cuidador principal y apoyado por un equipo interdisciplinario de salud que establecerá estrategias destinadas a aliviar el dolor y diferentes síntomas del paciente”.
José Antonio Sánchez Barroso es doctor en Derecho por la Universidad Panamericana. Fue director del Instituto Panamericano de Jurisprudencia de la UP, en el que impulsó la investigación interdisciplinaria. Actualmente es director del doctorado en Derecho Constitucional en la misma universidad. Una de sus principales líneas de investigación son las decisiones de fin de vida. En el capítulo a su cargo nos presenta que en el momento de tomar decisiones sobre tratamientos al final de la vida, no basta la autonomía, decir, yo no lo quiero o sí lo quiero, sino que “se deben considerar las razones médicas, éticas y jurídicas al respecto”, en especial las razones de justicia. Sánchez Barroso nos indica que “la vida es el bien más importante que tenemos, pero no es un valor absoluto que deba mantenerse a costa de todo”, porque —lo sabemos— se puede caer en el encarnizamiento terapéutico, que nunca es recomendable por la agresión que representa para el enfermo.
Asimismo, afirma que, aunado a la autonomía, “la obstinación terapéutica en la práctica médica fue el segundo elemento que detonó el origen de la voluntad anticipada […]. No es digno ni prudente seguir agrediendo al enfermo cuando sus posibilidades de vida son nulas o casi nulas”. Aquí, la opción correcta es “la planificación estratégica del tratamiento”, que es el proceso por el cual “el médico junto con el paciente y, en la medida de lo posible, su familia, con base en el diagnóstico y pronóstico de una enfermedad conocida y padecida, deliberan y toman decisiones conjuntas sobre el tipo y nivel de atención y tratamiento disponibles en función del avance de la ciencia médica, de los valores morales de los implicados y del orden jurídico vigente”.
La licenciada en Enfermería por la Universidad Panamericana, especialista en educación perinatal y fertilidad por el método de ovulación Billigs (MOB) y Creighton Model Fertility Care System (CrRMS), Martha Correa Lebrija, junto con la doctora Pichardo participa en el capítulo acerca del no nacido y la bioética, donde ambas académicas tratan los temas controvertidos de los anticonceptivos y el aborto, así como el otro lado de la polémica como son los cursos naturales de fertilidad, que constituyen la auténtica procreación responsable. Su formación en áreas de investigación y salud ginecológica, atención primaria de salud y salud comunitaria le permiten tratar con experiencia y conocimiento el tema con profundidad, objetividad y seriedad, haciendo propuestas interesantes.
Su capítulo, posterior al de Montejano, dedicado a la procreación y su situación actual, nos expone con claridad, en referencia a la parte médico-clínica, conceptos como control natal, planificación familiar, métodos de anticoncepción, antifertilizantes, antimplantatorios y aborto, los cuales se funden entre sí, perdién-dose toda distinción entre los medios y el fin para regular la fertilidad. Correa Lebrija describe los métodos Billings y Craighton, en tanto experta e instructora de los cursos, y nos descubre un panorama prometedor como alternativa a los métodos que promueven las farmacéuticas, las instituciones gubernamentales de salud y los medios de comunicación social.
Por su parte, las doctoras Lily D. Saltiel y Luz María Pichardo realizan una excelente labor de equipo en los temas que desarrollan en conjunto, en tanto la doctora Pichardo es bióloga y bioeticista y la doctora Saltiel es médico pediatra por la Universidad Anáhuac. La doctora Saltiel, por su experiencia en pediatría, con precisión nos explica los riesgos y enfermedades que puedan presentar para el embrión y la madre cuando no se siguen las indicaciones clínicas durante el embarazo.
El diagnóstico prenatal y la eugenesia, tema del capítulo 12, empieza por definir estas disciplinas como “el conjunto de técnicas o procedimientos por medio de los cuales se busca detectar o determinar cualquier anomalía o patología en el embrión o el feto antes del nacimiento”. Estos procedimientos no son siempre sencillos y simples, “todo proceso y valoración debe de tener un principio médico y ético bien fundamentado, además de que se debe de considerar el riesgo-beneficio de la prueba”, ya que siempre existe un riesgo al “invadir” el territorio del embrión o feto, dentro del útero materno. “Es necesario ponderar la necesidad del diagnóstico prenatal, si existe un motivo concreto”.
El problema real de la aplicación frecuente de estas técnicas, o el hecho de que los médicos las sugieran en la mayoría de los embarazos, nos dicen las autoras, es “la postura eugenésica, el argumento para realizar un diagnóstico prenatal y un aborto eugenésico, se establece en un mínimo de lo que se denomina ‘calidad de vida’ para la humanidad,8 término sumamente subjetivo, el cual parece involucrar también el sentido estético”. Aquí está el verdadero enemigo es el niño con síndrome de Down o con malformaciones, que los padres no quieren enfrentar.
En el capítulo 13 se trata lo relacionado con las células madre y la terapia génica. Inicia con “la clasificación del tipo de células del organismo y su capacidad o incapacidad de diferenciarse en células de otros tejidos hasta llegar a las células totalmente diferenciadas de los distintos tejidos”. Nos hacen entrar en el universo de las células madre y sus posibilidades, así como a sus limitaciones. Las definen como “células inmaduras, indiferenciadas y con capacidad de multiplicación y diferenciación a células especializadas”. Aquí la parte relevante es “la posibilidad de reactivar sus mecanismos de crecimiento para regenerar tejidos es una expectativa para numerosos pacientes con enfermedades degenerativas. Sin embargo, es todavía una investigación que se encuentra en sus primeras fases”.
En cuanto la terapia génica, este trabajo nos referencia los potenciales beneficios de “manipular o manejar los genes”. Esta terapia es definida como “el conjunto de técnicas que permite introducir secuencias de ADN o ARN, de forma puntual o genes completos, al interior del núcleo de las células diana, con el objetivo de modular la expresión genética de determinadas proteínas que se encuentran alteradas, revirtiendo de ese modo el trastorno biológico que ello produce”. Hay que reconocer, como las autoras lo hacen ver, que “se trata de una terapéutica limitada, dado que la ciencia detrás de estas investigaciones no está todavía tan avanzada, convirtiéndolo en un proceso riesgoso”, aunque prometedor para las enfermedades asociadas con genes.
1V. R. Potter Bioethics, the Science of Survival, en Perspectives in Biology and Medicine, Vol. 14, John Hopkins University Press, 1970, p. 127.
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