2W.T. Reich (ed.), Encyclopedia of Bioethics I, Nueva York, The Free Press, 1978.
3L.M Pichardo, Reinventing Bioethics in a Post-Humanism and Post Truth Society (Colombia), Pers. Bioet., 2018, 22(2): 212-222.
4A. Dawson, The Future of Bioethics: Three Dogmas and a cup of Hemlock, Bioethics, junio de 2010, 24(5): 218-225. doi: 10.1111/j.1467-8519.2010.01814.x
5M. J. López Baroni, El origen de la bioética como problema, Barcelona, Universitat de Barcelona, 2016
6V. R. Potter, op. cit.
7D. M. Sierra Madero, “La objeción de conciencia en México”, Bases para un adecuado marco jurídico, México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, unam, 2012 (Serie Estudios Jurídicos, 197) [en línea], disponible en . Consultado el 10 de diciembre del 2015.
8“La percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno.” U. González Pérez, “El concepto de calidad de vida y la evolución de los paradigmas de las ciencias de la salud”, Rev. Cubana de Salud Pública, 2002, Vol. 28, núm. 2.
CAPÍTULO 1
La bioética como puente a la vida
Hortensia Cuéllar Pérez1
1. ¿Qué es la bioética?
Como disciplina científico-filosófica la bioética tiene una historia muy reciente. El destacado bioquímico, profesor de oncología e investigador estadounidense Van Rensselaer Potter (1911-2001) utilizó con gran éxito en 1970 el término “bioethics”2 en un extenso y programático artículo, “Bioethics: the Science of Survival”.3 Su impacto fue tan grande que un año después publicó su ya también célebre obra Bioethics: Bridge to the Future (Bioética: puente hacia el futuro), en donde explica ampliamente las diversas intuiciones planteadas en el escrito precedente.
El profesor inició su artículo con el subtítulo Biology and Wisdom in Action (Biología y sabiduría en acción). ¿A qué tipo de sabiduría se refería? ¿A la obtenida por la reflexión ética en su vinculación con la biología? Así parece ser, porque en su libro escribió: “La humanidad tiene la urgente necesidad de una nueva sabiduría que proveerá el conocimiento de cómo usar el conocimiento para la supervivencia del hombre y mejorar su calidad de vida”. Este concepto de sabiduría es una guía para la acción: el conocimiento de cómo usar el conocimiento para el bien social, es decir, sabiduría práctica”,4 llamada por el autor “la ciencia de la supervivencia”5 o bioética.
¿Cómo proceder en su diseño? Potter en ese mismo escrito nos da la clave: “La ciencia de la supervivencia debe basarse en la ciencia de la biología, ampliada más allá de los límites tradicionales para incluir los elementos más esenciales de las ciencias sociales y de las humanidades con énfasis en la filosofía en sentido estricto, que significa ‘amor a la sabiduría’”.6 Eso indica que los dos más importantes ingredientes en la consecución de la nueva sabiduría son el conocimiento biológico y la filosofía, particularmente los valores humanos enraizados en la ética, como se evidencia en el nombre de la ciencia que promueve. Es por esto que para Potter la ética y la biología necesitaban relacionarse entre sí, tender un puente hacia el futuro en colaboración unitaria e interdisciplinar, y no permanecer aisladas, en virtud de que cada una de ellas encierra una enorme riqueza en la comprensión del ser humano y el entorno natural que le rodea.
Esa inquietud la expresa nuevamente en 1971: “Hay dos culturas —ciencia y humanidades— que parecen incapaces de hablarse una a la otra, y si ésta es parte de la razón de que el futuro sea incierto, entonces posiblemente podríamos tender un ‘puente hacia el futuro’ construyendo la disciplina de la bioética. Los valores éticos no pueden ser separados de los hechos biológicos”.7
Para Potter la ética es de orden sapiencial, y como rama de la filosofía práctica implica acciones en concordancia con los estándares morales (ethics implies action according to moral standards), que conducen a la búsqueda del bien social y cultivo de la sabiduría y que —en el pensamiento aristotélico— se dice de la búsqueda de la “vida buena”. Por eso es una exigencia moral y científica que ética y biología no permanezcan aisladas, sino fusionadas en la nueva disciplina, la bioética.
La biología como ciencia de la vida es más que botánica y zoología reconoce Potter, porque incluye en su ámbito de influencia a la genética vinculada a la herencia y a la fisiología, así como diversos aspectos relacionados con cuestiones ambientales, es decir, con la naturaleza física.8 Es por ello que para Potter “la biología es la base sobre la que construimos la ecología”, con lo que manifiesta un interés hacia cuestiones vinculadas con el ambiente, en boga en la década de los sesenta del siglo pasado y de relevancia en nuestros días.
En su novedoso planteamiento —en búsqueda del estatuto epistemológico de esta nueva disciplina— indica que los valores éticos no pueden estar separados de los hechos biológicos, sino que deberían encontrarse sólidamente arraigados en quienes se dedican a tareas científicas y humanitarias, así como político-sociales, por ejemplo, la medicina, la enfermería y el cuidado de la salud, la biología, la bioquímica, la política y ecología globales, entre otras, ya que tenemos una gran necesidad —decía— de “una ética de la tierra, una ética de la vida silvestre, una ética de la naturaleza, una ética geriátrica…”, porque existen multitud de problemas en el mundo físico, de la salud, de la vida, de la naturaleza que parecerían ajenas a la sabiduría ética. Para Potter no debería acontecer así, porque todos estos problemas requerían de acciones urgentes impregnadas de valores éticos,9 y a este nuevo saber le denominó “bioética”.
Imagen 1.1. Esquema de este nuevo saber que tiende puentes.
En su propuesta no sólo difundió el término, sino que fundó una prometedora disciplina cuya pretensión era integrar conocimientos cuya historia y desarrollo parecían discurrir por carriles separados y sin posibilidad alguna de comunicación, como es el caso de las dos ciencias mencionadas. ¿Qué habría que hacer entonces? Proponer una solución al problema que impedía el enfoque humanístico de la biología y relegaba la sabiduría proveniente de la ética al campo de la práctica médica privada y a la libre decisión de los investigadores, sin mayor efecto ni regulación en la comunidad científica, ni en el mundo político-social, como había quedado demostrado en los contraejemplos de los diversos experimentos biomédicos y abusos cometidos contra seres humanos en la Segunda Guerra Mundial y en otros sucesos “no gratos” de la historia reciente.
El siglo xx —como sabemos— no es ajeno a la mala aplicación de la medicina y experimentos científicos detestables. Recordemos lo que aconteció con muchos prisioneros en el tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, donde murieron millones de judíos, polacos, rusos y prisioneros de distintos países opositores al régimen o quienes no cubrían el estado de salud óptimo, rasgos específicos de raza, entre otros impuestos por los nazis, y fueron sometidos a experimentos sin precedente; o en Dachau, Alemania, donde para medir la resistencia de los prisioneros al frío se les sumergía en el agua helada cuantas veces fuera necesario hasta que morían congelados o las malas prácticas médicas en torno a la inoculación de hepatitis a enfermos mentales de la Escuela de Willowbrook, en Estados Unidos de América entre 1960 y 1970, o el caso Tuskegee, dado a conocer en 1972, en donde 400 hombres de raza negra, sanos, fueron inoculados de sífilis para estudiar la enfermedad y no se les dio el tratamiento prescrito cuando estuvo disponible la penicilina, con el pretexto de observar el “desarrollo normal de la enfermedad”.10
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