1 ...7 8 9 11 12 13 ...21 Entre las aportaciones de Nicolás Copérnico29 se encuentran sus estudios sobre los planetas y su célebre teoría heliocéntrica, con lo que contribuyó a la explicación del movimiento planetario y de la movilidad de la Tierra, que trajo como consecuencia el derrumbe del geocentrismo proclamado por Ptolomeo. Su aportación marcó un hito en la astronomía y la matemática conocido como “revolución copernicana”, uno de los grandes descubrimientos de la humanidad. Influyó poderosamente en Kepler y Galileo, que profundizaron su hallazgo con sus propias contribuciones.
Kepler intentó comprender las leyes del movimiento planetario formulando sus famosas tres leyes en torno a ese movimiento, además de descubrir la supernova que lleva su nombre.30 Galileo, pionero de la ciencia experimental y de la mejora del telescopio óptico, le llevó a confirmar el modelo heliocéntrico de Copérnico. Es considerado el padre de la astronomía observacional moderna.31 Ello significó que sus estudios sobre la naturaleza física se centraban en el universo desde una perspectiva física, astronómica y matemática.
Galileo, en la misma línea que el astrónomo polaco, y en polémica con un detractor suyo que sostenía lo contrario, declaró lo siguiente: “Señor Sarsi las cosas no son así. La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres con los que está escrito. Está escrito en lengua matemática”.32 Este texto clásico le permite afirmar a Juan Arana que “al rechazar la alternativa de su adversario, Galileo formuló la más memorable declaración de principios del matematicismo filosófico”,33 que le ha permitido a la ciencia moderna descifrar desde las matemáticas el lenguaje de la creación, lo cual es muy positivo y ha sido instrumento para numerosos avances pero que, desde una perspectiva más amplia, holística, y de raíces clásicas, no es suficiente.
Con ello pretendo dejar claro que el universo, en concordancia con la comprensión y entendimiento de la ciencia moderna, con toda su relevancia e impacto en nuestros días, no se agota en la lectura matemática y física de la naturaleza, sino que encierra mucho más. De allí la necesidad de la comunicación e interdisciplinariedad entre los diversos saberes (ciencias particulares o no, filosóficas, matemáticas, filosofía y teología), porque aportan diferentes ángulos de conocimiento de lo existente, y —en asuntos complejos o poco claros— dan ocasión al debate, la revisión, la discusión, la rectificación o ratificación de las tesis en pugna.
Y es que la clave para el conocimiento del ser humano, la naturaleza física, el universo y Dios, la encontramos en una propuesta abierta, sin prejuicios ideologizantes o sesgados, que traen como consecuencia visiones reductivas en el conocimiento de la realidad. Lo que hay que tomar en cuenta son las diversas formas de acercamiento a la verdad de lo existente y sus hallazgos y aportaciones que traen consigo la interdisciplinariedad y apertura sin prejuicios al conocimiento de la verdad.
Francis Bacon, por su parte, y en directa crítica a la filosofía anterior, en su Novum Organum (1620) hace una declaración de principios a favor del conocimiento de los hechos físicos y las leyes que de allí pueden inferirse, vía el método experimental y que tres siglos después será seguido por Augusto Comte. Lo que pretendía era derrumbar el pensamiento antiguo a favor del pensamiento moderno, y a ello dedicó sus esfuerzos. Textos del Novum Organum que lo muestran son los siguientes:
• “El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de la naturaleza; fuera de allí, nada sabe ni nada puede” (Aforismo 1).
• “No hay ni puede haber más que dos vías para la investigación y descubrimiento de la verdad: una que, partiendo de la experiencia y de los hechos, se remonta enseguida a los principios más generales (…), y otra que de la experiencia y de los hechos, se deducen las leyes” (Aforismo 19).
¿Bacon tenía razón? ¿No estaba centrándose únicamente en el aspecto físico-experimental? ¿Acaso todo es material? ¿Y dónde queda la dimensión espiritual?
Este giro epistemológico muestra diversas claves del proyecto moderno en su comprensión de la naturaleza y su trabajo a favor de un determinado tipo de ciencias, como son las físico-matemáticas y las experimentales, que en el siglo xix son llamadas por Comte (1798-1857) ciencias positivas, entre las que se encuentran la química y la biología, que en su desarrollo han centrado parte de sus esfuerzos en el conocimiento de la composición atómica y orgánica de los seres vivos y de los procesos químico-biológicos, ambientales o de herencia, que forman parte de la explicación multicausal del dinamismo propio de cualquier ente que tenga vida, sea por supervivencia del más fuerte en la selección de las especies como sostenía Darwin (1809-1882), sea por adaptación al ambiente, a las circunstancias, buscando su propio equilibrio lo que significa poseer “una capacidad intrínseca de superar los embates del ambiente, o de reestructurarse para así autoequilibrarse” como proponía Herbert Spencer34 (1820-1903) en sus Principios de biología (1864).35
En este mismo enclave, Antoine de Lavoisier (1743-1794), padre de la química moderna, desde su pensamiento dialéctico y materialista formula su célebre “ley de la transformación de la materia”, según la cual “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”,36 que proyecta un sentido de naturaleza de tipo funcional, moderno, siempre cambiante; poco tiempo después, filósofo alemán Carlos Marx (1818-1883) enuncia la undécima tesis sobre Feuerbach, donde propone abandonar una filosofía contemplativa y adoptar una filosofía práctica, con la pretensión de conseguir los cambios sociales y culturales que desde su materialismo, dialéctico y social, diseñaba. En esta undécima tesis sostiene que “los filósofos sólo se han dedicado a interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”, con lo que reitera una de las notas características del proyecto moderno: la dimensión práctica y funcionalista del conocimiento.
En síntesis, el estudio de la naturaleza en el pensamiento moderno es distinto del aportado por el pensamiento clásico, porque se centra en la dimensión física y químico-biológica de su sujeto de experimentación en el laboratorio, con la intención de explorar y descubrir el funcionamiento, límites y capacidades de la materia y procesos vitales en los seres vivos, lo cual es altamente plausible y ha conducido a hallazgos relevantes, por ejemplo, el conocimiento de la genética de las especies, y del código genético, cuyos resultados han sido muy positivos para el avance en biomedicina por el conocimiento microbiológico del ser humano y el mapa genético que ha aportado.
El enfoque moderno, sin embargo, siendo admirable en muchos de sus descubrimientos y aplicaciones, tiene una índole funcionalista e instrumental que puede conducir —en diversos casos— a excesos por falta de límites en la investigación científica y tecnológica. Esto es lo que ha sucedido con la naturaleza física o humana en diversidad de casos, como el deterioro del ambiente o los experimentos con embriones humanos y los actuales planteamientos del transhumanismo.
Ante este panorama, el afán de V. R. Potter por intentar un puente entre las ciencias de la naturaleza y del espíritu, entre el mundo de los hechos biológicos y los valores —especialmente éticos— es muy meritorio. ¿Cómo lograrlo? Ya antes de él —lo hemos dicho— el filósofo alemán Wilhelm Dilthey, desde su filosofía de la historia y la cultura había llamado la atención sobre la separación entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, acentuando la necesidad de intentar la conciliación y no la exclusión de una a favor de la otra, porque al ocurrir se fractura —al menos teóricamente— el horizonte inmenso de las ciencias. Desde otro ángulo del saber, esa misma inquietud la tuvo el científico Herbert Spencer (1820-1903), también antes mencionado, y que, al compás de sus inquietudes, realiza un amplio estudio sobre el origen biológico de la moral, como se constata al menos en dos de sus más relevantes escritos: la Estática social y Principios de ética. Por eso su postura puede ser llamada con razón, ética evolucionista o naturalismo ético, como la califica Víctor Brenes.37
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