En este libro la psicopoética es entendida como un acontecimiento sociopsicológico que involucra de manera más o menos sutil o explícita deslices recreativos y que surge bajo determinadas condiciones culturales y de relaciones de poder en el contexto de la interacción cotidiana, así como a través de ciertos modos de dialogar y conversar. La psicopoética se asume, así, como una forma intersticial de vincularse (discursiva e intersubjetivamente) con el mundo y con los demás, en virtud de lo cual se abre y se proyecta, conscientemente o no, una dimensión política de resistencia inventiva en el hablar y en el hacer; una especie de poética de la interlocución de implicaciones marcadamente subjetivas que se opone a las pautas de comportamiento y expresión. De esta manera, la psicopoética , en su talante imaginativo, subversivo y muchas veces lúdico, contrasta con la realización de diálogos formales, de carácter algorítmico; diálogos institucionalizados o dirigidos al cumplimiento de objetivos de conocimiento, control o desarrollo de diversa índole. Con todo ello, se subraya la importancia de concebir y reivindicar modos de relación y de palabra que promuevan la desujeción creativa en la vida social y que puedan extender, en su tensión dinámica, todo espacio posible de libertad.
El libro tiene carácter transdisciplinar y en su recorrido teórico pasa por la recuperación del pensamiento de Deleuze, Guattari, Serres, Agamben, Maffesoli, Bajtín, Foucault, Butler, Haraway y Braidotti, entre otros; aborda los debates propios de la crítica de la psicología y sus aparatos de subjetivación y normalización y realza constantemente la potencia generativa y de transformación de mundos sociales que tiene lugar en el juego del desplante poético. En todo caso, la obra combina el rigor de la investigación académica con el despliegue creativo de ideas que abren diversas y sugerentes líneas de reflexión sobre la interlocución cotidiana y sus posibilidades de reinvención, los modos de existencia social y la relación entre la subjetividad y los designios del poder.
Raúl Ernesto GarcíaDoctor en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesor investigador titular en la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México). Autor de El diálogo en descomposición (2008) y de múltiples artículos especializados y capítulos de libros en el ámbito de la teoría y la crítica de procesos culturales, discursivos y de subjetivación y sus enlaces con las prácticas de intervención psicológica. Profesor invitado a la Universidad Carlos III de Madrid (España), Universidad de la República (Uruguay) y Universidad del Valle (Colombia).
RAÚL ERNESTO GARCÍA
PSICOPOÉTICA
LENGUAJE, SUBJETIVIDAD Y RECREACIÓN SUBVERSIVA DEL MUNDO
I. El acontecimiento de la psicopoética
Lenguaje: consigna y devenir minoritario
A Gilles Deleuze y Félix Guattari
Al hablar unas personas con otras, se produce no solo una determinada transmisión de información, sino que se establecen diversas formas de relación, se generan efectos comportamentales o se consiguen objetivos más o menos predefinidos. Hablar constituye así una de las expresiones más inmediatas de la constante transformación del sujeto: cuando uno habla, uno deviene otras cosas (lo uno deviene múltiple). No obstante, todo hablar también implica, presupone, vincula y, de hecho, realiza y actualiza algún proceso de enunciación y, desde la perspectiva de Gilles Deleuze y Félix Guattari, los actos de enunciación y el enunciado mismo, como unidad lingüística fundamental, estarán asociados a la noción de consigna . El lenguaje habrá de relacionarse de uno u otro modo con el ámbito de la obediencia . “Una regla de gramática”, señalan, “es un marcador de poder antes de ser un marcador sintáctico”. Tal situación abarca el ejercicio comunicativo mismo: “La información tan solo es el mínimo estrictamente necesario para la emisión, transmisión y observación de órdenes en tanto que mandatos”. 1El lenguaje, pues, le da órdenes a la vida. Las consignas implican en su movimiento y realización cotidiana algo así como un veredicto , una especie de sentencia de muerte . En este sentido será preciso entender que dialogar –como lenguaje verbalizado– es un ejercicio que no remite a códigos neutrales ni se reduce a la mera comunicación de informaciones. En la emergencia del diálogo existe una dimensión pragmática y política ineludible que resulta, por lo menos, tan importante como el ámbito semántico o sintáctico y, así, los sentidos específicos producidos en el diálogo se definen también por los actos que la enunciación presupone en cada instante. Pero la enunciación –recordémoslo– sobrelleva la consigna.
Nosotros llamamos consignas no a una categoría particular de enunciados explícitos (por ejemplo, al imperativo), sino a la relación de cualquier palabra o enunciado con presupuestos implícitos, es decir, con actos de palabra que se realizan en el enunciado, y que solo pueden realizarse en él. Las consignas no remiten, pues, únicamente a mandatos, sino a todos los actos que están ligados a enunciados por una “obligación social”. Y no hay enunciado que, directa o indirectamente, no presente este vínculo. Una pregunta, una promesa, son consignas. El lenguaje solo puede definirse por el conjunto de consignas, presupuestos implícitos o actos de palabra, que están en curso en una lengua en un momento determinado. 2
Más que informar o comunicar, el lenguaje transmite consignas en la vertebración de los mandatos sociales; es decir, en la realización de la vida. La vinculación entre acto y enunciado garantiza el avance de la consigna. Sin embargo, será posible también la promoción de cierta indisciplina lingüística como ejercicio de oposición a la disciplina estructurante de la enunciación y a la gramaticalidad (que define el uso correcto de la lengua mediante preceptos). Pero esto presupone, claro está, que la realización de un encuentro dialógico no producirá ningún sentido absolutamente independiente de las significaciones trazadas por la doctrina enunciativo-gramatical (y práctico-política) dominante en ese momento o campo social particular. Los procesos de subjetivación estarán relacionados indefectiblemente, pues, con los órdenes de sujeción correspondientes. De hecho, las consignas, en su enorme variabilidad, poseen la capacidad de hacerse olvidar por los hablantes. Nadie se culpa por las consignas que ha seguido y transmitido, en la interacción y en las conversaciones, a lo largo de su vida. Las consignas tienen, así, el talante del discurso indirecto y, muchas veces, de la realización silenciosa.
Cada enunciación individual vigente en el diálogo constituye de alguna manera la resonancia de aquellos mandatos colectivos e impersonales. La producción de subjetividad es, en cierto modo, un proceso relativo que se vincula con los requerimientos de los ejes discursivos que se extienden por la socialidad. No obstante, el momento enunciativo no se agota por la confirmación de constantes del discurso (es decir, por la aceptación, el reconocimiento y la subordinación a los cursos de la realidad establecida), sino que implica también, como aspecto inaccesible a las determinaciones normativas, el surgimiento de la transformación del mundo mismo, un acto que, al realizarse, constituye “lo expresado” por el enunciado. Se trata de esos actos instantáneos en virtud de los cuales, por ejemplo, el acusado se convierte en condenado por lo dicho en la sentencia de un juez; el joven obtiene la mayoría de edad por lo estipulado en determinada regulación de carácter civil, o los pasajeros de un avión secuestrado se convierten en rehenes por la declaración de los secuestradores.
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