El liberalismo moral se centra en la autonomía autárquica del sujeto, donde el respeto a las decisiones privadas de los seres humanos es su constante, resultando irrelevante o pasa a segundo término si esas decisiones puedan conducir al desconocimiento de la ley natural, que en el fuero interno del ser humano se manifiesta como conciencia moral; externamente el único criterio que admite es el derecho positivo y el ejercicio de una libertad como no interferencia (Phillip Petit), o como una libertad libre de dominio (Habermas), resultando casi siempre altamente permisiva y tolerante, donde en nombre de la libertad personal, o de expresión, se puede decir o hacer casi cualquier cosa, olvidando, entre otros valores, el respeto, la búsqueda del bien común y consideración empática y solidaria con los demás. Desde aquí, el paso al egoísmo moral e ironía irreflexiva prácticamente está garantizado.
Un ejemplo de ello –en el ámbito político-social–, es el del semanario satírico parisino Charlie Hebdó, cuya línea editorial es de constantes mofas y ataques a todo lo que pueda criticar. En 2015 publicó unas caricaturas satíricas en referencia a Mahoma, lo que provocó un ataque terrorista por parte de los yihadistas en el que murieron 12 personas. Claramente la reacción por esa ofensa de quienes profesan esas creencias fue desproporcionada, pero no justifica que, en las sociedades democráticas, como una muestra de expresión legítima se tolere o permita cualquier género de agresión en nombre de la libertad de expresión, porque eso también es inmoral. ¿Dónde queda el respeto hacia los demás? En el caso mencionado fueron ridiculizadas las creencias de millones de musulmanes.
Es cierto que, en el caso mencionado, por ambas partes hubo agresión, lo que es un dilema. Lo que podríamos decir es que el respeto a la libertad humana es uno de los derechos humanos fundamentales, sin embargo, ese derecho no puede coculcar o colisionarse con otros derechos básicos, como es el de la vida, ni tampoco atropellar en nombre de la libertad de expresión a la libertad de creencia; ambas son proyecciones distintas —y por tanto respetables— de la libertad humana.
En el ámbito médico, los matices son distintos, dependiendo lo que se quiera acentuar; así, por ejemplo, para Julio Frenk, el liberalismo moral se manifiesta en lo que él llama “medicina liberal”, en donde la práctica médica —y en su interpretación, a nivel personal o institucional— se convierte en una “actividad comercial, como intercambio de mercancías, como venta de servicios. Aparece entonces el universo utilitario disfrazado de asistencia médica y un servicio real o supuesto encubre a la ganancia como centro convencional”.14
No es el único sentido que tiene la expresión, ya que puede ejercerse la medicina a nivel privado o institucional con un alto talante moral y la libertad propia del buen profesionista. Es el caso de tantos médicos y enfermeras(os) que generosa y libremente ejercen la buena práctica médica en la atención de sus pacientes. Sólo hay que percatarse de la intencionalidad que los mueve para saber si su conducta es éticamente plausible o no.
La ética del cuidado es una aportación contemporánea particularmente aplicable al campo de la medicina y en concreto a la enfermería, por el esmero vigilante y amoroso de estos profesionales de la salud. Sus antecedentes se remontan a las investigaciones de Jean Piaget seguido por Lawrence Kohlberg, quien desde la psicología trabajó en mostrar que había seis etapas del desarrollo moral (la más elevada es la posconvencional), sin tomar en cuenta a las mujeres. La respuesta de Carol Gilligan, filósofa y psicóloga estadounidense, no se hizo esperar y refutó lo sostenido por Kohlberg con una serie de estudios e investigaciones con mujeres en donde llegó a la conclusión de que, en cuanto razonamiento moral, no tiene por qué haber diferencia entre hombres y mujeres, ya que ambos somos seres humanos: la diferencia está en que las mujeres atienden al detalle, con cuidado y afecto, y son más intuitivas en lo concreto que los varones,15 lo cual de ningún modo merma su capacidad racional ni su valía como personas. Simplemente las enfermeras brindan atención a las personas concretas, como el ama de casa, cuyo hogar —por la atención a los detalles— es, o tendría que ser, luminoso y alegre. De esta manera, “la incorporación de la experiencia femenina en la teoría moral le llevará a proponer una ética del cuidado con énfasis en las cuestiones del afecto y cuidado entre los humanos”.16
El humanismo clásico, por su parte, lo que desea es conocer y respetar la naturaleza de lo existente, y en el caso del ser humano, reconocer, respetar y potenciar, en la medida de lo posible, la grandeza de la vida de cualquier mujer u hombre a nivel personal y colectivo, y consecuentemente proyectar una observancia irrestricta a sus derechos fundamentales, sean de primera, segunda, tercera o cuarta generación, así como a sus consiguientes deberes. Entre estos derechos se encuentran el derecho a la vida, la salud, la atención médica, la alimentación, un trabajo digno, un hogar donde vivir, la educación, la cultura, el derecho a participar como sujeto activo en la vida civil ejerciendo una libertad responsable, y ser proactivos en la creación de una civilización más humana.
En el campo de los profesionales de la salud este humanismo se manifiesta en “el amor al semejante” como sostenía Hipócrates, y en la sabiduría, competencia profesional y científica, compasión, solidaridad e integridad en su trato con los pacientes salvaguardando sus derechos, entre ellos la confidencialidad de la información y el consentimiento informado, orientados por los principios de beneficencia, no maleficencia, justicia, libertad y responsabilidad en el ejercicio de su práctica médica.
Sintetizando las ideas precedentes, todos estos enfoques tienen, en cuanto a la investigación bioética y científica, consecuencias en sus principios, su modo de proceder y en sus finalidades, como ha podido apreciarse.
¿Eso indica que estas posiciones rivalizan entre sí? Se trata de posiciones distintas que surgen de planteamientos doctrinarios diferentes, lo que significa que tienen sus propias trincheras conceptuales y pueden divergir radicalmente entre sí, sin embargo, en la práctica pueden conducir, en algunos aspectos, a conclusiones semejantes, por ejemplo, las corrientes bioéticas inspiradas en el deontologismo y el liberalismo dan primacía —en muchos casos— a la autonomía del sujeto, incluso sobre la vida humana, como puede acontecer en situaciones extremas donde está en juego el derecho a la vida —por ejemplo, en casos de aborto, eutanasia o suicidio asistido—, dejando de lado la ley natural y la tendencia instintiva de conservar y proteger la vida. En este tenor, sus defensores buscan la protección de la ley (positivismo jurídico), y a nivel social el consenso de la población para que avale sus propuestas, mediante campañas publicitarias con esa finalidad.
En contextos como los descritos en el párrafo precedente, tal planteamiento se vuelve complejo al grado de que llegan a violentarse o ponerse en colisión diver-sos derechos fundamentales, como, por ejemplo: “¿qué es primero: el derecho a la libertad o el derecho a la vida?”; para quienes se encuentran bajo el influjo de tales corrientes éticas, el dilema se resuelve por aquello que les resulte más útil o sus consecuencias sean las buscadas, como acontece en situaciones extremas, como las prácticas abortivas o eugenésicas.
En asuntos tan serios como el derecho a la vida, desde una posición autárquica y liberal se puede justificar casi cualquier cosa en nombre de una sesgada interpretación “de respeto a la dignidad de las persona”, y si se trata de enfermos graves o en estado terminal, apoyados en la tesis de “su libre decisión a morir con dignidad”, lo que puede indicar la aceleración voluntaria de su propia muerte, fenómeno que encontramos entre los defensores de la eutanasia activa, que es una forma de suicidio asistido17 o, en los casos de limpieza étnica y eugenesia,18 como ocurrió en los trágicos experimentos biotecnológicos de los nazis con enfermos mentales y judíos, y los distintos grupos o gobiernos que buscan el control natal indiscriminado, como se revisará en otros capítulos de esta obra. Esto sucede en nuestros días. Es por eso que el debate en tales asuntos no es cuestión menor, sino de una enorme relevancia filosófico-científica y humanística-cultural.
Читать дальше