¿Y qué sucede con la segunda parte de esta formulación boeciana, que es la idea de que “la naturaleza humana es racional”? Con ello queda manifestada otra nota esencial propia del hombre como especie humana. Para entenderlo, no ha de olvidarse la conexión semántica que se da entre logos y ratio.
Logos es un vocablo griego que admite múltiples sentidos: espíritu, razón, palabra, concepto y tratado, o estudio en su sentido gramatical.33 Ratio es su traducción latina, que casi siempre está referida a la razón humana, en el sentido del animal racional aristotélico con lo que —si le damos ese único uso y sentido— perdemos la enorme riqueza del logos griego que incluye al espíritu. ¿Es esto lo que quiso expresar Boecio? No podemos afirmarlo con certeza, porque en la interpretación del medievalista Clemente Fernández, lo que dice es ambiguo,34 y por lo mismo puede admitirse que al expresar que “la persona es sustancia individual de naturaleza racional”, la voz logos, en su plurisignificatividad en sentido griego se pierde, o al menos se limita. Es por esto que sostengo que la formulación más completa del ser humano a nivel ontológico-estructural es la de un ser integrado de cuerpo y alma en la unidad de su propia existencia, y a quien de modo propio llamamos persona, posición que nada tiene que ver con el dualismo cartesiano.
Este carácter corpóreo-espiritual otorga al ser humano trascendencia, apertura, comunicación, relacionalidad con otros seres humanos, el cosmos físico y Dios. Le permite ser heredero de grandes civilizaciones, como la griega, la china, la egipcia, y prehispánicas como la azteca, la maya y la inca, por ejemplo; asimismo, le potencia para el conocimiento y la innovación en el campo de la ciencias y la tecnología; le vuelve creador de arte y cultura; descubridor, apreciador y forjador de valores; artífice de su presente y constructor del futuro que todavía no existe, es decir, le abre un horizonte intemporal y eterno, un mundo de posibilidades infinitas, que deberá concretar con sus decisiones. En suma, el ser humano es inventor de proyectos e innovador permanente en el campo de la ciencia, la tecnología, el arte, y la cultura, en el ámbito político, social, etcétera.
En esta línea de exposición, entonces, una persona es:
3.1. Sujeto, no objeto
El sujeto humano —la persona— no es un objeto, no es cosa que pueda ser usada al arbitrio de otra, lo que indica un deber moral de no manipular, instrumentalizar, cosificar o descartar a un ser humano como acontece en tantas situaciones de injusticia, como el maltrato y abuso en cualquiera de sus manifestaciones: físico, verbal, psicológico, en la familia, en la escuela (bullying), en el trabajo (mobying), en las redes sociales (ciberbullying);35 en la comunidad política, laboral y social; promoviendo el trabajo infantil o la carencia de empleo en quienes debieran tenerlo; a escala interregional, e incluso global, el narcotráfico, el comercio de personas, las amenazas de funcionarios públicos a países más débiles en el escenario mundial, y muchas otras situaciones inaceptables que nos recuerdan el deber moral de tratar a los seres humanos —hombres o mujeres, niños o personas de la tercera edad, pobres o ricos, sanos o enfermos— como fines y nunca como medios.
Este carácter de ser tratados como fines es una manifestación de la dignidad de las personas, y lo apreciamos de manera práctica en los hospitales cuando médicos y enfermeras, una y otra vez, venciendo el cansancio y la rutina, atienden solícita y generosamente a los pacientes, a fin de que recuperen la salud. ¿Qué pueden esperar de estas personas sufrientes estos profesionales de la salud? Quizá una sonrisa, cierta empatía, y —no es descartable— agradecimiento por la atención y cuidados tributados.
Esto indica que, para estos profesionales de la salud, los pacientes son seres humanos, personas, a quienes hay que tratar con la solicitud propia de quien espera de sus servicios salir de la enfermedad. Otra actitud (atenderlos por el frío cumplimiento de deber profesional, o “porque no pude estudiar otra cosa”), no es digna de la nobleza de esas profesiones que tienen como inspiración el deseo de colaborar en la recuperación de la salud de los pacientes que como el don de la vida— son regalos invaluables que debemos custodiar, cultivar y valorar. Quizá por esto Séneca expresó: Homo, sacra res homini,36 lo que significa que el hombre es —o debería ser— alguien sagrado para los demás hombres.
3.2. Alguien, no algo
Ante este panorama otra forma legítima de referirse a las personas es preguntar por “alguien” y no por “algo”. El pronombre indefinido alguien se usa únicamente para aludir a personas,37 como cuando se llega a casa después de trabajar y se pregunta “¿hay alguien en casa?” o al entrar al hospital y preguntar “¿hay alguien de guardia?”; esto muestra que al hablar del ser humano, nunca podremos calificarlo como algo, expresión que hace alusión a cosas, a instrumentos, que no tienen un nombre propio sino común; las personas somos “alguien”, porque desde esa expresión se habla de seres humanos que son originados, originales y originantes.
Originados, porque el ser humano —de manera natural— ha sido engendrado por sus padres y la existencia que posee es un don que debe apreciar y agradecer.38 Por ello, es mejor “ser que no ser”, es mejor decir “existo a no existo” porque sin la vida no puedo pensar ni realizar cosa alguna. Alguien podría objetar “pero la vida ya no la quiero, ha representado mucho sufrimiento para mí”. Aun considerando un contexto vital así, hay que luchar por erradicar esa visión pesimista de la existencia humana, de la que se deriva un mayor sufrimiento y una actitud derrotista que aniquila las esperanzas y vitalidad humanas. Por ello, el precepto sabio, “es mejor ser que no ser” es una divisa de orientación existencial de la vida.
Originales: cada ser humano que viene al mundo es alguien nuevo y original, totalmente novedoso, porque no hay otro como él o ella a nivel existencial aun cuando se tenga un gemelo; por lo mismo, es único e irrepetible con una identidad personal indiscutible en la singularidad de su propio ser, como lo muestra, a nivel biológico, por ejemplo, su código genético que solo a él (ella) le pertenece y a nivel personal, su insustituibilidad existencial se hace evidente, por ejemplo, ante la realidad de la muerte, donde nadie podrá reemplazarlo(a) como la persona única e irrepetible que ha sido y fue. En el campo operativo/funcional, sin embargo, otra persona sí puede realizar la tarea o labor que desempeñaba el ser humano que muere, por ejemplo, en una oficina, si muere el jefe nombrarán a otra persona en el cargo, en el hospital pasa igual, alguien sustituirá al médico, a la enfermera…
La opción a favor de la vida humana será siempre plausible, como lo muestran las razones siguientes: a) sólo los hombres vivos garantizan vitalmente la supervivencia de la humanidad; b) representan el capital humano, la riqueza, de los distintos pueblos y naciones; c) en la jerarquía de los derechos humanos fundamentales, el derecho a la vida se convierte incuestionablemente en el primer derecho que imperativamente debe ser custodiado por el orden jurídico y social en las sociedades democráticas, ya que sin él no existirían los demás derechos, sin el cual ni siquiera se tiene la opción de decidir.
En este sentido, los defensores de la eutanasia y sus impulsores suelen invertir la jerarquía colocando la libertad de elección sobre el derecho a vivir; para ello se amparan en la realidad del sufrimiento extremo en enfermos graves o incurables a los que —dicen— hay que darles la oportunidad de “escoger el tipo de muerte que desean a fin de que no sufran más”, planteamiento al que se suman –casi siempre— motivos emocionales (“hay que tener compasión”), pragmáticos (“al fin y al cabo tiene que morir”), intereses económicos (“para qué seguir gastando, no tiene caso”) y —siempre— una visión materialista de la vida, como lo ejemplifican las agrupaciones suizas “prosuicidio asistido” y el médico originario de Michigan, Jack Kevorkian, apodado “el Doctor Muerte” por impulsar, desde muy joven, el suicidio asistido; él “ayudó” a morir a más de 130 personas, y luego de ser descubierto pasó encarcelado el resto de sus días.39
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