Sebastián Bermúdez Zamudio - Setenil 1484

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Durante tres meses de convivencia conocerá de cerca a personajes que le enseñan la vida en la villa y las calles del pueblo, aunque tropezaría con una serie de tejemanejes que harán que la paz terminara en un enfrentamiento sangriento.La novela da a conocer la corte cristiana de manos de muy personajes conocidos ofreciendo las vivencias de su campamento desde dentro. Da cuenta de las cargas de las bombardas y sus posteriores disparos, mide distancia junto a la Artillería Real. El lector incluso llegará a sentir la lluvia en un asalto con escalas junto al gran Ortega y el marqués de Cádiz.La pluma de Sebastián Bermúdez Zamudio hace ajustar las ballestas para defender las torres y la almenada muralla del ataque rumí, al tiempo que hace posible escuchar poemas a través de la bella Zoraima e incluso vivir una historia de amor a escondidas. Sufrir y luchar, conocer y complacerse, vivir Setenil 1484.

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—Creo que equivoca el destinatario de esa cuestión, no soy más que un súbdito con distintos encargos reales que llevar a cabo, para nada tengo que ver en la cantidad encontrada de monedas de oro y plata.

—Según tenemos entendido por los comentarios, han sido casi cinco los millones hallados. Vos deberíais estar al tanto de ello, ¿me equivoco? —volvió a indagar el marino.

—No os equivocáis —intervino el cardenal—, esa es la cifra en dírhams y doblas, más uno o dos en plata, oro y joyas. Al final, la contienda se salda cercana a los ocho millones de maravedíes. ¿Acierto la cifra, don Pedro?

Su tono subió, pasó de preguntar a afirmar directamente, duros de roer estos eclesiásticos. Sin saber cómo habían conseguido inventar esa cantidad, traté de averiguar qué tramaba en ese momento Colón, el porqué de esas prisas.

—Dígame, señor Cristóbal, ¿cuál es el propósito de esa curiosidad?

—Permítame explicarle el motivo de tanta pregunta. No contamos con mucho tiempo, debe entender que no existe ninguna trama, buscamos el bienestar de Castilla. —Quien hablaba era el cardenal, con mirada profunda y oscura—. Iré al grano, se nos ha presentado tal probabilidad por generosidad del señor Colón, igualmente, si no podemos hacer frente al proyecto, este irá a parar a manos del rey de Portugal.

—Puede que haya sido al revés, que no lo hayan escuchado en la corte portuguesa y quiera de segundas ofrecerlo a la corona de Castilla.

—No, no, para nada. Es único ofrecimiento a los reyes, lo que no puedo es desaprovechar la oportunidad y en caso de negación por parte de doña Isabel, buscaré recursos para llevar a buen puerto el propósito —quiso explicar el marino.

—¿Portugal? ¿Acaso ellos pueden hacer frente al gasto? —pregunté.

—No están en guerra —afirmó el cardenal.

—No pueden permitírsela —les dije—. Además, creo, señor cardenal, que confunde una situación que para nada es la que existe. Nosotros sí estamos en guerra, con hambre y con una tierra por conquistar, comprenderá que hasta que esta situación no finalice, nada de lo que sugiere se pueda consumar, es una opinión, otra cosa es que lo acuerden los reyes y procedan de distinta manera —argumenté al respecto.

—Necesitaremos esa ruta y para eso los reyes deben ponerse de acuerdo. Estamos al tanto en lo referente al rey, le da igual la situación de nuestra Castilla, él piensa en guerra, doña Isabel es más política, mira de manera diferente el futuro, espera encontrar una razón para aprobar el proyecto.

—Abrir nuevas vías de comercio es mejorar económicamente, usted sabe que no podemos vivir de la guerra, en algún momento debe terminar.

—Ese será el momento de llevar a cabo su idea.

—Tal vez, pero debemos comenzar a trabajar cuanto antes. Usted, don Pedro, puede ayudarnos.

—No veo cómo, pero tampoco evitaré la conversación si se tercia con el rey.

Dejé la copa de vino en la mesa, me levanté y despedí con un ademán dirigiéndome hacia la salida. El cardenal me pidió que esperara, volví a mirarlos con un pie fuera, se acercó hasta mí y me habló con voz calma.

—¿Podría informarnos si coincide que converse con su majestad de lo hablado hoy aquí?

El cardenal miraba a don Cristóbal y este asentía con la mirada cansada.

—Son decisiones de los reyes, como le he dicho, si se tercia hablaré en su favor con ellos. Creo en el futuro que viene y presto mi vida para mejorarlo, tengan por seguro que si en algún momento surgiese el tema, apoyaré vuestra causa.

Dándole la espalda salí, una bocanada de aire me recordó que estas frescas noches son agradecidas tras el calor pasado, me abrigué con la capa para resguardarme de la ligera brisa que corría por el campamento y eché a andar. Muchas hogueras amparaban a los soldados reunidos a su alrededor, conservaban todavía el espíritu festivo, se escuchaban cánticos, conversaciones y contadores de historias. Dos juglares mantenían atentos a los jóvenes con sus fantásticas historias, alguna mujer trabajaba su cuerpo a destajo, antes que los hombres cayeran en brazos de Baco, perdieran el conocimiento y la bolsa quedara vacía.

A la mañana siguiente continuarían los planes previstos, los prisioneros serían enviados a Ronda, bajo vigilancia de las Guardias Viejas de Castilla que ya empezaban a tomar notoriedad dentro del ejército y nada mejor que demostrar su valía escoltando a los prisioneros. Según el grado de importancia de cada prisionero serían tratados a su llegada, unos cambiados por los nuestros, otros desterrados a través del puerto de Algeciras hasta África, algunos vendidos para esclavos y los más fuertes a galeras, como la mayoría de soldados apresados. Por otro lado, y según supe más tarde de boca del marqués, la Corona no pretendía acceder, de momento, a las pretensiones de Colón, pero claro, tampoco quería encontrarse con un viaje a vista y no tener las naves preparadas. Con esa realidad se encomendó a los hermanos Pinzón la restauración de dos carabelas y la construcción de otra.

Por último, el invierno, la previsión de una estación venidera con frío y posibles nevadas en la zona de la sierra, si así se daba se asumiría, aunque no sería bien acogida en el seno del ejército. La necesidad de conseguir cereal y alimentos para pasar el invierno se convertiría en una prioridad. Las cuentas del rey contaban para dos meses en la toma de Ronda, luego partir para la costa en busca del mejor clima y reponer fuerzas para continuar con la conquista.

La última previsión no se cumplió, Ronda tardó en caer cinco meses debido al gran número de prisioneros cristianos que se encontraban retenidos, eso conllevó más negociación que lucha. Además, el invierno se presentó dificultoso más por lluvias que por frío, ese hecho dificultó el movimiento del grueso del ejército. Los campamentos pudieron salir adelante pues la carne llegó en abundancia, gracias sobre todo a los señores de la zona que buscaron congraciarse con el rey enviando todo tipo de alimentos, reforzando con donativos su propia protección y la de los suyos. Muchos fueron los que ofrecieron cobijo al ejército en sus cortijos o, en muchos casos, habilitando graneros y almacenes para la ocasión. Este pormenor causó más reveses que derechos, la convivencia aletargada provocó revueltas y levantamientos que terminaron por desencadenar castigos y marchas forzadas bajo tiempo agreste buscando calmar los ánimos. Los días de espera se ocuparon en perseguir a bandidos y campamentos de moros en la sierra de Ronda, averiguando lugares donde se cobijaban algunos de los soldados moros que consiguieron escapar a los asedios de las fortificaciones. Varias emboscadas sufridas y acometidas sirvieron para mantener a la tropa distraída durante ese tiempo de espera.

Quedaba ver qué pasaría con los dos prisioneros para los que pedí protección, en un principio se les dio alojamiento en la villa hasta que los llamase el rey para consulta y decisión, allí quedarían, de momento, a la espera de sentencia por parte de don Fernando, nada malo les ocurrirá si colaboran y estoy seguro de que lo harán llegado el caso. Mi idea era que se les dejara volver a Granada, seguro que allí nos pueden valer en el futuro. El rey me repetiría que ningún prisionero nos valdrá en adelante, al que hoy dejemos libre, mañana intentará matarnos, pero él no los conoce como yo, no sabe lo que sufrieron al verse abandonados por los suyos.

[]La noche amenazaba una vez apartada la luz del día, noche de época estival que auguraba una madrugada en frescura. Desde esa terraza de olivos y encinas que forma el campamento se divisaba la oscuridad en la campiña, por donde el marqués de Cádiz llegó a Setenil con dos mil soldados a caballo, al pensarlo imaginé la terrible estampa que podía suponer para las gentes del lugar esa visión. Un pensamiento escabroso se apoderó de mí por un instante.

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