Sebastián Bermúdez Zamudio - Setenil 1484

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Setenil 1484: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante tres meses de convivencia conocerá de cerca a personajes que le enseñan la vida en la villa y las calles del pueblo, aunque tropezaría con una serie de tejemanejes que harán que la paz terminara en un enfrentamiento sangriento.La novela da a conocer la corte cristiana de manos de muy personajes conocidos ofreciendo las vivencias de su campamento desde dentro. Da cuenta de las cargas de las bombardas y sus posteriores disparos, mide distancia junto a la Artillería Real. El lector incluso llegará a sentir la lluvia en un asalto con escalas junto al gran Ortega y el marqués de Cádiz.La pluma de Sebastián Bermúdez Zamudio hace ajustar las ballestas para defender las torres y la almenada muralla del ataque rumí, al tiempo que hace posible escuchar poemas a través de la bella Zoraima e incluso vivir una historia de amor a escondidas. Sufrir y luchar, conocer y complacerse, vivir Setenil 1484.

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Acompañé a Ahmad y Räven hasta las caballerías, donde les entregaron dos caballos de los que fueron requisados tras la toma de Setenil, yo personalmente ordené que recibieran los que a ellos pertenecían, sus caballos. El cariño a un animal va más allá de lo entendible, soy portador de ese amor en mí mismo y en su gesto de agradecimiento percibí que ellos igual. Antes de despedirme les deseé suerte en su camino y lo mejor por ese devenir que les esperaba, quedamos en volver a vernos pronto, antes de cinco meses les prometí, luego nos abrazamos y esperé hasta verlos partir ante la desaprobación de algunos y el gesto aprobatorio de la mayoría. Dos hombres, soldados a fin de cuentas como todos nosotros, que pelearon por lo suyo y defendieron con honor a su pueblo, merecen el mayor de los respetos por quienes en la batalla vivimos. Con el paso de los años comprobé la veracidad de la máxima que la guerra todo lo puede, es cruel hasta cuando solo pierdes con ello, inclusive cuando ganas un mundo y te alejas de un amigo, siempre nos dejamos algo en cada enfrentamiento.

Volví con don Fernando, quien nos expuso varios de los planes de futuro al marqués, al Gran Capitán y a mí. Decidió, junto a la reina, que el botín de Setenil ayudaría a financiar parte de la nueva ruta a las Indias, con la premisa de conquistar al-Ándalus dentro de lo calculado, ese es el principal objetivo y acuerdo alcanzado con Roma. Confiaban en el cardenal Mendoza, sobre todo doña Isabel, y veían el intento de buscar una nueva vía como algo obligatorio para el comercio venidero, era necesario encontrar soluciones para evitar al portugués.

Al marino Colón le quedaba solo esperar, ser paciente o comenzar con el dinero de los Mendoza. La exposición sobre la ruta y la navegación que hizo ante el rey, una vez terminó con Ahmad y Räven, convenció a don Fernando, aunque pospuso la decisión para otro momento en que la reina se encontrase en disposición de decidir, aplazando todo hasta el final de la guerra y la suerte en la conquista. Sin duda quedó que si era conforme, en unos años vería navegar su idea allá por los mares.

El marqués convendría el pacto con Boabdil, la forma de llevarlo a fin quedaría en sus manos con la ayuda de un servidor si fuese requerida, el ofrecimiento de un señorío en las Alpujarras y la seguridad de su familia sería nuestra primera y, posiblemente, única propuesta. Por mi parte quedé a cargo de Setenil hasta la llegada del yerno del marqués, don Francisco Enríquez, que en agradecimiento por este nombramiento donó grandes sumas para el comienzo de la conversión de la mezquita en iglesia, él fue el gran padrino de esta causa y por la cual ganó la simpatía de sus majestades los reyes.

El Gran Capitán, junto al resto de las Guardias Viejas de Castilla que quedaban en el Real, acompañarían al rey hasta Ronda, allí quedaría como máximo responsable tras ausentarse don Fernando al finalizar la conquista del sitio. Aunque primero que todo decidió ausentarse unos días y cabalgó hasta Lucena en busca de sosiego y recuperarse de las varias heridas sufridas.

Don Fernando mantenía su obsesión con el Reino Nazarí de Granada, un todo o nada, objetivo que compartía con la reina como idea común, fijando ambos la mirada en un porvenir prometedor para Castilla y Aragón, su idea de conjuntar a todos los reinos para formar un único país, una monarquía de herencia duradera en el tiempo y respetada en el mundo. Al terminar con nosotros recibió al recaudador real, don Fernando se preocupaba por cada cuestión sin dejar nada a un lado, era de vital importancia barajar gastos y entradas de caudal para asegurar los pagos establecidos. Decidió entregar nuevos cargos en el ejército, todos por merecimiento o por cercanía y amistad, a algunos destacados les premió con casas y tierras en Setenil para su repoblación e intervención en el nuevo camino que se presentaba. Hombre a la antigua este rey, como su padre, yo dirijo, yo mando y ustedes obedecéis.

“Cualquiera que con él hablase le amaba y le deseaba servir”.

Hernando del Pulgar sobre el rey don Fernando

Llegó la noche y volví nuevamente a la villa para recoger unos recuerdos que pertenecían a Zoraima pues era lo que me quedaba de ella, remembranzas, el peor de los sufrimientos que conlleva el amor perdido. Junto al telón de piedras que formaba el torreón, podía olerse el fuego apagado de algunas casas mientras el aire venteaba sentimientos ensangrentados y penas de muerte, es difícil arrinconar el dolor sufrido. Los disparos de las bombardas destrozaron gran parte de los hogares, sin embargo, se distinguía lo que horas atrás fue una calle fastuosa y de talante comercial. Gran parte de la vida en Setenil discurría entre la calle que llevaba a la mezquita y los arrabales que rodeaban la roca que defendía la villa. Mis pasos silenciosos avanzaban en la oscuridad bajo la luz en movimiento de las apasionadas antorchas, ofreciendo sombras irreales por rincones de ahogos y sentidas azoteas que lloran a los suyos junto a una mezquita que cambiaba de credo. Vislumbraba vidas fantasmales cerca de las murallas de piedra que gotean rojo sangre y muestran heridas que no cicatrizarán nunca, Setenil se enfrenta a una nueva historia por escribir, los años indicarán si mejor o peor que las conocidas.

Continué caminando, llevando de la rienda al caballo por la pequeña pendiente de entrada, allí la panadería quedaba a mi izquierda y con solo cerrar los ojos un momento podía oler el aroma a pan fermentado y recién horneado, jubz mujitamar, que se cocía en el horno circular de barro mientras hubo acopio, su olor impregnaba toda la calle y ahora me llegaba como recuerdo de un tiempo lejano. Cerca quedaba la casa de Salomón Ibn Nasir, donde guardaba reposo la reina, y Raissa velaba su sueño mientras le leía aventuras de conquistadores y oraciones en las que ella misma no creía. En esa casa viví tres meses en Setenil, donde me enamoré de Zoraima, hija de Salomón, y donde desgraciadamente murieron tanto ella como su padre a manos de unos mal nacidos, puedo sentir desgarrarse mi alma al pensarlo.

Salomón, el padre de Zoraima, era un judío que velaba por el bienestar de la villa, haciendo las veces de almotacén del zoco o como sanador en los baños, un hombre de cultura y sapiencia superior, quedaré agradecido toda la vida por tanto como en tan poco tiempo me ilustró. Al llegar a la puerta de la casa, los guardias se apartaron y al cruzar el umbral, la piel se me erizó al imaginar la presencia de ella. De mis ojos volvieron a brotar unas lágrimas imperceptibles, salí al patio y me senté en uno de los cojines durante un buen rato tomando aire para calmar el desasosiego perturbador, cuando logré calmar mi estado subí las escaleras que daban a la parte superior de la vivienda.

Ordenados en una estantería de argamasa y piedra se encontraban gran parte de los libros de Salomón, muchos de ellos los consiguió rescatar de un incendio en Córdoba, en casa de sus padres. El incendio lo empujó en busca de nuevos vientos y acabó en Setenil tras oír a un amigo que necesitaban un almotacén. La casa se encontraba como la dejé, aunque habían limpiado la sangre, seguro que por orden de don Alonso, en el rincón derecho había una pequeña mesa donde estaban depositados varios poemas en papiros y, a un lado de la pared, la narguileh, donde se quemaban para aspirar hierbas aromáticas que desconocía hasta llegar a Setenil. Las paredes adornadas con telas de colores vivos alegran la estancia y la ventana abierta daba a los campos de encinas y chaparros, mostrando esa profundidad que ofrece la noche en la villa, ocultando a los ojos el asombroso paisaje que rodea a la fortaleza. Los cojines situados alrededor de un brasero que prendían en frías noches de invierno, se utilizaban para acomodarnos para leer o contar historias. Recogí lo que fui a buscar y sin hacer ruido me dirigí hacia la entrada bajando las escaleras con un nudo en la garganta que no me permitía ni tragar aire.

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