—Pero al examinar las fosas nasales, encontré restos de escopolamina…
—¿La droga de la verdad, la que usa la Gestapo? —preguntó un incrédulo Ehrlichmann.
—Me temo que sí —le confirmó—. En cantidades pequeñas tiene, digamos que… «sus efectos», pero no es mortal; pero si la dosis es elevada… causa una muerte casi instantánea.
—Y les falta un frasco de escopolamina del laboratorio, ¿verdad, doctor? —especuló von Mansfeld.
—Así es. ¿Cómo lo ha…? —se sorprendió de su rápida deducción, pero adivinando la respuesta antes de terminar la frase—. Ha visto a Gertrud… claro. Estamos haciendo inventario para ver si falta alguna sustancia más.
Max asintió con la cabeza. El profesor le confirmó que solo tres médicos de los diez que existían en Nueva Suabia, entre ellos él, tenían llave del laboratorio donde guardaban las sustancias químicas. Aparte, las enfermeras jefe también disponían de llave, aunque a Gertrud Adler aún no se la habían dado.
Max y Peter inspeccionaron la cerradura de acceso al laboratorio, y tal como les había adelantado Gottlieb, no había sido forzada. Ehrlichmann hizo observar a Von Mansfeld que esta no era de alta seguridad, por lo que alguien un poco experto habría podido abrirla, para cerrarla de nuevo tras robar la escopolamina.
—Es algo que se aprende cuando uno es policía —se justificó el mayor, tratando de explicar por qué sabía forzar cerraduras.
Tras dos horas y cansados de no poder sacar nada más en claro a parte de que el soldado fue asesinado por sobredosis de escopolamina, decidieron que el paso más lógico sería interrogar a todo el personal del hospital y a todos aquellos que hubiesen tenido una relación próxima con la víctima. Durante el inventario tampoco se había echado nada más en falta, solo el pequeño vial con la droga de la verdad.
«Quizás, si encontráramos el vial…», pensó Max. Dio instrucciones para que se inspeccionase a fondo las dependencias de cada uno de los sospechosos. Medida que, para su desdicha, se revelaría como inútil. El vial no aparecería jamás. Por último, pidió al mayor Ehrlichmann que enviase un comunicado a Berlín solicitando un informe completo del soldado Hirsch. También pidió que alguien de los servicios de seguridad de la Luftwaffe husmease en el pueblo natal del soldado.
—¿Qué trata de encontrar, coronel? Dudo que nada del pasado del soldado le hubiese alcanzado aquí, a decenas de miles de kilómetros de su pueblo —razonó su ayudante.
—Sé que es lo más probable, pero tengo una corazonada, Peter —le tuteó—. No quiero dejar ningún cabo suelto —trató de quitarse de encima las preguntas de Ehrlichmann.
Las sospechas sobre la existencia de un espía se habían abierto de nuevo con fuerza en las entrañas del coronel. Quizás el soldado tuviese relación o conociese al espía, supiese que la identidad con la que había llegado a Nueva Berlín no era la verdadera y al temer ser descubierto, lo hubiese matado… Pero todo eran especulaciones, de momento, el agente enemigo solo existía en la imaginación de von Mansfeld. Pero su instinto…
—Está bien, coronel, tramitaré la solicitud. Pero tenga en cuenta que pueden pasar meses… Las comunicaciones dependen de los U-Boote…
—Lo sé, Peter, lo sé. Pero hazlo de todas formas. Gracias. Ah, y quiero que contacte con el cuartel general de la Luftwaffe. Que localicen a un capitán llamado Adolf… —trató de recordar su apellido—. Waas, Adolf Waas. Me fue de gran utilidad hace unos meses y es hombre de mi entera confianza. Pida al alto mando que le encargue la investigación de hasta el más mínimo detalle del derribo de un avión sobre el pueblo de Einbeck.
Cuando terminó de dar instrucciones a Ehrlichmann, Max se despidió de su subordinado y tras solicitar que avisasen a Anke, se encaminó a su «cita» con la enfermera.
8Generalleutnant es uno de los rangos militares más elevados que se podían tener en el ejército alemán durante la II Guerra Mundial. Su equivalente en los ejércitos occidentales sería teniente general.
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